miércoles, diciembre 20, 2006

TIRAR DEL HILO EN NAVIDAD

Qué gozo empezar a enviar postales, a oír villancicos y a contar los pasos que faltan para llegar a Belén . En estas fechas el tiempo –que voló desde el perezoso septiembre postestival— parece que cobra relieve y nos deja contemplarlo, como en un delicado reloj de arena. Para mí hoy con especial dramatismo, pues abro la puerta a la edad fatal: ¡los veinticinco!. Menos mal que Carmen Martín Gaite me anima con los apuntes que dejó en uno de sus cumpleaños, un ocho de diciembre de 1972:
«El tiempo vale por lo que haces con él. Si te escapas de él, es mayor la herida, la terrible herida de los Dorian Gray. Y es enfermedad con recaída».
Y luego:
«Los veranos son trágicos y aislados, no tienen continuación. En el invierno recobras el hilo hacia atrás».
(Cuadernos de todo, 8 de diciembre de 1972)
En efecto, especialmente la Navidad tiene mucho de tirar del hilo, de recordar, esto es, de traer al corazón lo antiguo. De niña siempre me angustiaba que el trimestre terminara demasiado tarde, por miedo a no poder dedicarme, tranquilamente, a esperar la Nochebuena en mi hogar, leyendo a ratos el Cuento de Navidad de Dickens, sacando las panderetas y guirnaldas de sus cajas. Al ir haciéndome mayor he ido recogiendo de mi alrededor impresiones muy diferentes a las mías. He visto a los que desean que llegue para huir de nuevo y darse una tregua vacacional; a los que, por tristeza o soledad, desean que estas fechas se pasen cuanto antes, como una molesta enfermedad; a los que se ponen frenéticos con las compras navideñas y te pegan codazos en medio de la calle iluminada. Pero el otro día supe que debía ingresar a un nuevo grupo en el muestrario: este año han aparecido los “respetuosos” (¿?), los que tiran a la basura el belén de unos niños, para no ofender [sic] no sé a quién. Antes de que yo opine a mis anchas, mejor dejar que aquí Carmiña me lance otro capote:
« [las fiestas navideñas] dejan de tener sentido cuando ya no se rememora la historia que dio origen a su celebración. Conmemorar es eso: recordar, y si el hilo de la memoria se ha quebrado, seguir fingiendo que se conmemora algo es una superchería y una traición a la fiesta […] Y sin un auténtico deseo de representación, de rememoración, no hay fiesta que tenga valor; sólo podrá tener precio
(Tirando del hilo. Artículos 1949-2000)

Yo me apunto también a tirar del hilo desde el silencio, las canciones y las voces familiares. Y a celebrarla con Belén, Reyes Magos y Estrella. Ah, y con una visita al viejo Mr. Scrogge, por supuesto.

miércoles, diciembre 06, 2006

OCULTAS BONDADES

Hoy, más que amanecer, amenazaba un festivo tristón. Aunque no me atrevía yo a quitarle la razón a Juan Maragall, para quien "hay que esperar siempre una oculta bondad en cada cosa", se me antojaba que muy bien escondida y calladita se queda esa bondad a veces, que yo hasta pienso que ni respira. Pero, ¡qué diantres!, en los días pesimistas hay que salir a rescatar pretextos felices. Y darles las bienvenida con aplausos, brindis y sonrisas. Así que he buscado un reencuentro con unas cartas alentadoras que me recuerdan que sí, que existen relaciones humanas en las que las diferencias (convicciones religiosas, vitales, políticas) se asumen y se resuelven con armonía, delicadeza, respeto e incluso -cuando hay motivos- con admiración recíproca.
Maragall y Unamuno dieron buen ejemplo. La serenidad y el optimismo católico del catalán congenió de maravilla con la desgarradora inquietud agnóstica del vasco. Al menos así se demuestra en su correspondencia. Por su parte, en los años 60-70 un sombrío, escéptico y solitario Ramón J. Sender, desde su prolífico exilio americano, mantuvo una hermosa relación epistolar con Carmen Laforet, veinte años más joven, madre entregada a su numerosa familia, feliz, en gozo de una fe serena, y algo perezosa con su escritura (esto último sí que lo lamento). Vale la pena volver a una carta en la que Sender elogia esa rara capacidad para ser feliz de Carmen Laforet, rastreable en su vida y en su arte:
«Sus libros han llegado hace dos días. Cuando los termine le volveré a hablar de ellos. Otra cosa me gusta mucho ver en ellos: usted ama la vida como la vida es (lo que quiere decir que es feliz). Esto último me encanta. Y hay algo más importante: la felicidad no se lleva, ahora, en el arte. Pero la de usted (digo, la de sus narraciones) se lleva y se llevará siempre porque está llena de talento y es, además, un talento original. En definitiva es lo único que ha contado siempre desde que hay gente que escribe. O —simplemente— que alienta.»
(LAFORET, Carmen y SENDER, Ramón J: Puedo contar contigo. Correspondencia, 2003)

Si se lleva la felicidad o no, daría para otra entrada. Por hoy aclararé que a lo largo del día se me han aparecido más pretextos felices -¿ocultas bondades?- que merecen ser celebrados a diario. Personales y literarios. Entre los segundos, las cartas de Laforet-Sender y la lectura de la estupenda "Declaración de Intenciones" de Rocío Arana, tan respetuosa que pide perdón, para no ofender a los tristes y a los resabidos que ya están de vuelta:
Escribo porque soy
feliz.
ya sé que duelen
el amor y las tardes y las horas de espera
frente a una ventanilla perezosa
y las sucias colillas por el suelo
ya lo sé no hace falta que lo digan
aquí soy yo la rara
la que mira y lo ve todo tan limpio
y llora de alegría en los rincones
y qué quieren incluso la nostalgia
se me viste de fiesta
pido perdón ya sé es un gran pecado
un escándalo sí
soy feliz y lo digo estoy jugando
con fuego pero miren
los días la llovizna la gente los violines
pónganse en mi lugar
como callarme cuando el mundo grita
que hay extraños jardines debajo de la nieve.
(ARANA, Rocío: Magia, 2002)

[Fotografía: Carmen Laforet y Ramón J. Sender]

viernes, noviembre 24, 2006

DEL PEINADO Y LA PERSONA

Ayer, mientras leía a Julian Marías, recordé una anécdota de la infancia:
Era sábado, jugaba en el jardín con mis hermanos, cuando apareció mi madre por la puerta. Venía, muy guapa, de la peluquería. Pero se la veía demasiado distinta: ella siempre ha llevado media melena, y le habían dejado el pelo mucho más corto y más rubio de lo habitual. Primero nos pusimos a reír como locos, revolcándonos por el césped –qué crueles, a veces, los niños-; después me acerqué a ella, con cara triste, y le dije: “Pero…si pareces…una señora". Ella se quedó un poco extrañada. El caso es que estaba bien, sí, pero no parecía nuestra madre, sino sólo una señora, una más de las que nos cruzábamos a diario por la calle. Durante el día la miré mucho, tratando de descifrar el misterio. Al final, como es lógico, me acostumbré [pero, que yo recuerde, no se ha vuelto a hacer aquel peinado nunca más].

Aquella insignificante crisis —la extrañeza infantil ante el cambio de peinado de mi madre—, hubiera cobrado verdadera importancia de haber afectado a otro ámbito de su persona: a su centro (o sustancia) personal. De haberse visto alterado éste, hubiera tenido la impresión de haberla "perdido", de que había resultado "enajenada". Explica Julián Marías que cuando conocemos de verdad a una persona, es cuando hemos alcanzado su clave, su sustancia (o la falta de ella), su proyecto personal. Así, su "sustancia" o "autenticidad" nos permite verla como una persona única e irreductible, cuyo núcleo confiamos en que permanecerá a pesar de la contingencia, el tiempo y las circunstancias -tan variables- de la vida:

