No es la primera vez que me pasa. Pero nunca escarmiento. Suele ocurrirme en momentos decisivos: dos o tres días antes de la entrega de algo importante. A la desdicha de estar perdiendo el tiempo frente a una pantalla inerte, se añade el infortunio de no haber copiado en ningún cedé ni uesebé el documento en el que llevaba trabajando unos cuantos meses. El botoncito del portátil no contesta. ¿Qué te pasa? ¿Estás agotado? Bueno, yo también a veces, pero no por ello cierro los ojos y me quedo muda. Tú te pones sombrío y opaco, como la noche oscura del alma, sin más. Eso no es decente. Renquea un poco antes, anda, quéjate del ardor febril, ponte ese tapiz azul con rayas, chirría, avísame de que te estás quedando seco.
Paso la noche en vela, en duermevela. Por favor, vuelve, regresa, o devuélveme mis páginas, mis bibliografías, mis notas al pie. Sé que estoy ridícula rogando a un trasto lleno de teclas y botones impasibles que me regale un suspiro, un ruidito, un destello fluorescente; pero sólo quiero que no te engullas las transcripciones de cartas manuscritas, los índices, los análisis de textos esparcidos en decenas de carpetas amarillas.
Paso la noche en vela, en duermevela. Por favor, vuelve, regresa, o devuélveme mis páginas, mis bibliografías, mis notas al pie. Sé que estoy ridícula rogando a un trasto lleno de teclas y botones impasibles que me regale un suspiro, un ruidito, un destello fluorescente; pero sólo quiero que no te engullas las transcripciones de cartas manuscritas, los índices, los análisis de textos esparcidos en decenas de carpetas amarillas.
Hago recuento de la pérdida, como el general de un ejército hace de sus soldados fallecidos en el frente. Lo cierto es que mi portátil no guarda una gran novela ni un ensayo magistral. Sólo frases imperfectas, capítulos inacabados, el rastro de un día y otro de lecturas, dudas y pesquisas, algún tímido balbuceo de la musa.
La madrugada empieza a desatar las advertencias cotidianas. “¡Parece mentira!¿Cómo no guardas en otro sitio lo que escribes?”. Me bebo de un tirón el vaso de agua que tenía en la mesilla, pero sigo ahogada en él, como hacemos todas las criaturas humanas de vez en cuando.
Y me quedo medio dormida haciendo inventario de lo que no guardé en el trasto lleno de teclas y botones impasibles; cosas inmunes al fuego, a un ciclón, a la guerra. Entre las persianas se cuela una frase de Carmiña: “Hay cosas eternas, aunque no las apuntes, y otras que aun apuntadas no son nada.”
La madrugada empieza a desatar las advertencias cotidianas. “¡Parece mentira!¿Cómo no guardas en otro sitio lo que escribes?”. Me bebo de un tirón el vaso de agua que tenía en la mesilla, pero sigo ahogada en él, como hacemos todas las criaturas humanas de vez en cuando.
Y me quedo medio dormida haciendo inventario de lo que no guardé en el trasto lleno de teclas y botones impasibles; cosas inmunes al fuego, a un ciclón, a la guerra. Entre las persianas se cuela una frase de Carmiña: “Hay cosas eternas, aunque no las apuntes, y otras que aun apuntadas no son nada.”