sábado, mayo 17, 2008

COSAS QUE, AUN APUNTADAS, NO SON NADA

No es la primera vez que me pasa. Pero nunca escarmiento. Suele ocurrirme en momentos decisivos: dos o tres días antes de la entrega de algo importante. A la desdicha de estar perdiendo el tiempo frente a una pantalla inerte, se añade el infortunio de no haber copiado en ningún cedé ni uesebé el documento en el que llevaba trabajando unos cuantos meses. El botoncito del portátil no contesta. ¿Qué te pasa? ¿Estás agotado? Bueno, yo también a veces, pero no por ello cierro los ojos y me quedo muda. Tú te pones sombrío y opaco, como la noche oscura del alma, sin más. Eso no es decente. Renquea un poco antes, anda, quéjate del ardor febril, ponte ese tapiz azul con rayas, chirría, avísame de que te estás quedando seco.
Paso la noche en vela, en duermevela. Por favor, vuelve, regresa, o devuélveme mis páginas, mis bibliografías, mis notas al pie. Sé que estoy ridícula rogando a un trasto lleno de teclas y botones impasibles que me regale un suspiro, un ruidito, un destello fluorescente; pero sólo quiero que no te engullas las transcripciones de cartas manuscritas, los índices, los análisis de textos esparcidos en decenas de carpetas amarillas.
Hago recuento de la pérdida, como el general de un ejército hace de sus soldados fallecidos en el frente. Lo cierto es que mi portátil no guarda una gran novela ni un ensayo magistral. Sólo frases imperfectas, capítulos inacabados, el rastro de un día y otro de lecturas, dudas y pesquisas, algún tímido balbuceo de la musa.
La madrugada empieza a desatar las advertencias cotidianas. “¡Parece mentira!¿Cómo no guardas en otro sitio lo que escribes?”. Me bebo de un tirón el vaso de agua que tenía en la mesilla, pero sigo ahogada en él, como hacemos todas las criaturas humanas de vez en cuando.
Y me quedo medio dormida haciendo inventario de lo que no guardé en el trasto lleno de teclas y botones impasibles; cosas inmunes al fuego, a un ciclón, a la guerra. Entre las persianas se cuela una frase de Carmiña: “Hay cosas eternas, aunque no las apuntes, y otras que aun apuntadas no son nada.”

lunes, enero 14, 2008

EL TESORO DE LA FILOLOGÍA (III)

LUNA. El planeta más inferior del cielo de los siete. El medio cuerpo de la luna está siempre alumbrado del sol; pero en razón de apartarse o alejarse dél, causa en la tierra diferentes formas y apariencias. Y así unas veces nos parece un broquel de fuego, otra una rebanada de melón o un medio círculo, y cuando es luna nueva, un arco muy delgado. Con estas diferencias fingen los poetas tener tres rostros, como dijo Virgilio: «Tria virginia ora Dianae». Llamárosla con tres nombres: Luna en el cielo, Diana en la tierra y Proserpina en el infierno. Lo demás se remite a los poetas. «Estar la luna sobre el horno»; se dice del loco, cuando está con furia, que ordinariamente es en luna llena, y allí se toma horno por la cabeza del hombre, que es como una hornaza, y entonces le hiere de lleno. Por esta razón se llamaron lunáticos a los faltos de juicio, que con los cuartos de luna alteran su accidente.

ERASMO DE ROTTERDAM. Fue doctísimo y dejó escrito mucho, como a todos es notorio; no le hizo ningún provecho ser tan libre como fue, y así están defendidas algunas de sus obras y expurgadas las demás.

IRONÍA. Es una figura de retórica, cuando diciendo una cosa, en el sonido o tonecillo que la decimos y en los meneos, se echa de ver que sentimos al revés de lo que pronunciamos por la boca.

AFEITE. El aderezo que se pone a alguna cosa para que parezca bien, y particularmente el que las mujeres se ponen en la cara, manos y pechos, para parecer blancas y rojas, aunque sean negras y descoloridas, desmintiendo a la naturaleza y, queriendo salir con lo imposible, se pretenden mudar el pellejo. Es vana pretensión por más diligencias que hagan y, pensando engañar, se engañan, porque es cosa muy conocida que el afeite causa mal olor y pone asco, y al cabo es ocasión de que las afeitadas se hagan en breve tiempo viejas, pues el afeite les come el lustre de la cara y causa arrugas en ella, destruye los dientes y engendra un mal olor de boca. Es una mentira muy conocida y una hipocresía mal disimulada.