«La persona “insustancial” es aquella cuyo repertorio de posibilidades biográficas es muy pobre, o bien incoherente, menesteroso de justificación y por tanto de inteligibilidad. Ante la persona insustancial no podemos saber a qué atenernos, porque ella misma no lo sabe. Por el contrario, ante otras, de las que podemos ignorar casi todo, tenemos la impresión de haber alcanzado su centro personal, del que brotan los actos, y ese contacto nos da la posibilidad de “habitarla” —o, a la inversa, ser “habitado” por ella—; es decir, la interpenetración en que consiste la forma suprema de convivencia y compañía. Esta es tanto más rica cuanto mayor es la “sustancia” de la persona, es decir, su grado de realidad [...] Por eso, la confianza que se tiene en una persona tiene siempre el carácter de "apuesta": se pone a una carta, con la conciencia de que se puede perder; pero con la convicción de que esa confianza no será defraudada [...]»
(Julián Marías: Persona)
[*nota: sí, aunque parezca mentira la de la foto es ¡Audrey Hepburn!...en la peluquería]

viernes, noviembre 17, 2006

ZENOBIA Y JUAN RAMÓN, VERSOS Y FLORES

¿A qué mujer no le gusta que le escriban versos o le regalen flores? Sin ánimo de ponerme tajante -con los tiempos que corren- matizo: seguro que algunas aborrecen que se les presente el chico con un ramillete de violetas, escena que les sonará a antigua, a película en blanco y negro de Frank Capra (con lo que a mí me gustan) o a la tan discutida canción de Cecilia. Pero lo de los versos, ah, me cuesta tanto creer que alguien no los reciba con emoción, sobre todo si hablan de las tres heridas universales. Y si se siguen escribiendo después, mucho después del periodo de "conquista", el mérito ya es enorme. Incluso ni siquiera importa que no hayan sido compuestos por el sujeto en cuestión: a muchos les tocó la lotería cuando el cartero de Neruda nos medio-convenció de que la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita.
Mi tesis se vio confirmada al leer los Diarios de Zenobia, que recogen aquellas horas tristes y dolorosas del exilio americano junto a Juan Ramón Jiménez.
Se sabe que el genial poeta fue un hombre muy difícil en su vida familiar. Constantes depresiones, miedo patológico a la muerte (que obligaba al matrimonio a viajar siempre con un médico), neurastenia, insociabilidad, egoísmo infantil, "olores imaginarios", enfermiza dependencia de su esposa y una obsesiva "alergia" a los ruidos, no sólo a las molestas bocinas y al alboroto de la calle:
«J.R empezó a quejarse constantemente del ruido que se oía cada vez que yo trataba de volver la página del periódico, lo que hacía con el mayor cuidado
(martes, 12 de marzo de 1940)
Si a eso le añadimos su total ineptitud para la realización de tareas prácticas e indispensables, como preocuparse por la economía doméstica, una mujer del siglo XXI se pregunta cómo pudo soportar la pobre Zenobia. Imagino diversas razones. Entre las primeras, su amor, su capacidad de entrega y su misa diaria (le haría falta mucha ayuda de Dios, sin duda); entre las segundas, que Juan Ramón, además de lunático, era poeta y era sensible. El muy astuto, cuando advertía que Zenobia estaba llegando al borde de la desesperación, le entregaba versos, flores:
«Hoy JR me ha dado una gran alegría. Ayer la empezó cuando me dijo: “Mañana quiero ir contigo a comprarte unos claveles por tu día”. Me abalancé a abrazarlo diciéndole: “Lo de menos son las flores, lo que más alegría me da es que salgas conmigo”». (30 de agosto de 1952)

« “¡Vida de mi vida/ Zenobia del alma/ qué bonita eres/ lucero del alba!”. Esto me lo canturreó J.R. esta tarde, y yo le dije que me parecía imposible que la gente se vendiera por joyas cuando lo más precioso del mundo no costaba nada» (4 de octubre de 1955).

«Esta noche J.R me ha dicho una copla popular tan linda, que tengo que apuntarla, por mucho que me oponga a las ideas dramáticas de J.R. Dice así:

Cuando yo esté en la agonía
Siéntate a mi cabecera
Pon en tu mano la mía
Y puede que no me muera

(8 de octubre de 1955)

Y la mujer del poeta recuperaba -al menos por unos instantes- la sonrisa y la esperanza. Porque Zenobia era lista, fuerte e independiente, como debe ser, pero también era una dama. Y una dama es una dama.

martes, noviembre 07, 2006

¿TIENES ALGO QUE CONTAR?

Hubo un tiempo en el que escribía Diario. Primero aquellos pequeños tan cursis con candado y letras doradas -regalo muy socorrido para una niña de nueve años-, luego voluminosos cuadernos de portadas decoradas con collages algo estrambóticos, muy personales -como se exige toda quinceañera- en los que combinaba distintos tipos de letras de revistas para formular la pregunta ¿TieNes AlgO Que cOntaR?”. (De ahí mi entusiasmo cuando cayeron en mis manos los hermosos Cuadernos de todo de Carmen Martín Gaite y su montón de collages neoyorquinos). En el interior prodigaba dibujos, poemas de amor que todavía no entendía, y palabras, muchas palabras alborotadas con emociones ingenuas, desde la furiosa rabia ante la regañina paterna hasta la incontenible alegría cuando, tras una semana de lluvia, había salido el sol y al fin, borrados los charcos, podía salir a patinar con mi amiga. Un buen día pensé que ya tenía almacenadas demasiadas libretas y que ya no quedaban lugares en mi habitación donde esconderlas : “Los Diarios no pueden ser leídos por nadie más que el que lo escribe. Regla nº 1”. Así que poco a poco, fui abandonando aquella primera persona, por falta de “rincones secretos”.
Para mi desconcierto, uno de los primeros días de clase en la Universidad un profesor nos advirtió que "Los escritores escriben su diario sabiendo que será encontrado y publicado a su muerte, tenedlo siempre en cuenta”.
"Ahora sí que es seguro que yo no iba para escritora, si sólo estaba preocupada por cuál sería el mejor escondrijo para mis cuadernos", pensé. Pero me acordé muchas veces de aquellas palabras, por ejemplo, al abrir el diario de Cesare Pavese. En el prólogo de Natalia Ginzburg e Italo Calvino se hace la misma Advertencia:
"Sus amigos conocían desde hacía mucho tiempo la existencia del diario de Pavese, y a algunos de ellos les había expresado el deseo de que fuese impreso después de su muerte".
El escritor que construye un Diario se convierte en su propio personaje, se novela a sí mismo y, sin pudor alguno, desea ofrecer también esa vida que, rozada con la varita mágica de la literatura ya no es "vida" a secas. También Pavese se preguntaba a sí mismo, como yo hacía en la adolescencia: "¿Tienes algo que contar?", de ahí la escueta respuesta que nos da el 25 de abril de 1936, en una sola línea:
"Hoy, nada"
Y de ahí, supongo, esa declaración -y la sangre fría- con la que el escritor italiano quiso fundir, trágicamente, literatura y vida, a través de las últimas palabras de su diario, tan conocidas, poco antes de suicidarse en el Hotel Roma de Turín , el 27 de agosto de 1950:
"Todo esto da asco./ No palabras. Un gesto. No escribiré más."
.

viernes, septiembre 15, 2006

PALABRAS SERENAS

Cuánta razón lleva el link con el que últimamamente ha llamado a este blogg Enrique García Máiquez, "más serenas que veloces". Ciertamente, mis palabras se han remansando tanto que no hacen honor al título de este espacio, pero debo alegrarme porque la serenidad es la que me ha permitido regresar y sobre todo, volver a leer las vuestras, tan veloces e iluminadoras como siempre. Al fin, tras un mes de vértigo y acelerado trabajo ha llegado la paz y el sosiego, que he encontrado, no ya gracias al logro de mi pobre tesina, sino en el gozo de unos días en la montaña, en la mejor compañía, refugiada en los preciosos alrededores de Ordesa y el Monte Perdido. Al volver y recordar ese extraño sentimiento de armonía y de felicidad, necesité un reencuentro con las espesuras y las fuentes de agua clara de los clásicos. Y volví los ojos a la descansada vida de Fray Luis de León:

[...] Del monte en la ladera,
por mi mano plantado, tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto;
y, como codiciosa
por ver la cumbre airosa
una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura;
y, luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo, de pasada,
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo [...]
("Canción de la vida solitaria")
Y admiré la romántica compenetración entre la naturaleza y H. D. Thoreau, quien reconoció la eterna fuente benefactora de la vida en el campo:
"No puede haber melancolía verdaderamente negra para el que vive en medio de la naturaleza y tiene los sentidos en calma. Jamás hubo tormenta que no fuese música eólica para un oído inocente y sano. Nada es capaz de sumir en tristeza vulgar a un hombre leal y sencillo. Mientras gozo la amistad de las estaciones creo que nada podrá hacer de la vida una carga para mí. La amable lluvia que riega mi campo de habas y me guarda en casa hoy, no es tedio y melancolía, sino bendición para mí [...]"
(La vida en los bosques)

