miércoles, agosto 09, 2006

EL HALLAZGO


Sobre la oportunidad o indispensabilidad del viajar poco me queda qué decir, después de la provechosa peregrinación por las sendas de García-Máiquez y de Breo. Sigo pensando, no obstante, en toda esa gente que se arma de paciencia para emprender el 1 de agosto, La gran evasión, metiditos en la cola de un ciempiés que barre, lentamente, la carretera; y cómo no, en aquéllos pasajeros obligados a quitar las telarañas de sus maletas que, al fin, han devuelto las cintas magnéticas del aeropuerto...¿es posible que les queden ánimos (y buen humor) para explorar con calma, nuevos parajes?. Porque, además del anhelo del merecido descanso, el viaje se emprende con cierto espíritu “aventurero”: el viajero quiere descubrir, saborear lo exótico, renovar su mirada en montes verdes y aguas cristalinas, hastiado del asfalto y de la pantalla plana.

Sin embargo, a veces se nos olvida que el hallazgo, lo secreto, lo recóndito puede surgir en cualquier momento y (casi) en cualquier lugar (en lo alto de la azotea de CRM o bajo la sombra del enigmático robledal de Anacó, por ejemplo). Y, a veces, también se nos olvida que, durante las vacaciones volvemos a someternos al yugo del "plan" del "proyecto", sin dejar un resquicio de libertad al puro placer de descubrir lo inédito, lo insospechado, aquello que no somos capaces de manejar y planificar; rechazamos la excepcional belleza de la que no podemos "buscar información por Internet". Por eso me resultan muy esclarecedores los apuntes del blogg de Mora-Fandos, de donde extraigo esta reflexión:
"Nuestros experimentos estéticos no nos allegan belleza, porque la belleza acontece, no viene bajo telecomanda entre los humeantes cartones a domicilio de telepizza. La belleza descansa porque confirma las intuiciones verdaderamente liberatorias. Cuando acontece, decimos sin palabras: “¡Era verdad, la belleza era verdad!”, y no hace falta comprar el décimo de la lotería de Navidad medio año antes –como insisten en las marquesinas buseras de mi ciudad- porque si se tiene la belleza y la verdad, lo demás se os dará por añadidura."
De nuevo, pienso que debiéramos recuperar los pies descalzos y la mirada humilde -y no resabida- de la infancia; la única capaz de "endiosarse", y de contemplar, fascinada, cómo la puerta de un tosco armario puede abrirse a una nueva luz, a un mundo ignoto, a un viaje insospechado...¡Narnia!

Esta retahíla me trae a Eulalia, personaje gaiteano que decide huir del agobio del viaje terapéutico y premeditado, y descubre que el hallazgo le espera en las piedras del pueblo de su infancia y en una imprevista (y trascendental) conversación con su sobrino. Para ello ha de huir de las guías turísticas, de los horarios con asteriscos, del ultimátum del aviso del tren, del "cool" jet lag, y de todos esos conocidos que la avasallan con la consabida pregunta: "¿A dónde vas este verano?"...

«Así que andaba huyendo de la gente de esa que al preguntarte por tu vida, si hace algún tiempo que no te ve, espera un resumen inmediato de proyectos, todo el futuro enunciado en una semana vista, cuajadito de plantes; me entraba vértigo, una especie de horror cada vez que me decían; “Y tú qué vas a hacer este verano? ¿cómo sigues aquí? ¿adónde vas?”. Nos lo venimos preguntando unos a otros cada año más pronto, desde abril, desde febrero, implacablemente, a la primera brisa templada; somos eso: no lo que nos preocupa, sino lo que vamos a hacer. Conozco bien ese veneno de los proyectos, esa comezón de echar un tiempo sobre otro, de desbaratar el poco beneficio que la continuidad del invierno empiece a querer dejar; [...] Siempre buscando el rastro del verano, tratando de renovar los votos de una religión ya gastada, institucionalizada, sin fe, ¡qué empeño! […] el olor evaporado de la palabra verano que para los adultos no significa más que coche, pasaporte, dinero, tocadiscos, hotel y sobre todo tregua. Es otro tajo más el veraneo, interrumpir, dar largas otra vez. Pero las alimañas ocultas, la noche, la montaña inexplorada, el descubrimiento de una tapia difícil de escalar o de un paisaje nuevo y misterioso, los nombres de las hierbas y las frutas, los títeres del pueblo, el miedo de perderse, todo eso es de la infancia.»
(Carmiña MARTÍN GAITE: Retahílas)