miércoles, junio 06, 2007

DESDÉN Y CIELO

Se me ha olvidado hacer versos; mi nombre no me suena; por lo tanto, he muerto.

Le mando flores de almendro, elegías, y el cielo que tengo dentro de los ojos, de un azul-María-O.
Había empezado a distraerme de la investigación tomando citas como éstas del Epistolario completo de Juan Ramón Jiménez cuando Enrique G-M nos invitó a unas estupendas tertulias literarias ovetenses. Empecé con la de JRJ. Me gustó mucho escuchar voces actuales que recuerdan al poeta, que le vuelven a traer al corazón desde la moderna pantallita youtube. Las mujeres se pusieron de parte de la extraordinaria Zenobia, enamorada de un gran poeta inútil para las tareas prácticas, pero nada dijeron de aquellos versos y flores, lástima; Almuzara recitó «Cielo», poema que desde hace años cuelga en el corcho de mi escritorio, para que cuando yo no vea más que un vago existir de luz, los versos lo eleven (y me eleven) hasta su nombre. José Havel comentó lo que más le divertía del poeta, precisamente aquello en lo que andaba entreteniéndome. Él dijo "su mala leche"; yo digo también "su mal genio disfrazado de ironía", algo que manejaba muy bien su amiga María Martínez Sierra, como hace tiempo mostré.

Además de lo graciosas que me resultan algunas de estas cartas, me quedo con ciertas advertencias que de ellas se desprenden:

1º) Hay que contestar siempre las cartas y visitas de un poeta.

Mi querido Gregorio: veo que todas mis cartas de ahora son cartas para el Congo; no me extraña: ahora no nos servimos —o no queremos— para nada […] Yo estoy en el campo, en idiota. Y como ustedes no me enteran de nada y no leo periódicos, lo ignoro todo […] Os quiere mucho, Juan Ramón. Supongo que se recuerdan ustedes que vivo en Moguer, provincia de Huelva.» (febrero de 1907)

2º) En caso de tener un novio poeta como Juan Ramón, asegurarse de que tu madre no esconde las cartas que te envía, contestarlas desde luego, y no tratarle nunca con desdén, que con desdén se paga. Eso le sucedió a su primera novia, Blanca Hernández-Pinzón, a la que el poeta despidió con palabras y consejitos líricos nada inocentes. Pobre Blanca.

Blanca,
Tu cartita no me ha extrañado tanto como tú pudieras haber creído; ya sé que eres educada de madres encantadoras de claustros. Al contrario, me ha servido para darte una lección de educación; cuando una persona dice a otra que desea hablar con ella, siempre debe ser atendida. Tenlo en cuenta cuando cualquiera te pida audiencia. Se puede cantar en falsete en coros angélicos, se puede colgar un cristo entre las enaguas, se puede llevar mal cogida la falda de un vestido malva, se puede lucir media negra y zapato claro y tener una mediana educación, mi querida vinatera.
Otra cosa: lo que yo quería decirte ayer es esto: necesito que me mandes todas mis cosas, pues pienso casarme dentro de unos meses y quiero que todo esto quede en mi poder, de modo que me haces un paquetito con todo lo que tienes de mí -cartas, libros, retratos, etc.-, desde el barquito que te pinté cuando éramos niños hasta esta carta de hoy, y, me mandas decir cuándo pueden ir a recogerlo de mi parte. Claro está que no me podrás devolver algunas cosas, por ejemplo todos los besos que te he dado. Yo en cambio, lo único que puedo devolverte es nada, pues tus cartas, única cosa que tenía de ti, están rotas hace tiempo por una dama, Luisa Grimm. Las últimas palabras que te dirijo serán también consejitos: no uses papel que parece métrico de peritos agrícolas; aprende en el piano a Beethoven o Schubert o Chopin o Schumann o Debussy, que esto siempre embellece la soledad y la vida, estudia después lengüecita, aunque sea francesa, que siempre es bueno, para que pueda mandarte gramática y libros, y procura bañarte todos los días y vestir con elegancia [...] Usa siempre con media negra, zapato negro, con media clara, zapato del color de la media. Péinate bien, y no te pongas, por Dios, esas batas...

(Moguer, 1901)