Ahora que reviso las fotografías tomadas me da lástima que no puedan recoger el rumor del río, ni el borbotear de la cascada, ni el silencio, ni el amenazante mugido de aquella imponente vaca que protegía su pasto. Tampoco pueden hacerme recobrar el cansancio placentero que sentí después de una larga excursión, el rostro fresco y el ánimo sereno, la gloria del baño caliente, seguido de la cena, la charla y el vino...; ese cansancio tan distinto al que sigue a una tarde de compras, o a un apretado día de trabajo sedentario… Pero hay que volver a pisar el asfalto, repasar la agenda y cumplir nuevos plazos; hay que olvidar el verde y la plata serpenteando entre las rocas, porque como nos advierten nuestros padres, la realidad es ésta…Y yo me pregunto: ¿No eran verdad esas piedras, la madera, aquel pan tostado del desayuno, el campanario, la yegua salpicándome con el barro de los charcos, la lluvia al atardecer borrando nuestros pasos en una senda umbría, la tormenta iluminando los tejados negros, el juego de sombras y luces en el bosque de hayas, las truchas saludando desde el río, las alas abiertas del milano aparecido en un instante, el cielo limpio, la serena felicidad compartida?

miércoles, agosto 09, 2006

EL HALLAZGO


Sobre la oportunidad o indispensabilidad del viajar poco me queda qué decir, después de la provechosa peregrinación por las sendas de García-Máiquez y de Breo. Sigo pensando, no obstante, en toda esa gente que se arma de paciencia para emprender el 1 de agosto, La gran evasión, metiditos en la cola de un ciempiés que barre, lentamente, la carretera; y cómo no, en aquéllos pasajeros obligados a quitar las telarañas de sus maletas que, al fin, han devuelto las cintas magnéticas del aeropuerto...¿es posible que les queden ánimos (y buen humor) para explorar con calma, nuevos parajes?. Porque, además del anhelo del merecido descanso, el viaje se emprende con cierto espíritu “aventurero”: el viajero quiere descubrir, saborear lo exótico, renovar su mirada en montes verdes y aguas cristalinas, hastiado del asfalto y de la pantalla plana.

Sin embargo, a veces se nos olvida que el hallazgo, lo secreto, lo recóndito puede surgir en cualquier momento y (casi) en cualquier lugar (en lo alto de la azotea de CRM o bajo la sombra del enigmático robledal de Anacó, por ejemplo). Y, a veces, también se nos olvida que, durante las vacaciones volvemos a someternos al yugo del "plan" del "proyecto", sin dejar un resquicio de libertad al puro placer de descubrir lo inédito, lo insospechado, aquello que no somos capaces de manejar y planificar; rechazamos la excepcional belleza de la que no podemos "buscar información por Internet". Por eso me resultan muy esclarecedores los apuntes del blogg de Mora-Fandos, de donde extraigo esta reflexión:
"Nuestros experimentos estéticos no nos allegan belleza, porque la belleza acontece, no viene bajo telecomanda entre los humeantes cartones a domicilio de telepizza. La belleza descansa porque confirma las intuiciones verdaderamente liberatorias. Cuando acontece, decimos sin palabras: “¡Era verdad, la belleza era verdad!”, y no hace falta comprar el décimo de la lotería de Navidad medio año antes –como insisten en las marquesinas buseras de mi ciudad- porque si se tiene la belleza y la verdad, lo demás se os dará por añadidura."
De nuevo, pienso que debiéramos recuperar los pies descalzos y la mirada humilde -y no resabida- de la infancia; la única capaz de "endiosarse", y de contemplar, fascinada, cómo la puerta de un tosco armario puede abrirse a una nueva luz, a un mundo ignoto, a un viaje insospechado...¡Narnia!

Esta retahíla me trae a Eulalia, personaje gaiteano que decide huir del agobio del viaje terapéutico y premeditado, y descubre que el hallazgo le espera en las piedras del pueblo de su infancia y en una imprevista (y trascendental) conversación con su sobrino. Para ello ha de huir de las guías turísticas, de los horarios con asteriscos, del ultimátum del aviso del tren, del "cool" jet lag, y de todos esos conocidos que la avasallan con la consabida pregunta: "¿A dónde vas este verano?"...

«Así que andaba huyendo de la gente de esa que al preguntarte por tu vida, si hace algún tiempo que no te ve, espera un resumen inmediato de proyectos, todo el futuro enunciado en una semana vista, cuajadito de plantes; me entraba vértigo, una especie de horror cada vez que me decían; “Y tú qué vas a hacer este verano? ¿cómo sigues aquí? ¿adónde vas?”. Nos lo venimos preguntando unos a otros cada año más pronto, desde abril, desde febrero, implacablemente, a la primera brisa templada; somos eso: no lo que nos preocupa, sino lo que vamos a hacer. Conozco bien ese veneno de los proyectos, esa comezón de echar un tiempo sobre otro, de desbaratar el poco beneficio que la continuidad del invierno empiece a querer dejar; [...] Siempre buscando el rastro del verano, tratando de renovar los votos de una religión ya gastada, institucionalizada, sin fe, ¡qué empeño! […] el olor evaporado de la palabra verano que para los adultos no significa más que coche, pasaporte, dinero, tocadiscos, hotel y sobre todo tregua. Es otro tajo más el veraneo, interrumpir, dar largas otra vez. Pero las alimañas ocultas, la noche, la montaña inexplorada, el descubrimiento de una tapia difícil de escalar o de un paisaje nuevo y misterioso, los nombres de las hierbas y las frutas, los títeres del pueblo, el miedo de perderse, todo eso es de la infancia.»
(Carmiña MARTÍN GAITE: Retahílas)

domingo, julio 30, 2006

LOS ZAPATOS ROTOS

Siguiendo el rastro de la entrada veraniega sobre el bien difusivo provocado por las sandalias doradas que se compró Leonor y (nos) gustaron a todos, incluso a él, a Enrique (aunque lo dijo un poco tarde, y nosotras, qué malas, ya sospechábamos lo peor…), hoy os presento a mis sandalias, blancas, abandonadas en la orilla.

El mejor momento de un paseo por la playa es la llegada: contemplar la inmensidad del mar y descalzarnos, casi al mismo tiempo. Dos actos mínimos que nos hacen sentir como niños, inexplicablemente liberados y gozosos...
Corremos a "probar" el agua con nuestros pies desnudos y, sólo entonces, nos zambullimos, en un salto alegre. Al salir alzamos montañas de arena, perezosamente, con los pies mojados. Olvidados del tiempo y del deber. Luego nos volvemos responsables; sabemos que hay que regresar a casa -tenemos tantas cosas qué hacer- y sabemos que lo correcto es llevar sandalias, a ser posible, impecables. Nos secamos cuidadosamente y volvemos a calzarnos, vigilando que no se queden pegados los granitos de arena húmeda. Pero ya no somos niños, porque a los niños nada de eso les importa. Irían descalzos siempre, aunque se ensucien, se enfríen, o se hagan daño con el canto de las piedras. Por eso las madres han de correr tras ellos todo el día con los diminutos zapatitos en la mano, atentas a un despiste, para enfundar sus delicados pies sonrosados. Y los niños huyen, vuelan, porque no quieren intermediarios ni artificios entre la tierra y su paso; su inconsciente felicidad no conoce calzados, ni manchas, ni relojes.
Recuerdo un bonito cuento de Natalia Ginzburg, protagonizado por una madre, algo bohemia, que está lejos de su hogar. Sólo por eso puede permitirse llevar los zapatos rotos. Porque a ella ese detalle no le parece esencial: en su juventud sólo tenía un par de zapatos y "cuando llovía los notaba romperse lentamente, hacerse blandos e informes, y sentía el frío del empedrado bajo las plantas de los pies". Sin embargo, sabe que a su regreso, para no disgustar a su familia se comprará zapatos nuevos; sabe que, por encima de todo, deberá proteger los pies frágiles de sus hijos...
"Mi madre se ocupará de mí, me impedirá utilizar alfileres en lugar de botones, y escribir hasta altas horas de la madrugada. Yo, a mi vez, me ocuparé de mis hijos, venciendo la tentación de mandarlo todo a paseo. Volveré a ser seria y maternal, como me ocurre siempre cuando estoy con ellos, una persona distinta de la que soy ahora [...] Miraré el reloj y llevaré la cuenta de las horas, vigilante y atenta a todo, y me preocuparé de que mis hijos tengan siempre los pies secos y calientes, porque sé que así debe ser, si se puede, al menos en la infancia. Es más, tal vez, para aprender después a caminar con los zapatos rotos, sea conveniente tener los pies secos y calientes cuando se es niño".
(Natalia GINZBURG: "Los zapatos rotos")

martes, julio 25, 2006

FRIVOLIDAD A LA CARTA


Qué le voy a hacer. Siempre me han gustado esas películas donde aparecen lujosas mansiones con jardines y sendas, escenarios de paseos y declaraciones de amor en verso (como en Les liaisions dangereuses o en Mucho ruido y pocas nueces) y de espléndidas fiestas como las de Gatsby en Long Island , evocadas poéticamente por Jesús Beades:
En la mansión de Gatsby lucen altas
las horas de la fiesta. Por el ancho sendero
de pinos y geranios, faros limpios, relucientes
doncellas, las risas teñidas, los curiosos.
Y todos invitados. En el amplio jardín,
bandejas, impolutos manteles, candelabros,
voces que se funden, tibios besos .
[...]
Y cómo no recordar aquella piscina iluminada donde acaban El Guateque Peter Sellers y Cía; el rincón umbroso donde una chica puede dar, a gusto, una bofetada al galán indiscreto; el árbol alto desde donde Audrey Hepburn (en Sabrina) otea el brillo engañoso de las miradas y el bullicio del baile, los vestidos de gala y los movimientos del bronceado William Holden; o las veladas en el palco de un majestuoso teatro donde es el abanico de la dama quien promete una cita a su cortejo (“ahora no”, “mejor mañana, a las cuatro”...), complacido éste en descifrar el código de su pícara amante y entregado en cuerpo y alma a la difícil tarea de entretenerla...
Penosa frivolidad a la que se abandonaba la alta sociedad, insatisfecha de puro aburrimiento.