SIMPOSIO. En estos tales convites antiguamente se trataba materia de letras y de virtud, como lo muestra el diálogo de Platón, dicho Symposio y muchos modernos han tomado este argumento para tratar cosas muy altas, de do se infiere que estos no se emborrachaban ni se juntaban para decir mal de nadie, ni para jugar sus haciendas.

PERLA. La margarita o unión preciosa, que a fin de adornar con ellas los cuellos y las orejas de las mujeres, entran los hombres en lo profundo del mar a pescarlas, y no sin gran peligro.

HIPÓCRITA. Propiamente significa el representante, porque finge muchos afectos, ya llorando, ya riendo, por consistir en aquello la oración y lo mismo se considera en el orador; pero comúnmente se toma por el que en lo exterior quiere parecer santo, y es malo y perverso, que cubierto con la piel blanda y cándida del cordero es dentro un lobo carnicero.

HIJUELA. Nombre diminutivo de hija; proverbio: «A ti te lo digo, hijuela, entiéndelo tú, mi nuera»; las suegras no osan disgustar a las nueras, porque no se quejen a los maridos, y así, teniendo cuñada, la madre riñe a su hija lo que le parece mal en la nuera.
(Sebastián de Covarrubias: Tesoro de la lengua castellana o española, 1611)

jueves, enero 10, 2008

EL TESORO DE LA FILOLOGÍA (II)

FILÓSOFO. El primero que se intituló con este nombre fue Pitágoras, pareciéndole que el nombre de sabio absolutamente era arrogante, presupuesto que ningún hombre sabe tanto que no le falte mucho que saber. Y de allí en adelante todos los profesores de filosofía no se llamaron sofistas, sino filósofos y por donaire dejaron el nombre de sofistas a los que sabían poco y presumían mucho con dotrinas aparentes y falsas.

MARIPOSA. Es un animalito que se cuenta entre los gusanitos alados, el más imbécil de todos los que puede haber. Este tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, porfiando una vez y otra, hasta que finalmente se quema […] Esto mesmo les acontece a los mancebos livianos que no miran más que la luz y el resplandor de la mujer para aficionarse a ella; y cuando se han acercado demasiado se queman las alas y pierden la vida. Dijose mariposa, quasi mariposa, porque se asienta mal en la luz de la candela donde se quema.

MERENDAR y MERIENDA. En rigor vale lo que se comía al mediodía, que era poca cosa, esperando comer de propósito a la cena; quasi merienda, porque se daba después de haber trabajado, cuando ya se merecía.

MODERNO. Lo que nuevamente es hecho, en respeto de lo antiguo; del adverbio modo, cuando significa agora. Autor moderno, el que ha pocos años que escribió, y por eso no tiene tanta autoridad como los antiguos.

ESPERAR. Aguardar el suceso de alguna cosa buena, porque la mala antes la tememos que la esperamos, aunque de ordinario eso mesmo que esperamos tememos por su incertidumbre, vacilando una vez con el temor y otra con la esperanza, como dijo Terencio, in spe et timore. Y sin embargo de todo esto, abusivamente decimos esperar la calentura, aunque no deseamos que venga y esperar la muerte, que naturalmente la tememos.

ESPOSA Y ESPOSO.
Los que se han dado palabra de casamiento, o sea de presente o de futuro. Lat. sponsa et sponsus, del verbo spondeo, des, por prometer. Esposas, cierto género de prisión con que atan ambas manos, que en latín se llama manicae ferrae, porque hacen juntar una mano con otra estrechamente, como se juntan las de los desposados, aunque no con el contento que ellos, sino con mucho pesar.

TROGLODITAS. Ciertos pueblos de Etiopia, bajo Egipto, hacia el Sino Arábico; es gente muy bárbara, susténtase de carne de serpientes, viven en cuevas, no tienen lenguaje ni voz, sino tan solo un chillido; y por esta razón no pueden ser tratados ni comunicados de otras gentes.

ABUELO. Y corrutamente agüelo, del nombre latino avus […] Proverbio: «Quien no sabe de agüelo no sabe de bueno», porque los agüelos quieren mucho a sus nietos, en razón de que se van perpetuando en ellos más delante de los hijos; o porque el hijo, con el amor que tiene a su propia mujer y a sus hijos parece disminuir el de los padres; y porque el amor dicen que más intensamente desciende que asciende. El otro malicioso respondió a esto que cuando los hijos no han sido muy al gusto de los padres, estos quieren bien los nietos porque les han de vengar y han de hacer con ellos otro tanto, y así decía el otro viejo a su nieto, quejoso del hijo: «Tú me vengarás de tu padre».

(Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 1611).

sábado, diciembre 22, 2007

EL TESORO DE LA FILOLOGÍA

En un momento determinado los estudiantes de Filología se enfrentan a la terrible pregunta, y el caminito se bifurca en dos: ¿Lengua o Literatura? Se dice que los más pragmáticos se van por la lengua o la lingüística. Algunos de ellos se entusiasman con teorías chomskianas. Otros con los catálogos lexicográficos. Mi amiga Marga hace una admirable tesis sobre verbos inergativos. Para gustos, los colores. En mi atrevida ignorancia, se me antojaba que en aquellas teorías presuntamente científicas se obviaba siempre el componente semántico. Al ser el significado de las palabras tan variable y a veces arbitrario, al estar tan ligado a la dimensión emocional, psicológica o espiritual del idioma, es el más escurridizo y temido en la investigación lingüística. Así que cuando el profesor nos decía que tal o cual formulación no solucionaba por completo el problema, yo pensaba: ¡Claro!, porque dan escobazo a la semántica! De haberme dedicado a la lengua, pues, me habría ido por las ramas y por los cerros de Úbeda, o sea, hacia la Gramática Histórica, la Historia de la Lengua o la Etimología.

De ahí me predilección por el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias, regalo que he recibido hace unos pocos días con gran ilusión. Ajeno a los tecnicismos tan neutros como académicos, el canónigo toledano ofrece unas definiciones sabrosísimas, en las que combina gracia castellana y erudición grecolatina; mete baza faltando a lo políticamente correcto o se desentiende a la brava si el asunto le compromete; aventura unas etimologías más que dudosas, y prodiga refranes, modismos, anécdotas, un sinfín de citas literarias.
He pensado en iros ofreciendo, sin rigor alguno -como haría Covarrubias- algunos retazos de las definiciones que voy encontrando al azar.


OJO. Lat. oculus; son los ojos la parte más preciosa del cuerpo, pues por ello tenemos noticia de tantas cosas. Ellos son las ventanas adonde el alma suele asomarse, dándonos indicios de sus afectos y pasiones de amor y de odio. Son los mensajeros del corazón y los parleros de lo oculto de nuestros pechos.
PENSAR. Es imaginar o revolver alguna cosa en su memoria, del verbo latino pensare, frequentativum a pendendo, que es pesar con peso alguna cosa, porque el que piensa pondera las cosas, y así se hace mejor de pensado que de repente.
MORISCOS. Los convertidos de moros a la fe católica, y si ellos son católicos, gran merced les ha hecho Dios y a nosotros también.
HECHIZAR. Cierto género de encantación con que ligan a la persona hechizada de modo que le pervierten el juicio y le hacen querer lo que estando libre aborrecería (esto se hace con pacto del demonio expreso o tácito); y otras veces, o juntamente, aborrecer lo que quería bien con justa razón y causa, como ligar a un hombre de manera que aborrezca a su mujer, y se vaya tras la que no lo es [...] Este vicio de hacer hechizos, aunque es común a hombres y mujeres, más de ordinario se halla entre mujeres, porque el demonio las halla más fáciles, o porque ellas de su naturaleza son más vengativas y también envidiosas unas de otras.
SOSPIRAR. Sacar el espíritu de lo profundo del pecho, con significación del dolor y ansia que padecemos. Algunas veces es indicio de desear alguna cosa con grande ahínco. Los suspiros es pasión muy común a los enamorados; y así dan al suspiro diferentes significaciones y epíctetos; yo no quiero embarazarme en esta materia.

jueves, septiembre 06, 2007

LÉXICO FAMILIAR

Recuerdo que las pocas veces que caí en cama de niña me gustaba oír el rumor de las voces familiares que venía del fondo del pasillo, el ruido de los platos en la cocina, la tele eclipsada por las carcajadas de mi hermana mayor, la voz grave de mi padre, el taconeo nervioso de mi madre; y me entretenía reconociendo y catalogando todas aquellas frases, gestos, expresiones y ruidos comunes a nuestro particular léxico familiar. Entonces, todo aquel barullo que normalmente me parecía pueril y hasta agobiante, se me volvía extraño y bonito, digno de ser recordado. Estimulada por la fiebre, que siempre me pone trágica, escribí: “Cuando llegue el momento quisiera morir así, oyendo el rumor de voces familiares, los pasos de una hermana que desde su cuarto se acerca al mío, golpea la puerta entreabierta y se asoma con cara de sorna para decirme, sin la menor compasión: '"Chata, estás hecha un pingo…". Me queda el consuelo de que el aforismo de JRJ ampara, en cierto modo, mi absurdo pensamiento:

Hablemos todos y escuchemos, en nuestra corta vida, todo lo que podamos y sobre todo a los que queremos y a los que nos quieren, que cuando estemos muertos, el tiempo infinito, no podremos hablar ni escuchar más.
Y qué no daríamos entonces por decir, por escuchar una palabra querida, una palabra cualquiera.


