Ayer, mientras leía a Julian Marías, recordé una anécdota de la infancia:
Era sábado, jugaba en el jardín con mis hermanos, cuando apareció mi madre por la puerta. Venía, muy guapa, de la peluquería. Pero se la veía demasiado distinta: ella siempre ha llevado media melena, y le habían dejado el pelo mucho más corto y más rubio de lo habitual. Primero nos pusimos a reír como locos, revolcándonos por el césped –qué crueles, a veces, los niños-; después me acerqué a ella, con cara triste, y le dije: “Pero…si pareces…una señora". Ella se quedó un poco extrañada. El caso es que estaba bien, sí, pero no parecía nuestra madre, sino sólo una señora, una más de las que nos cruzábamos a diario por la calle. Durante el día la miré mucho, tratando de descifrar el misterio. Al final, como es lógico, me acostumbré [pero, que yo recuerde, no se ha vuelto a hacer aquel peinado nunca más].
Aquella insignificante crisis —la extrañeza infantil ante el cambio de peinado de mi madre—, hubiera cobrado verdadera importancia de haber afectado a otro ámbito de su persona: a su centro (o sustancia) personal. De haberse visto alterado éste, hubiera tenido la impresión de haberla "perdido", de que había resultado "enajenada". Explica Julián Marías que cuando conocemos de verdad a una persona, es cuando hemos alcanzado su clave, su sustancia (o la falta de ella), su proyecto personal. Así, su "sustancia" o "autenticidad" nos permite verla como una persona única e irreductible, cuyo núcleo confiamos en que permanecerá a pesar de la contingencia, el tiempo y las circunstancias -tan variables- de la vida:
Era sábado, jugaba en el jardín con mis hermanos, cuando apareció mi madre por la puerta. Venía, muy guapa, de la peluquería. Pero se la veía demasiado distinta: ella siempre ha llevado media melena, y le habían dejado el pelo mucho más corto y más rubio de lo habitual. Primero nos pusimos a reír como locos, revolcándonos por el césped –qué crueles, a veces, los niños-; después me acerqué a ella, con cara triste, y le dije: “Pero…si pareces…una señora". Ella se quedó un poco extrañada. El caso es que estaba bien, sí, pero no parecía nuestra madre, sino sólo una señora, una más de las que nos cruzábamos a diario por la calle. Durante el día la miré mucho, tratando de descifrar el misterio. Al final, como es lógico, me acostumbré [pero, que yo recuerde, no se ha vuelto a hacer aquel peinado nunca más].
Aquella insignificante crisis —la extrañeza infantil ante el cambio de peinado de mi madre—, hubiera cobrado verdadera importancia de haber afectado a otro ámbito de su persona: a su centro (o sustancia) personal. De haberse visto alterado éste, hubiera tenido la impresión de haberla "perdido", de que había resultado "enajenada". Explica Julián Marías que cuando conocemos de verdad a una persona, es cuando hemos alcanzado su clave, su sustancia (o la falta de ella), su proyecto personal. Así, su "sustancia" o "autenticidad" nos permite verla como una persona única e irreductible, cuyo núcleo confiamos en que permanecerá a pesar de la contingencia, el tiempo y las circunstancias -tan variables- de la vida:
«La persona “insustancial” es aquella cuyo repertorio de posibilidades biográficas es muy pobre, o bien incoherente, menesteroso de justificación y por tanto de inteligibilidad. Ante la persona insustancial no podemos saber a qué atenernos, porque ella misma no lo sabe. Por el contrario, ante otras, de las que podemos ignorar casi todo, tenemos la impresión de haber alcanzado su centro personal, del que brotan los actos, y ese contacto nos da la posibilidad de “habitarla” —o, a la inversa, ser “habitado” por ella—; es decir, la interpenetración en que consiste la forma suprema de convivencia y compañía. Esta es tanto más rica cuanto mayor es la “sustancia” de la persona, es decir, su grado de realidad [...] Por eso, la confianza que se tiene en una persona tiene siempre el carácter de "apuesta": se pone a una carta, con la conciencia de que se puede perder; pero con la convicción de que esa confianza no será defraudada [...]»
(Julián Marías: Persona)
[*nota: sí, aunque parezca mentira la de la foto es ¡Audrey Hepburn!...en la peluquería]
8 comentarios:
Inma,
no voy a comenzar de nuevo un comentario diciéndote qué preciosa entrada, así que espero que se dé por sentado que todas me lo parecen... podría decirse que estoy enganchado, soy un yonki que necesita palabras veloces en vena, así que no te detengas y continúa haciendo lanzamientos masivos.
En cuanto al texto, me encanta que siempre juegues con algo más... algo más que está escrito, pero no se ve. Podría decir: con algo más que no está escrito, pero se percibe... No, creo que lo escribes, si no, no podría sentirlo.