Como no hay nada nuevo bajo el sol, todo esto sigue existiendo, en las películas, en las canciones de moda y en la palpable realidad. Pero ahora está en todas partes, y lo que es peor, a la carta. Sin embargo en esta nueva frivolidad moderna, ecléctica y democrática, ya no encuentro ni siquiera placer visual estético, ni el más mínimo ejercicio de ingenio verbal. Las risas artificiales y la insustancialidad de las conversaciones son idénticas a aquéllas, pero el marco ya no es tan elegante ni las insinuaciones son mínimamente sugerentes. En verano la costa se convierte en testigo de una frivolidad en chanclas, garrafón y carne asada en ristre; rumor de balbuceos soeces y pastosos; insulsos flirteos en macrodiscotecas donde nadie conoce a nadie (como en las fiestas de Gatsby); todos revueltos pisando la dudosa luz de los potentes faros "tunning"; rodeados, a lo sumo, de relucientes palmeras y flores de plástico.

Porque todo es igual y es distinto,
a lo que constataba, en una de esas fiestas hermosas de época Charles de Vandenesse, astuto y sensible observador, el único invitado realmente "distinguido", a mi modo de ver:

"He aquí las mujeres más elegantes, más ricas y más linajudas de París. Aquí están las celebridades del día, los famosos de los tribunales, famosos aristócratas y literatos: ahí, los artistas, allá los poderosos. Y, sin embargo, sólo veo menudas intrigas, amores muertos antes de nacer, sonrisas que nada dicen, desprecios sin causa, miradas sin fuego, mucho ingenio, pero derrochado en nada. Todos estos rostros blancos y sonrosados buscan más la distracción que el placer. No hay ninguna emoción que sea verdadera. Si queréis sólo plumas bien colocadas, tules etéreos, bellos vestidos, mujeres frágiles; si para vosotros la vida es sólo una superficie que se roza, éste es vuestro mundo. Conformaos con esas frases insignificantes, estas muecas encantadoras, y no pidáis sentimiento en los corazones. En cuanto a mí, siento horror por esas sosas intrigas que terminarán en matrimonios, subprefecturas, ingresos, o, si se trata de amor, en arreglos secretos, tanta es la vergüenza que inspira un simulacro de pasión. No veo ni uno solo de esos rostros elocuentes que anuncian un alma entregada a una idea o a un remordimiento."

(BALZAC, La mujer de treinta años)

lunes, julio 17, 2006

LA NOCHE Y LOS LADRONES

La oleada de robos nocturnos en los chalés ha traído una psicosis general de la que yo misma he participado. Todo ha cambiado porque antes los ladrones eran más cautos, entraban en las casas de día, aprovechando la ausencia de los dueños; entonces uno podía temer llegar y encontrarse la cerradura forzada y el hogar desvalijado, pero ya se sabe que el corazón siente menos cuando los ojos no ven. He de confesar que durante algunas semanas dormí con un ojo abierto, o sea, no dormí, con la angustia infantil de ser asaltada de improviso. En uno de estos desvelos reflexioné sobre mi temor nocturno–la noche, con su oscuridad y su silencio crea y agranda fantasmas (quién, de niño, no se ha despertado de una pesadilla en plena madrugada, y ha corrido ¡piernas-para-qué-os-quiero!, hacia el dormitorio de los padres)-. Recordé entonces aquel descubrimiento esencial, mi primera “penumbra”, aquel verano de la infancia cuando asumí la existencia de la muerte, de los ladrones y de las ratas de manera conjunta (hasta entonces creía que todos ellos pertenecían al mundo de los cuentos, como el Sueño de la bella durmiente, las Hadas, los Duendes y las Brujas malvadas).

Los Ladrones, las Ratas y la Muerte. Suma curiosa de elementos dispares, pero que en mi experiencia personal contaban con un denominador común: el pánico de encontrármelos sin previo aviso, de repente, como un susto; especialmente temía toparme con ellos en aquel momento en que me sentía más indefensa -la noche-, cuando no tenía cerca a mis padres y cuando los sentidos estaban aletargados, hundidos en la penumbra y en el sueño.

Ahora también tememos especialmente a los ladrones por la noche, cuando nada nos distrae y nos sabemos débiles ­—cuando no podemos gritar “¡Al ladrón!”-; momento que coincide con ese tiempo de quietud propicio para pensar en la Muerte, para temer que nos asalte de improviso, como una ladronzuela. Porque el día, con su luz y sus ruidos, con su engañosa normalidad, con las mínimas y atropelladas preocupaciones cotidianas, consigue eclipsarla y ocultarla detrás de los paneles multicolor, detrás de las músicas, del la tele y las tiendas; como si la luz nos hiciera inmunes al asalto de los ladrones, de las ratas... o de la Muerte.
Pero Manuel Machado lo advierte, de modo muy preciso, en este poema:

Y no será una noche
sublime de huracán, en que las olas
toquen los cielos…Tu barquilla leve
naufragará de día, un día claro
en que el mar esté alegre.
Te matarán jugando. Es el destino
terrible de los débiles…
Mientras un sol espléndido
sube al cenit hermoso como siempre.

jueves, julio 13, 2006

DE LA SIMPATÍA

Es sabido que Juan Ramón Jiménez no brilló por ser un hombre precisamente “simpático”; tampoco Unamuno, quien dicho sea de paso, lo reconoció de una manera ingeniosa y profunda:
«Ya sé que la sinceridad le hace a uno antipático; sé que soy profundamente antipático a mucha gente. Pero sé que es el único modo de ganarse la simpatía final»


Sin embargo, como yo no he tenido (ni tendré) el gusto de tratar a Juan Ramón, me interesa más el hecho de que, en 1936, defendiera la “SIMPATÍA” -no en la categoría adjetival que solemos utilizar (para referirnos a las personas atractivas de trato, entre las cuales ni Unamuno ni Juan Ramón se incluyen), sino más bien como sustantivo- como "armonía y concordia, respeto entre las personas”-, que el poeta consideraba condición necesaria y fundamental hasta en los actos más cotidianos y aparentemente triviales. Por contra, opinaba que la "antipatía", la falta de respeto al prójimo, es principio de violencia, de confrontación (y por la fecha en que lo dijo, no le faltaba razón):

«Si la armonía íntima, familiar, vecinal, existiera, no se llegaría nunca a la “antipatía”, el peor veneno del hombre, bebida de la guerra

El poeta cuenta, además, una anécdota (doble) autobiográfica a modo de ejemplo:

«El padre del pintor sevillano Javier de Winthuyssen, cuando tenía que pintar la fachada de su casa, mandaba al pintor a casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara. Decía el viejecito encantador: “Él es quien ha de verla y disfrutarla; es natural que yo la pinte a su gusto.”

