Decidme, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI no hayan llegado a mi casa los nuevos roles de la sociedad postmoderna? Creo que lo más moderno que tenemos es la paridad –cuatro hermanas y cuatro hermanos-, y aquí el mérito no es del gobierno, cuidado. Con tanta revolución feminista no deja de sorprender que las madres sigan ejerciendo de mensajeras diplomáticas, palomas que transmiten a sus esposos propuestas arriesgadas, dulcificándolas por el camino, para que éstos, aun siendo extremadamente cerriles, acaben aceptándolas. Así sucedía cuando queríamos salir por la noche, y aún ahora, cuando la pequeña, de diecisiete años, ha de pedir permiso porque se ha montado un sospechoso plan de "estudio intensivo" con todas las amigas. Estas situaciones me hacen pensar siempre en el papel que hace Katharine Hepburn en Adivina quién viene esta noche, con qué delicadeza trata de mediar entre la pareja de risueños enamorados y la terquedad absurda de Spencer Tracy. Pienso, incluso, que el moderno Feijoo hubiera aprovechado esta película como ejemplo cuando se puso en el "grave empeño" de defender a las mujeres:
Diríase que la docilidad de las mujeres declina muchas veces a ligereza; y yo respondo, que la constancia de los hombres degenera muchas veces en terquedad. Confieso que la firmeza en el buen propósito es autora de grandes bienes, pero no se me puede negar que la obstinación en el malo es causa de grandes males.
(Benito Jerónimo Feijoo: "Defensa de la mujer", Discurso XVI, Teatro crítico universal, 1726-1740)
Además, como en el cine en blanco y negro, creo que las esposas siguen siendo expertas en intuir cuándo el marido está preocupado por algo, aunque éste no haya pronunciado ni una palabra. Y todavía saben elegir las corbatas que quedan mejor con uno u otro traje y qué zapatos convienen en cada ocasión; por eso ellos solicitan la supervisión femenina cuando no están seguros, que es muy a menudo, de si esta camisa de rayas pega con un pantalón de pana, o cuando no logran ver la diferencia entre el gris pizarra y el verde cobalto o lo que es peor, entre el azul marino y el negro. Será que hay cosas que no cambian, por mucho que nos vendan series de mujeres liberadas y de hombres autosuficientes que se bastan y se sobran porque pisan el asfalto de Nueva York con gafas de sol extragrandes y lucen un traje impoluto que ha elegido su asesora personal (por lo visto los empresarios VIP ahora pagan millonadas por ese tradicional servicio casero). O simplemente que en mi casa nos quedamos con algunos de aquellos motivos que daba Diego de San Pedro por allá en el siglo XV en favor de la sensibilidad y el consejo maternal-femenino.Y así de reaccionarios resultamos, ¡ay!, con razón:
La dezena [razón] es por el buen consejo que siempre nos dan, que a las veces acaece hallar en su presto acordar lo que a nosotros cumple largo estudio y diligencia buscamos. Son sus consejos pacíficos sin ningún escándalo, quitan muchas muertes, conservan las paces, refrenan la ira y aplacan la saña. Siempre es muy sano su parecer.
[...]
La razón dieciséis es porque nos hazen ser galanes: por ellas nos desvelamos en el vestir, por ellas estudiamos en el traer, por ellas nos ataviamos de manera que ponemos por industria en nuestras personas la buena disposición que naturaleza a algunos negó. Por artificio se enderezan los cuerpos, pidiendo las ropas con agudeza, y por el mismo se pone cabello donde fallece, y se adelgazan o engordan las piernas si conviene hazello; por las mugeres se inventan los galanes entretales, las discretas bordaduras, las nuevas invenciones; de grandes bienes por cierto son causa.
(Diego de San Pedro, Cárcel de amor, 1492)
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La razón dieciséis es porque nos hazen ser galanes: por ellas nos desvelamos en el vestir, por ellas estudiamos en el traer, por ellas nos ataviamos de manera que ponemos por industria en nuestras personas la buena disposición que naturaleza a algunos negó. Por artificio se enderezan los cuerpos, pidiendo las ropas con agudeza, y por el mismo se pone cabello donde fallece, y se adelgazan o engordan las piernas si conviene hazello; por las mugeres se inventan los galanes entretales, las discretas bordaduras, las nuevas invenciones; de grandes bienes por cierto son causa.
(Diego de San Pedro, Cárcel de amor, 1492)