Puedes llegar a conocer la esencia de una persona, la invariabilidad que la hace única, y cuando notas una desviación en esa esencia sabes que algo está cambiando. En muchas ocasiones, a mí me ha ocurrido, cuando crees conocer la esencia de alguien y luego ves que no era así, te llevas una gran desilusión. No creo que se trate de un desengaño, una esencia no puede engañarte, se trata de algo personal, algo que interiorizamos.
Mi madre también sufrió cambios, algunos bruscos. Yo tuve que ser el que le cortase el pelo a causa de un cáncer, pero su esencia quedó intacta para siempre. Seguro que tu madre, que la quieres mucho, no cambiará por un peinado, por el paso de los años o por cualquier cosa... la esencia de las personas que valen la pena es perpetua, las demás quizá cambien... ¡¡cuidala!!
Un biquiño, rula.
Qué grande el texto de Marías Inma al que he descubierto hace relativamente poco tiempo. Decía Victor Frankl que "quien ama desea sobretodo lo espiritual que hay de único e irrepetible en el ser humano", estamos todos de acuerdo, un peinado no cambia eso, espero vaya!!
Un abrazo!!
Toño, es precioso y verdadero lo que dices. Siento de veras lo de tu madre. Disculpa, entonces, ese poquito de frivolidad que salpica la primera parte de la entrada, o sea, mi texto. Por supuesto, la esencia de una persona querida no cambiará nunca por un peinado, ni por un vestido; ni siquiera por el paso del tiempo o por la enfermedad. Incluso en esas circunstancias a veces se nos revela con mayor autenticidad y belleza.
¡Un bico!
Sí, de momento todos de acuerdo, Alberto. Muchas gracias por la frase de V.Frankl, me la apunto. También descubrí a Julián Marías hace poco y ha sido una gozada el hallazgo. Es un sabio de verdad, de los que logran explicar y analizar asuntos complejos y profundos con una nitidez exquisita.
Tal vez por ello no queramos descubrir el físico de nuestro locutor de radio favorito. Una de las propiedades de las esencias es que son invisibles, latentes. De todos modos prefiero no conocer toda la sustancia de las personas. Viva el misterio.
Venerada Inma
Cuánto me ha gustado lo de tu madre,y qué bien contado está...
Hasta el final no he sabido porqué me sonaba tanto esa historia,y es que me has trasladado absolutamente a mi infancia,la he visto entrando por la puerta de casa,con siete años y mi madre me parecía la más guapa del mundo,qué grande es contar con tu madre,sentirla,darnos cuenta lo imprescindibles que son en nuestras vidas...Qué bueno eso de la extrañeza ante el cambio de peinado,me has hecho soltar alguna que otra lágrima,y alguna que otra sonrisa... éste es uno de mis puntos débiles,y tengo que decirte que soy bastante austero con eso de llorar y de sentir ,pero me pongo de lo más sentimental cuando pienso en ella,porque creo que es lo mejor que me há pasado en la vida ,y la que mejor reconoce mi sustancia ,sólo con mirarme sabe si mi sustancia anda bien o mal,auque no me comprenda...y es que se puede amar totalmente,sin comprender totalmente y mi madre lo consiguió desde mi infancia hasta mis treintaydos...Suscribo lo que dice Toño,"La esencia de las personas que valen la pena es perpetua...", por eso recordamos esos detalles nada frívolos ,los mismos que de vez en cuando nos hacen llorar desconsoladamente.
Enhorabuena por esta preciosa entrada, y a toño por la hondura de sus conclusiones,me habéis hecho sentirme mucho menos huérfano .Gracias
Muy sabia entrada, como quien no quiere la cosa. La anécdota infantil con su punto justo de sal y de pimienta. No sabía lo que os pasa a las mujeres con las peluquerías, pero lo has explicado estupendamente a la sombra del gran Marías.
Muy sabia entrada, como quien no quiere la cosa. La anécdota infantil con su punto justo de sal y de pimienta. No sabía lo que os pasa a las mujeres con las peluquerías, pero lo has explicado estupendamente a la sombra del gran Marías.
Lord Scutum, querido interlocutor,
ya ves, ahora he sido yo la que se ha emocionado mucho con tu comentario, pero seguro que la mía, -que alguna vez mira el blogg aunque no me lo diga, tan pícara- habrá soltado una lágrima o más. Gracias.
U.a., es verdad que uno se encariña con la esencia que transmite con su voz el locutor de radio.
Yo en cambio de las personas queridas prefiero conocer, lo mejor posible, su sustancia. Y creo que nunca se esfuma el misterio: ¡siempre quedan espacios indescifrables...!
Mucgas gracias, Enrique, por tu visita y tu benevolente juicio.
Abrazos
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