Y el revés del cuento :

«Una señora, a quien yo, pobre de mí, me quejaba en un “salón” de la imposibilidad de trabajar hondamente en Madrid con tantos ruidos callejeros y domésticos pianolas, escapes, altavoces, pitos, pregones…, me dijo: “Pues si yo fuera vecina suya, me estaría aporreándole con mi piano las doce horas del día, y si pudiera no dormir, las doce de la noche»
Con la consiguiente reflexión sobre el evidente contraste entre ambos casos:
«El primero, un hombre tan profundamente “simpático”, de un sentimiento tan poético, tan práctico, es difícil que declarase ni fuese nunca a guerra alguna, y era Almirante.
La segunda, esposa de un diplomático español, con su piano aporreador y su esquisito aporreo, ¡qué sentimientos poéticos y apacibles no habrá ido dejando tras sí por el mundo! […]

“La vida sin amor no se comprende”, dice una ronda de niños. La vida social sin amor, sin comprensión mutua, no debía de comprenderse tampoco, porque es la guerra y la peor de todas las guerras, pequeñas y constantes

domingo, julio 09, 2006

PERSONAS "HABITADAS"

Durante mucho tiempo me he preguntado qué tienen esos bellísimos espacios estáticos de Edward Hopper, habitados por silencios y personas que viven a solas sus nostalgias y melancolías, que apenas comparten un halo de luz artificial y la dudosa compañía de un camarero tedioso, para que siempre nos impulsen a imaginar la historia de sus personajes mudos y ensimismados, para lograr una poderosa «quietud inquietante»…
Se dice, con razón, que cualquiera de estos cuadros podría convertirse en un relato de Hemingway o de Dos Passos. Porque todos nos hemos preguntado, alguna vez... "¿A quién busca, a quién espera la chica que mira, lánguida, por la ventana? ¿Qué se dirían esa pareja del café desierto si fuera posible el encuentro visual? ¿Qué lee la mujer del camisón rosa, cabizbaja, sentada en la cama del hotel sin haber deshecho aún el equipaje?"
Curiosamente, comprendí mejor a este pintor después de leer el magnífico acercamiento a la dimensión de la "persona" de Julián Marías, que me llevó a la conclusión de que, en realidad, el mayor logro de Hopper no es pictórico, sino narrativo y filosófico. Sus espacios son enigmáticos porque están habitados por figuras que exhiben su dimensión personal, esto es, su dimensión proyectiva y argumental; son figuras evocadoras de una misteriosa historia personal... Porque, como dice el filósofo:

«El núcleo irreductible de la persona humana es su carácter proyectivo, es decir, la inclusión de lo que no es, lo futuro o, más bien, futurizo, dada su inseguridad, en su realidad misma, que por eso es radicalmente distinta de toda otra conocida. Por tanto, la persona es argumental, toda ella anticipación, apoyada en la memoria."

En esos interiores mudos de Hopper con ventanas abiertas (que aluden a sentimientos de soledad y frustración) las personas, atrapadas en estancias anónimas, viven un presente indiferente; parecen ausentes, pero no están vacías. Así, como la estancia estática, estas figuras inmóviles también tienen "ventanas abiertas", espacios que dejan ver una historia íntima que las hace plenamente humanas; su quietud nos inquieta porque sospechamos que estas personas también están "habitadas" por otras vidas, por otros silencios, por otras ausencias, en definitiva, por otras personas.
Al considerar la persona como «ámbito», Julián Marías llega a definirla como una «interioridad abierta»: la persona, además de poder estar «consigo misma» o «con otra persona», puede estar en otra persona, habitándola, accediendo al característico «patio abierto» andaluz que está dentro pero abierto. El filósofo describe esta idea con una imagen sumamente poética, gráfica y sugerente, propia de una escena de Hopper, que nos obliga a pensar en nuestras soledades habitadas ...

«Se puede entender a una persona “habitada” argumentalmente por otras, a lo largo de una vida. A diferencia de lo que Leibniz pensaba de las mónadas, las personas tienen ventanas. El papel de esas personas que nos “habitan” es excepcional y decisivo, y no es frecuente que se tenga conciencia clara de ello, ni siquiera por parte de la persona habitada. Esas personas pueden en algún sentido “pasar”, por el carácter sucesivo de la realidad personal, pero no puede olvidarse el otro carácter, la permanencia: las personas que han pasado, ¿en que medida y en qué forma han “quedado”?»
(Julián MARÍAS: Persona)

miércoles, julio 05, 2006

ELOGIO DEL VIVIR

Será porque es verano y me llega, a oleadas, el risueño bullicio de la costa mediterránea (en indecente contraste con la espinosa redacción de mi tesina, motivo de desvelos nocturnos), que voy necesitando buenas razones que me animen a amar el día a día del lento y costoso trabajo; sobre todo para reconciliarme con estas indomables tentaciones de abandonarme a una tarde hermosa, de sol, mar y poesía…
Al hilo del brillante ensayo de Mora-Fondos sobre la postmodernidad y sus "sonámbulos", vuelvo al poeta Joan Maragall, quien, además de denunciar nuestros inhumanos «automatismos», también lamenta que la mayor parte del tiempo estemos «dormidos», esto es, que no comprendamos la grandiosidad de nuestra cotidiana, monótona y minúscula vida. Algo que sí han aprendido los personajes de una preciosa película, La Fortuna de Vivir (1999), de donde traigo la fotografía que ilustra este texto. "Despertaremos", dice Maragall, cuando entendamos que hay que amar cada momento, lo que significa dar lo mejor de nosotros mismos no sólo en el amor, sino también en cada acto de nuestro oficio y vocación, amar, al fin y al cabo, aquello para lo que servimos:

«Esfuérzate en tu quehacer como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que pones, de cada golpe de tu martillo, dependiera la salvación de la Humanidad. Si olvidado de ti mismo haces cuanto puedes en tu trabajo, haces más que un emperador rigiendo automáticamente sus Estados, haces más que el que inventa teorías universales para satisfacer sólo su vanidad, haces más que el político, que el agitador, que el que gobierna.»

Asumo el riesgo de que se me llame ingenua, y confieso que, después de haber conocido deprimentes teorías existencialistas, para la pregunta «¿Qué es vivir?» me basta una respuesta tan sencilla y entusiasta como la que da Maragall —escritor que también vivió en el bombardeado siglo XX, como los ceñudos Sartre y Heidegger…—

«Vivir es desear más, siempre más; desear, no por apetito, sino por ilusión. La ilusión, ésta es la señal de la vida; amar, esto es la vida. Amar hasta el punto de poder darse por lo amado. Poder olvidarse a sí mismo, esto es ser uno mismo; poder morir por algo, esto es vivir. Sólo el que puede darse, el que ama, en una palabra, está vivo. Y entonces no tiene sino echar a andar. Ama, y haz lo que quieras
(MARAGALL, Joan: Elogio del vivir)

Reflexión que me lleva, de nuevo, hasta mi poeta lunático y su elogio del «trabajo gustoso», a mi Juan Ramón Jiménez, cuya neurastenia no le impidió escribir versos tan luminosos y vitalistas como éstos, que son mi poético consuelo y mi estímulo diario...

«No dejes ir un día
sin cojerle su secreto, grande y breve.
Sea tu vida alerta
descubrimiento cotidiano,
Por cada miga de pan duro
que te dé Dios, tú dale
el diamante más fresco de tu alma»

sábado, julio 01, 2006

AUTOMATISMOS






«Vivir es aquel impulso de ser, que en lo que ya es se resuelve en esfuerzo por ser más».
Tras este brillante inicio, Joan Maragall se dispone a denunciar que la mayor parte del tiempo no estemos suficientemente VIVOS, debido a nuestra tendencia –inhumana tendencia— a vivir a merced de cómodos automatismos:

«desde nuestra fe en Dios hasta el acto de cortarnos las uñas, pasando por el amor (o lo que llamamos amor), el Estado, las leyes, las costumbres, el arte, la ciencia, las palabras, los hechos, todo se nos vuelve automático».

Del abuelo al nieto (caso penoso, el de los Maragall, que pone en entredicho el «De tal palo, tal astilla») y de la Poesía a la Política... Numerosas encuestas nos indican que la política “no interesa” —véase el índice de abstención en el referéndum para el estatuto catalán— y mi corta experiencia ya me ha mostrado una opinión generalizada, al menos entre los jóvenes: «el país, la sociedad, el mundo, funciona y seguirá funcionando… por “inercia”, independientemente del gobierno y de las leyes que nos amparen...»
Y de la Política a las Relaciones Humanas. Tal vez deba preocuparnos aún más que el automatismo reine hasta en las relaciones humanas; hecho que advierte Natalia Ginzburg y que ha de alarmarnos, precisamente porque lo más grande no se sostiene sin lo más pequeño…

«Poco a poco ocurre que las relaciones humanas nos resultan hasta demasiado fáciles, hasta demasiado naturales y espontáneas, tan sin esfuerzo que ya no son riqueza, ni descubrimiento, ni elección, son sólo costumbre y complacencia, embriaguez de naturaleza.
Las relaciones humanas deben descubrirse y reinventarse todos los días. Debemos recordar siempre que toda clase de encuentro con el prójimo es una acción humana y, por lo tanto, es siempre mal o bien, verdad o mentira, caridad o pecado.»
(Natalia GINZBURG: Las pequeñas virtudes)

martes, junio 27, 2006

¿QUIÉN ENNEGRECIÓ EL ORO FINO?