Años más tarde, atraída por el sugerente título, me hice con Léxico familiar, y como Arp, disfruté muchísimo. Aunque al principio extraña, por la sensación de haber entrado en casa ajena en plena reunión familiar, poco a poco vas conociendo y apreciando el lenguaje inconfundible de los Ginzburg, su particular reconquista de una vida en común hecha de frases y conductas repetidas, ese fondo de palabras y voces tan arraigadas que resiste al paso del tiempo y a la distancia. Lo mejor es, tal vez, que ni el más atento lector podrá descodificar completamente ese lenguaje, a no ser que formara parte de aquella singular familia italiana....

«Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia, nos basta con decir: “No hemos venido a Bérgamo a hacer campamento” o “¿A qué apesta el ácido sulfhídrico?”, para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a aquellas frases, a aquellas palabras. Una de aquellas frases o palabras nos haría reconocernos los unos a los otros en la oscuridad de una gruta o entre millones de personas. Estas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados, son como jeroglíficos de los egipcios o de los asirio-babilónicos: el testimonio de un núcleo vital que ya no existe, pero que sobrevive en sus textos, salvados de la furia de las aguas, de la corrosión del tiempo. Esas frases son la base de nuestra unidad familiar, que subsistirá mientras permanezcamos en el mundo, recreándose y resucitando en los puntos más diversos de la tierra.»
[Natalia Ginzburg: Léxico familiar, Lumen, pp. 39-40)

viernes, agosto 24, 2007

CONVERSIÓN OTOÑAL

Como toda ciudad de provincias, Tarragona tiene una plaza de moda a la que hay que acudir por lo menos dos veces por semana para estar integrado en el mosaico urbano. La Plaza de la Fuente es rectangular y las terrazas —situadas a lado y lado— son puntos privilegiados para observar a los conocidos que caminan por en medio a través de una improvisada pasarela sin demasiado glamour. En verano la plaza se convierte en un hervor de camareros danzando entre cervezas espumosas, miradas de reojo y chismorreos a media voz. A menudo sucede que, después de estar dos horas con un grupo de amigos, apenas se ha hablado de los allí presentes, ni de nada en concreto en realidad. Al llegar todos buscan el mejor puesto vigía para tomar un refresco a la vez que se asiste al paso de las gentes de las que se hablará sin discreción -aunque estén sólo dos bares más allá- ni malicia -porque nunca se "pretende" criticar-. Así se consumen las tardes y las noches estivales, y así la vida de los otros va pasando de puntillas entre las mesas, quedándose atrapada en los breves paréntesis, cuando se deja un momento la horchata en la mesa —«Ah, mira, ése no es C? Me dijo L. que ahora está saliendo con M.»— y se vuelve, perezosamente, a dar un sorbo y a mirar alrededor, porque los capítulos rosas suelen ser muy parecidos y se agotan pronto. Entonces se hace muy difícil hilvanar una conversación porque el interlocutor, pendiente del ir y venir de tanta gente conocida, no puede escucharte y mirarte a la vez, o seguir el hilo más de tres minutos seguidos. Es como pretender conversar con alguien que está viendo la televisión. Para mí lo peor es que esas vidas ajenas —como el recuerdo de tantos encuentros en la Plaza— se quedan en puros esquemas mal trazados, abalorios sin enhebrar, frases inconexas que no pueden meterse en guión alguno. Todo tendrá que ver, tal vez, con esa búsqueda de la diversión (o de la dispersión) propia de las vacaciones que, a la larga, cansa. Fenómeno que entiendo mejor gracias a unas palabras que encontré ayer en Julián Marías:

«La palabra “di-versión” viene del verbo "vertere", volver o volverse. La di-versión quiere decir en su sentido primario apartarse de algo y, por tanto, volverse hacia otra cosa. El correlato de la di-versión es la con-versión: me aparto de una cosa y me convierto o vuelvo a otra.»
(Julián Marías: La felicidad humana)

Por eso este año miraré con buenos ojos la llegada de septiembre, como una hermosa conversión otoñal, como un íntimo regreso a uno mismo; palabra que no andará muy lejos de la conversación, de ese volver los ojos al interlocutor cercano y a las historias enhebradas en plazas silenciosas; de ese regresar al blog y a vuestras retahílas amigas.

miércoles, junio 06, 2007

DESDÉN Y CIELO

Se me ha olvidado hacer versos; mi nombre no me suena; por lo tanto, he muerto.