La Perla, pequeña joya literaria de John Steinbeck,
o el relato sobre la imposibilidad de encontrar la felicidad en la materia, de cómo el hombre puede transformar un objeto luminoso, bello y prometedor en un elemento viscoso, negruzco y destructor; de cómo la aparente fortuna puede ennegrecer y dinamitar una vida...
Historia que me hace pensar en unas palabras del Eclesiastés, "¿Quién ennegreció el oro? ¿Por qué el oro fino perdió su brillo…?"

La promesa de la Felicidad —el hallazgo de la Perla— hermosísimo reflejo de perfección, parecía haber llegado al fin, como un milagro divino, hasta el hogar humilde de Kino, Juana y el Coyotito. La venderían y con los beneficios vivirían dichosos y tranquilos.
Porque aquélla que habían encontrado era «la gran perla, perfecta como la luna. La que recogía la luz purificándola y devolviéndola en argéntea incandescencia».
Pero ni su pureza inmaculada ni su luminosidad triunfante la salvaba de convertirse en materia vil en manos del hombre, obstinado en poner precios y cifras. Una vez abierto el caparazón de la ostra, la Perla se convirtió en un objeto visible y codiciable, motivo de envidia y de recelo para el pueblo; motivo de inquietud y de temor para la familia Kino. Podía perderse. Podía robarse.

Y «la esencia de la perla se combinó con la esencia de los hombres y de la reacción precipitó un curioso residuo oscuro».

El bueno y honrado Kino se convirtió en enemigo de sus vecinos, en asesino, en avaro, en fugitivo. Y el disparo de un ladrón mató a Coyotito, su único hijo.

La hermosa joya, la Gran Perla, la Perla del Mundo se volvió «fea, gris, maligna». Kino no podía librarse de «su música, melodía de locura».
Afortunadamente, Juana aún permanecía al lado de su marido, viendo temblar su mano, antes de que éste echara el brazo hacia atrás para arrojar la Perla, con todas sus fuerzas, para devolverla al fondo del mar, donde volvería a ser hermosa.

jueves, junio 22, 2006

LA SEÑORITA FLORA EN LA VENTANA

Del periplo del industrioso, andarín e imaginativo Alfanhuí —el que tenía «los ojos amarillos como los alcaravanes», amigo de los colores y de los lagartos— me he quedado, entre otras, con una imagen patética y hermosa: el hallazgo de una ventana en la que, hace años, alguien pintó una mujer, la señorita Flora. A medida que pasa el tiempo sus colores van diluyéndose y confundiéndose con la fachada
Prosa poética que, además de traerme la imagen de la melancólica “mujer ventanera” de C.Martín Gaite -oculta entre los visillos, mirando ávida hacia la calle- también me recuerda una frase terrible que dice mi madre: "A medida que nos hacemos viejos, nos vamos desdibujando; los viejos se confunden con el paisaje, nadie los ve..."

«Con los brazos puestos en el dintel de esta ventana habían pintado una señora. Esta señora estaba esperando marido. Tenía las carnes laxas y unos cuarenta y cinco años. Acaso esperaba desde sus quince. Una señora rosa y malva que aún no había recogido en negros paños sus carnes y sus bellezas y esperaba aún, como una rosa deshojada, con sus coloretes desvaídos y su sonrisa artificial, amarga como una mueca (…)
Esperando, esperando, mientras la lluvia le borraba el rostro y la mantilla de punto y lana azul. Mientras el tiempo caía resbalando como una sombra clara, por su figura, alisándola, confundiéndola con la ventana, con la pared, con el viento. ¡Ah, el tiempo, el tiempo! Que la convertía en un fantasma vago, inmóvil en su pared, ajándola como una flor desesperanzada, mientras las verduleras chillaban en la calle a su cuadrilla de hijos y a duros manotazos, los volvían a razón. Mientras se vendían ajos, puerros, cebollas, zanahorias, que luego llenaban la calle con el olor grosero de las comidas. Mientras todos chillaban y se movían en una vida vulgar y maciza, llena de chismes y de carcajadas (…) La señora pintada, malva y rosa, con su mantilla de punto y lana azul seguía mirando hacia Pinto. Seguía mirando, esperando, con su sonrisa artificial. Se llamaba Flora. La señorita Flora. ¡Qué melancolía!»

(SÁNCHEZ FERLOSIO, Rafael: Industrias y andanzas de Alfanhuí)

martes, junio 20, 2006

INTER-ESADOS


El interés como principio del amor no estaría nada mal si lo concibiéramos en el sentido antiguo del término...
INTER-ESSE, en un origen significó «estar entre», «estar metido dentro», «participar»; más tarde, se aplicó a la cualidad de llamar la atención, de donde surge el afán de vivir hacia el objeto (o sujeto) que tan fuerte atrae.
[*Por si es verdad que una imagen vale más que mil palabras, Katharine Hepburn y Spencer Tracy expresan mucho mejor lo que yo trato de explicar]
Entendido así, el interés es hermano del importar, término que curiosamente también tiene un doble sentido, uno materialista y otro sentimental y/o intelectual:
«Importar, significa «introducir en un país cosas, tales como mercancías, costumbres, de otro». Pero que algo importe a una persona quiere decir que traslada su interés de un lugar a otro. Lo importante les afecta porque les llama (la atención), obliga a estar pendiente de ella, seduce, arrastra
El bueno de Covarrubias en su erudito y gracioso diccionario Tesoro de la lengua castellana (1611) da a la palabra “interés” el significado al que hoy estamos acostumbrados («el provecho, la utilidad, la ganancia que se saca o espera de una cosa») pero no se priva de añadir un apunte moral sobre la inconveniencia del interés utilitarista:
«El interesse es la polilla de la virtud. Por esso dixo Nuestro Redemptor que al que atesora en el cielo, está seguro de la polilla (...) y es mucha razón, pues nos ama Dios sin interesse, le correspondamos en el amor a lo menos en grado de proporción assí como Él nos ama, sin tener respeto a la ganancia que por amarnos le venga»
El D.R.A.E, mucho más soso, sólo ofrece -en cuarto lugar- una escueta acepción al interés más inútil y, por eso, más deseable, la "Inclinación del ánimo hacia un objeto, una persona, una narración, etc".
Si yo valiera para lexicógrafa... pediría permiso para añadir "no orientado al provecho ni al beneficio, sino al vivir en y para el objeto de interés".

viernes, junio 16, 2006

CIGARRAS Y HORMIGAS

"No creo que por ser más escéptico, pesimista (que no realista) o prosaico uno sepa más de la vida ni del amor", he contestado esta mañana a alguien que sostenía que el amor no es más que una "suma de intereses", un medio para "autorrealizarse", y que lo sentía por los que, como yo, aún no "se habían dado cuenta"...
Ejemplos tiene la Historia de que grandes sabios fueron felices y amaron. Pero el mundo se nos está llenando de Hombres Prosa, de gente aferrada a la creencia (ignoro si por motivos de peso o no) de que todas las relaciones humanas se pueden explicar con el refrán «Por el interés te quiero Andrés.». Allá ellos, yo no me meto, lo que no tolero es que se empeñen en “abrirnos los ojos” cuando ya los tenemos abiertos, aunque no veamos lo mismo.

Me he acordado de una obrita de teatro de Santiago Rusiñol, Cigarras y Hormigas, en la que al fin se hace justicia con la cigarra de la fábula. Aquí las Cigarras encarnan a los hombres de letras, con nombres tan ilustrativos como Coplas, Miserias, Fantasías y El Ermitaño; y las Hormigas están representadas por materialistas y desengañados cosechadores apodados como El Hereu o El Vianda. Las cigarras viven alegres, confían en sus semejantes, son generosas y aunque (como los poetas) se mueren de hambre, se contentan con el alimento espiritual. Las Hormigas están malhumoradas, son avaras, recelosas y sólo alzan la vista al cielo cuando hay amenaza de sequía. Entonces, sólo entonces, acuden a las Cigarras para pedirles que, con sus cantos, invoquen a la lluvia.
El Ermitaño les alecciona con esta sabia advertencia:

No es a mí a quien tenéis que creer. En vez de grano tenéis que atesorar esperanzas, para tenerlas en las horas de angustia, tenéis que ser avaros de fe, y no de oro, que el oro no calma la sed; no debéis vivir de prosa, que la prosa sólo sirve para los días en que tenemos lluvia; pero se necesita la poesía para los días secos de la vida”.

¡Larga vida a las Cigarras! (exclamo, al dejar estas líneas)

martes, junio 13, 2006

AMOR, LEY Y MATRIMONIO


En ciertos comentarios a valiosos bloggs de resonancias lewisianas, defender el matrimonio por amor se ha convertido en una mera actitud romántica, un tanto frívola; equiparable a justificar un crimen o un adulterio “por amor”. Así, se ha hecho una llamada a la sensatez y a la decencia; para acudir al matrimonio no cabe otro motivo que el de respetar la ley que dicta el código canónico: «Es lícito acudir al matrimonio siempre que no haya impedimentos que lo hagan inválido o nulo».

Se me antoja que resulta demasiado fácil cumplir este requisito. ¿Por qué tantas personas, sin embargo, desertan al poco o al mucho de casarse?

Es cierto, como nos recuerda Rougemont y Beades, que el matrimonio por amor, "sólo lleva de moda un par de siglos, y sólo en Occidente". Nosotros, siguiendo con la terminología lewisiana, al justificar el contrato matrimonial a través del amor, nos hemos convertido en idólatras de Eros, del juguetón Cupido (y de ahí los resultados). Pero tampoco puede negarse que nuestros antecesores al acudir al matrimonio no estuviesen adorando a otros dioses. Los padres determinaban el contrayente sin preguntar a los hijos, justificando su elección en intereses económicos, dinásticos o políticos. ¿Y no eran ellos idólatras del Becerro de Oro, no eran idólatras de Júpiter, dios del Poder?

El código legislativo actual no puede hablarnos de amor, aunque curiosamente algunos juristas no dudan en hacerlo (para René Savatier el contrato matrimonial es «la traducción jurídica del amor»). Sin embargo, una Ley muy antigua -en la que seguimos confiando- está fundamentada en el Amor: los Mandamientos de la Ley de Dios se resumen en uno, «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».
Y en libros también muy antiguos se hace hincapié en el amor entre los esposos. Ya en el Génesis se dice «Amaba Jacob a Raquel…y sirvió Jacob a Raquel por siete años, que le parecieron sólo unos días, por el amor que le tenía» (Gen 19, 18, ss). Cuando la madre de Samuel se quedaba sin hijos y se entristecía por ello, su marido, Elcana, le decía: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón?¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?» (1 Sam, 1,8)
Particularmente, yo me aventuro a pensar que es el amor -y no Eros, ni la decencia, ni mucho menos el sentido común- quien mueve a C.S. Lewis al loco deseo de perpetuar su vínculo matrimonial más allá del cumplimiento del código canónico, más allá de la muerte:
"Éramos uña y carne. Ahora la uña se ha separado de la carne, no vamos a pretender que el dedo esté completo. Seguiremos casados, seguiremos enamorados. Y por tanto, seguiremos sufriendo. Pero, si nos aclaramos con nosotros mismos, no vamos a estar buscando el dolor por el dolor. Cuanto menos, mejor, para que el matrimonio se conserve. Y cuanta más alegría pueda haber en la unión entre un vivo y un muerto, mejor también."
(C. S. LEWIS, Una pena en observación)

jueves, junio 08, 2006

ROSA KRÜGER

Teodoro Castells, narrador de un rosario de leyendas populares y de historias míticas contadas al calor del fuego; peregrino de barro que cae y se levanta, moldeado poco a poco por la Divinidad y por el recuerdo de una visión fugaz y redentora —una alegre y sencilla alsaciana, con «una infantil y luminosa hermosura» que un día le ofreció su croissant—, a la búsqueda escarpada de su nombre inolvidable y poderoso: "Rosa Krüger". La larga espera no fue en vano, como tampoco lo fue la que dedicó Penélope a Ulises, ni los siete años en Siberia que padeció Raskolnikov para enmendarse y regresar hacia Sonia. Y la búsqueda fue mutua. Porque ella no sólo encarna el amor ideal, sino también ese afán amoroso que expresó Pedro Salinas en unos versos célebres: "Es que quiero sacar de ti/ tu mejor tú/ ese que tú no viste y que yo veo"...

ROSA KRÜGER. O la angélica "nadadora" que salvó a Teodoro Castells del fondo de un océano turbio y le descubrió "la nueva criatura que ya era" desde aquel preciso momento en que fijó en él "sus grandes ojos límpidos de niña".

Doy las gracias a Teodoro Castells, a Rosa Krüger y a su creador, Rafael Sánchez Mazas. También a mí me hubiera valido la pena esperar media vida para oír esta historia. Pero tuve la fortuna de que "alguien" me la entregó antes. Me acompañará, pues, en mi juventud y, espero, hasta la vejez, el peregrinaje errático de Teodoro, la risa pero también la «Melancolía trascendental de Rosa», razón de su especialísima visión del amor:

"-Teodoro, ves que soy tan alegre. Pues no te inquietes si a veces, cuando estemos casados, me ves un poco triste. No será por ti. Será de pensar lo pronto que se nos va esta vida, lo poco que valen la felicidad, la belleza, la fortuna, lo pronto que nos llega el más allá, la presencia de Dios ante la cual valdremos tan poco. El amor vale, Teodoro, si para esta vida y para la otra nos hace mejores. Y si no, no es verdadero amor. Si no me hubieras gustado yo no te hubiera nunca dicho que sí. Soy una muchacha cualquiera, una mujer de carne y hueso. Pero aunque me gustaras yo no me hubiera enamorado de ti si no te hubiera oído que por mí, por haberme visto una vez, habías querido ser mejor y habías dejado de pecar."

(SÁNCHEZ MAZAS, Rosa Krüger)




sábado, junio 03, 2006

NECIAMENTE EDUCADOS


Las 8:30 de la mañana. Entro en una cafetería. A pesar del sueño intento ofrecer una sonrisa —«Buenos días. Disculpe, sería tan amable…» La camarera me mira con cara de asco y me da la espalda, no sin antes dar un bufido. Después de conseguir pedirle, por favor, un café con leche bien largo de café, me trae leche manchada, —«Ah, le había pedido…bueno, no importa, gracias…» Me pone mueca sarcástica y grita: «Qué? ¡¡No está a tu gusto***!?» Llego a la universidad. He de pedir un resguardo en Secretaría. —«♪Buenos días♪». Silencio. Y repito: —«Buenos díaaas». Silencio. Al fin me responde una voz agria: —«***Que te esperes». Silencio. Doce eternos minutos de invisibilidad absoluta frente a una melena rubia echada sobre el teléfono. Oigo que habla de una tal Rosa que se ha comprado un palacete en las afueras pero que es tan boba que no sabe que su marido la engaña con Luisa. Al fin alza la mirada. —«Hola, buenos días, venía a recoger el resguardo…»; Por respuesta obtengo, a secas, un «No. Estoy ocupada». Y otra vez la melena rubia sin cara, que adivino de hastío. —«No se preocupe, si ahora no puede atenderme ya pasaré en otro momento». Esta vez me mira, con cara de indignación, como queriendo decir «Y a mí qué me cuenta ésta».
[***: improperios varios; : gesto amable, ♪: tono suave]

Qué pena. Al final va a ser cierto lo que decía un personaje de Carmen Kurtz, la educación «es un lastre terrible». Contra lo que nos enseñaron nuestros padres y burlando a lo que en un futuro inculcaremos a nuestros hijos, los buenos modos no te llevan a todas partes. Porque en todas partes hay ineducados, y a éstos no hay nada que les repugne y fastidie más que el trato amable y exquisito.
Pero perseveraremos, aunque sólo sea para perpetuar otra de las características que nos diferencian de los simios…

«En cierto modo la educación, los modos heredados de generaciones de gente educada y de buenos modos, es un lastre terrible. Gala y yo somos cobardes, incapaces de dar un chasco. Es más, somos neciamente educados. Porque ser educado tendría que representar una ventaja, y siempre que uno trata con ineducados se convierte en un inconveniente

(Carmen KURTZ, Las algas)

miércoles, mayo 31, 2006

POETA LUNÁTICO...