Le mando flores de almendro, elegías, y el cielo que tengo dentro de los ojos, de un azul-María-O.
Había empezado a distraerme de la investigación tomando citas como éstas del Epistolario completo de Juan Ramón Jiménez cuando Enrique G-M nos invitó a unas estupendas tertulias literarias ovetenses. Empecé con la de JRJ. Me gustó mucho escuchar voces actuales que recuerdan al poeta, que le vuelven a traer al corazón desde la moderna pantallita youtube. Las mujeres se pusieron de parte de la extraordinaria Zenobia, enamorada de un gran poeta inútil para las tareas prácticas, pero nada dijeron de aquellos versos y flores, lástima; Almuzara recitó «Cielo», poema que desde hace años cuelga en el corcho de mi escritorio, para que cuando yo no vea más que un vago existir de luz, los versos lo eleven (y me eleven) hasta su nombre. José Havel comentó lo que más le divertía del poeta, precisamente aquello en lo que andaba entreteniéndome. Él dijo "su mala leche"; yo digo también "su mal genio disfrazado de ironía", algo que manejaba muy bien su amiga María Martínez Sierra, como hace tiempo mostré.

Además de lo graciosas que me resultan algunas de estas cartas, me quedo con ciertas advertencias que de ellas se desprenden:

1º) Hay que contestar siempre las cartas y visitas de un poeta.

Mi querido Gregorio: veo que todas mis cartas de ahora son cartas para el Congo; no me extraña: ahora no nos servimos —o no queremos— para nada […] Yo estoy en el campo, en idiota. Y como ustedes no me enteran de nada y no leo periódicos, lo ignoro todo […] Os quiere mucho, Juan Ramón. Supongo que se recuerdan ustedes que vivo en Moguer, provincia de Huelva.» (febrero de 1907)

2º) En caso de tener un novio poeta como Juan Ramón, asegurarse de que tu madre no esconde las cartas que te envía, contestarlas desde luego, y no tratarle nunca con desdén, que con desdén se paga. Eso le sucedió a su primera novia, Blanca Hernández-Pinzón, a la que el poeta despidió con palabras y consejitos líricos nada inocentes. Pobre Blanca.

Blanca,
Tu cartita no me ha extrañado tanto como tú pudieras haber creído; ya sé que eres educada de madres encantadoras de claustros. Al contrario, me ha servido para darte una lección de educación; cuando una persona dice a otra que desea hablar con ella, siempre debe ser atendida. Tenlo en cuenta cuando cualquiera te pida audiencia. Se puede cantar en falsete en coros angélicos, se puede colgar un cristo entre las enaguas, se puede llevar mal cogida la falda de un vestido malva, se puede lucir media negra y zapato claro y tener una mediana educación, mi querida vinatera.
Otra cosa: lo que yo quería decirte ayer es esto: necesito que me mandes todas mis cosas, pues pienso casarme dentro de unos meses y quiero que todo esto quede en mi poder, de modo que me haces un paquetito con todo lo que tienes de mí -cartas, libros, retratos, etc.-, desde el barquito que te pinté cuando éramos niños hasta esta carta de hoy, y, me mandas decir cuándo pueden ir a recogerlo de mi parte. Claro está que no me podrás devolver algunas cosas, por ejemplo todos los besos que te he dado. Yo en cambio, lo único que puedo devolverte es nada, pues tus cartas, única cosa que tenía de ti, están rotas hace tiempo por una dama, Luisa Grimm. Las últimas palabras que te dirijo serán también consejitos: no uses papel que parece métrico de peritos agrícolas; aprende en el piano a Beethoven o Schubert o Chopin o Schumann o Debussy, que esto siempre embellece la soledad y la vida, estudia después lengüecita, aunque sea francesa, que siempre es bueno, para que pueda mandarte gramática y libros, y procura bañarte todos los días y vestir con elegancia [...] Usa siempre con media negra, zapato negro, con media clara, zapato del color de la media. Péinate bien, y no te pongas, por Dios, esas batas...

(Moguer, 1901)