Las cartas entre escritores son un documento de lo más interesante y entretenido…
Esta carta de María Martínez Sierra escrita a Juan Ramón Jiménez en 1905 deja ver, por ejemplo, esa virtud tan femenina de la venganza verbal (en cierto modo, bélica) a través de la sutil ironía (a veces no tan sutil)… pero también el irremediable y generoso amor que le inspiraba su "poeta lunático, embrujado amigo"...
«Bicho infame, poeta del demonio ¿ahora salimos con que mis cartas “van llenas de rellenos por falta o por sobra de sinceridad”? ¿A qué llama V. rellenos, grandísima fiera, o qué cartas hay que escribirle a V. para que le agraden? ¿Quiere V. que me sienta lunática como Georgina y que le hable de suspiros y lágrimas, o quiere V. que le diga, como Acebal a mí que tengo nostalgia y no sé qué? Eso en primer lugar sería mentira, y en segundo literatura, y le quiero a V. demasiado de veras para gastar literatura en decírselo…es decir “le quería” a V., porque ahora estoy tan indignada que casi me alegro de que Madrid esté a quinientas leguas de Bruselas.
¡Muy bien! Así se paga la buena amistad: yo escribiendo cartas tan
horriblemente cariñosas, que casi me conmueven a mí misma, cuando las leo para poner las comas en su sitio, y el…muy calamidad que las recibe quejándose de la “sobra de sinceridad” que, leyendo entre líneas, supongo yo que significa falta de cariño.
Entonces ¿qué voy a decir yo de las cartas de V., que lo mismo pueden ser para mí que para el moro Muza, en las que hay que buscar con lentes una palabra de cariño, en las que ni una vez se le ocurre a V. decirme que me echa de menos? [...]

Celebro que haya V. dejado el suicidarse para el otoño próximo: para entonces estaremos nosotros de vuelta en España. Y verá V. como tomando juntos unas cuantas tacitas de té, encontramos alguna razón poderosa para suspender la tragedia definitivamente. [ …]

sábado, mayo 27, 2006

RETAHÍLAS PIDEN RETAHÍLAS


El comentario del poeta Jesús Beades sobre la posible gestación de una “Generación Blogg” me ha hecho pensar en esta nueva forma de comunicación.
Alguien me explicó que el Blog era como un diario personal (que ha abierto su cerrojo, en este caso). Trapiello decía que “escribimos un diario porque no somos personas enteramente felices. La felicidad excluye toda escritura de esta naturaleza.” Pero yo creo que no, que la felicidad se consigue a través del ofrecimiento, del dar, del crear: "felicidad", en su acepción antigua significa ser fértil, engendrar.
Y la escritura, entendida como un “servicio a los demás” (dijo E.García Máiquez), está destinada a cumplir el requisito de fecundidad, de felicidad.
En realidad, el Blog no tendría sentido sin el afán de salida, de búsqueda del otro. Y lo que más me encanta es la voluntad de cada “blogger” de ofrecer a los demás un pedazo de su mundo –pensamiento, poesía, imaginario, humor-, y convertirlo en diálogo, en una inmensa “red”de diálogos. No puedo evitar traer algo de Retahílas, novela hablada y espléndido canto a la comunicación humana.
La autora defiende que es la presencia del otro, real o inventada, lo que facilita la expansión verbal. Eulalia dice "hablar es inventar, lo pide el que escucha". El interlocutor que goza de lo que oye. Y Germán, "tus historias me gustan", "me gustan las historias contadas con esmero y son las únicas que me creo", personaje que insiste en el cañamazo del diálogo: "recoger la palabra del otro y meterla en la frase siguiente propia", y reconoce que le cuenta a Eulalia porque "me das pie, porque retahílas piden retahílas"
"Los que hablan tejen algo en común. Al hablar perfilamos, claro que sí, inventamos lo que antes no existía, lo que era puro magma sin encarnar, verbo sin hacerse carne, lo que tenía mil formas posibles y al hablar se cuaja y se aglutina en una sola y única, en la que va tomando; poder hablar, Germán, es una maravilla"
(C.MARTÍN GAITE, Retahílas)

viernes, mayo 26, 2006

EL HOMBRE ES UNA BURBUJA


No quisiera pasar un día sin tener presente que la continuidad de esta vida, la mía y la de los que me rodean, es tan quebradiza como azarosa. De hecho, como diría mi querida Carmen Martín Gaite, “lo raro es vivir”. Pero cabe la esperanza y la voluntad de que no habrá sido en vano. Erasmo de Rotterdam nos lo recuerda acudiendo a un pasaje de la Ilíada, gran obra que funde épica y lírica magistralmente...


El hombre es una burbuja (Homo, bulla).
Este proverbio nos avisa que no hay cosa más frágil, más fugaz, más huero que la vida humana. Bulla, en latín, vale en romance por aquel glóbulo lleno de aire, inane, que se forma en la superficie de los líquidos que, en un momento, aparece y se desvanece. […] Al símil de las burbujas allégase aquella noble comparación de Homero a las caedizas hojas de los árboles. Así habla Glauco en el libro VI de la Ilíada: «Tal es el linaje de los hombres, como el de las hojas que el viento desparce por el suelo; pero muy luego la selva, reverdeciendo, las saca nuevas, así que el aura primaveral soplare
.»”
(Erasmo de ROTTERDAM, Adagios)

jueves, mayo 25, 2006

LA FELICIDAD DEL ARTISTA


Desde el romanticismo, el artista moderno se siente único; ser privilegiado en sus capacidades sensibles y reflexivas; criatura dotada de una aguda conciencia de la Vida y del Mundo, de la Belleza y del Dolor, de Visible y de lo Insondable. Y se regocija en la (vana) creencia de que su vivir es más auténtico que el de los insensibles, el de los superficiales, o simplemente, el de la “gente” corriente.
En el intrincado deambular bajo la noche toledana que nos ofrece Carmen LAFORET en Al volver la esquina, Martín toma conciencia de que la felicidad sencilla “de los otros” es, probablemente, más razonable que su trascendental y perenne inquietud.

Pero me atrevo a suponer que Martín, como tantos artistas, filósofos y poetas, renunciaría a la Felicidad antes de someterse a una vida mediocre...

Nadie me consideró loco en el sentido que lo decía Anita, hasta la noche toledana. En realidad yo era loco, si ser loco quiere decir tener un mundo íntimo distinto al de los demás, pero mi locura terminaba en los límites de mi frente. En la vida era cauto, tranquilo, y no me había batido nunca con los molinos de viento. Prefería escaparme de la gente que oponerme a ella con una lógica mía que sabía diferente de las personas que me rodeaban. Quizá no me gustara el mundo ni el tiempo que me había tocado en suerte vivir, pero tampoco acababa de darme cuenta de ello si era así. Pasaba distraído entre la gente de la calle y entre gentes que veía a menudo también. A veces, los notaba tan seguros con sus intereses pequeños, tan felices con sus logros, que pensaba que quizá tuvieran razón todos menos yo. "

(CARMEN LAFORET, Al volver la esquina, cap.V)

LA COMEDIA HUMANA


William SAROYAN (1908-1981) es el autor de La comedia humana, bellísimo relato sobre la vida cotidiana en una pequeña población de California. La Segunda Guerra Mundial es el oscuro telón de fondo sobre el que brilla Ithaca, patria mítica y hogar universal de todos los soldados que están en el frente, remanso de paz, de inocencia y de humanidad en medio de un mundo caótico y absurdo. Espléndido mosaico en el que se entremezcla lo bueno y lo malo, lo trágico y lo cómico, lo banal y lo trascendente del ser humano:

La madre de Homer, personaje de singular hondura, advierte a su hijo que «no hay que tener miedo de los hombres», «el mundo está lleno de criaturas asustadas. Y como están asustadas, se asustan entre ellas. Intenta entender. Intenta amar a todo el mundo que te encuentres». Enseñanza que toma también de Grogan, sabio e impenitente bebedor del que muchos se apartan al verle venir zigzagueando por la calle. De su voz ebria recibimos una preciosa lección de humanidad y de humildad, a mi modo de ver.

"El señor Grogan fue a su silla y se sentó. Al cabo de un momento miró al chico que estaba al otro lado de la mesa, no sentado sino de pie. –Me siento mucho mejor cuando estoy borracho. – Luego sacó la botella y dio un buen trago.- No voy a decirte que no bebas nunca. No voy a decir, como dicen algunos tontos, “Aprende la lección de mí. Mira lo que me ha hecho la bebida”. Pues bien, déjame decirte algo. Ten mucho cuidado con todo lo que tenga que ver con las personas. Si ves algo que estás seguro de que está mal, no estés seguro. Si se trata de personas, ten mucho cuidado. Me perdonarás, pero tengo que decírtelo, porque eres un hombre a quien respeto, así que no me importa decirte que no está bien criticar la forma en que es nadie. A medida que un hombre se acerca al final de su época se alegra por las personas a las que conoce que van a continuar en el mundo cuando él se vaya. ¿Puedes entender lo que te estoy diciendo? […] Te estoy diciendo esto: da gracias por ser quien eres. Sí, por ser quien eres. Da gracias. Entiende que un hombre es algo por lo que él mismo puede dar gracias y tiene que dar gracias. Da gracias porque el hombre que eres tendrá la confianza de unos totales desconocidos."
(William SAROYAN: La comedia humana, El Acantilado, 2004)