sábado, diciembre 22, 2007

EL TESORO DE LA FILOLOGÍA

En un momento determinado los estudiantes de Filología se enfrentan a la terrible pregunta, y el caminito se bifurca en dos: ¿Lengua o Literatura? Se dice que los más pragmáticos se van por la lengua o la lingüística. Algunos de ellos se entusiasman con teorías chomskianas. Otros con los catálogos lexicográficos. Mi amiga Marga hace una admirable tesis sobre verbos inergativos. Para gustos, los colores. En mi atrevida ignorancia, se me antojaba que en aquellas teorías presuntamente científicas se obviaba siempre el componente semántico. Al ser el significado de las palabras tan variable y a veces arbitrario, al estar tan ligado a la dimensión emocional, psicológica o espiritual del idioma, es el más escurridizo y temido en la investigación lingüística. Así que cuando el profesor nos decía que tal o cual formulación no solucionaba por completo el problema, yo pensaba: ¡Claro!, porque dan escobazo a la semántica! De haberme dedicado a la lengua, pues, me habría ido por las ramas y por los cerros de Úbeda, o sea, hacia la Gramática Histórica, la Historia de la Lengua o la Etimología.

De ahí me predilección por el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias, regalo que he recibido hace unos pocos días con gran ilusión. Ajeno a los tecnicismos tan neutros como académicos, el canónigo toledano ofrece unas definiciones sabrosísimas, en las que combina gracia castellana y erudición grecolatina; mete baza faltando a lo políticamente correcto o se desentiende a la brava si el asunto le compromete; aventura unas etimologías más que dudosas, y prodiga refranes, modismos, anécdotas, un sinfín de citas literarias.
He pensado en iros ofreciendo, sin rigor alguno -como haría Covarrubias- algunos retazos de las definiciones que voy encontrando al azar.


OJO. Lat. oculus; son los ojos la parte más preciosa del cuerpo, pues por ello tenemos noticia de tantas cosas. Ellos son las ventanas adonde el alma suele asomarse, dándonos indicios de sus afectos y pasiones de amor y de odio. Son los mensajeros del corazón y los parleros de lo oculto de nuestros pechos.
PENSAR. Es imaginar o revolver alguna cosa en su memoria, del verbo latino pensare, frequentativum a pendendo, que es pesar con peso alguna cosa, porque el que piensa pondera las cosas, y así se hace mejor de pensado que de repente.
MORISCOS. Los convertidos de moros a la fe católica, y si ellos son católicos, gran merced les ha hecho Dios y a nosotros también.
HECHIZAR. Cierto género de encantación con que ligan a la persona hechizada de modo que le pervierten el juicio y le hacen querer lo que estando libre aborrecería (esto se hace con pacto del demonio expreso o tácito); y otras veces, o juntamente, aborrecer lo que quería bien con justa razón y causa, como ligar a un hombre de manera que aborrezca a su mujer, y se vaya tras la que no lo es [...] Este vicio de hacer hechizos, aunque es común a hombres y mujeres, más de ordinario se halla entre mujeres, porque el demonio las halla más fáciles, o porque ellas de su naturaleza son más vengativas y también envidiosas unas de otras.
SOSPIRAR. Sacar el espíritu de lo profundo del pecho, con significación del dolor y ansia que padecemos. Algunas veces es indicio de desear alguna cosa con grande ahínco. Los suspiros es pasión muy común a los enamorados; y así dan al suspiro diferentes significaciones y epíctetos; yo no quiero embarazarme en esta materia.

jueves, septiembre 06, 2007

LÉXICO FAMILIAR

Recuerdo que las pocas veces que caí en cama de niña me gustaba oír el rumor de las voces familiares que venía del fondo del pasillo, el ruido de los platos en la cocina, la tele eclipsada por las carcajadas de mi hermana mayor, la voz grave de mi padre, el taconeo nervioso de mi madre; y me entretenía reconociendo y catalogando todas aquellas frases, gestos, expresiones y ruidos comunes a nuestro particular léxico familiar. Entonces, todo aquel barullo que normalmente me parecía pueril y hasta agobiante, se me volvía extraño y bonito, digno de ser recordado. Estimulada por la fiebre, que siempre me pone trágica, escribí: “Cuando llegue el momento quisiera morir así, oyendo el rumor de voces familiares, los pasos de una hermana que desde su cuarto se acerca al mío, golpea la puerta entreabierta y se asoma con cara de sorna para decirme, sin la menor compasión: '"Chata, estás hecha un pingo…". Me queda el consuelo de que el aforismo de JRJ ampara, en cierto modo, mi absurdo pensamiento:

Hablemos todos y escuchemos, en nuestra corta vida, todo lo que podamos y sobre todo a los que queremos y a los que nos quieren, que cuando estemos muertos, el tiempo infinito, no podremos hablar ni escuchar más.
Y qué no daríamos entonces por decir, por escuchar una palabra querida, una palabra cualquiera.


Años más tarde, atraída por el sugerente título, me hice con Léxico familiar, y como Arp, disfruté muchísimo. Aunque al principio extraña, por la sensación de haber entrado en casa ajena en plena reunión familiar, poco a poco vas conociendo y apreciando el lenguaje inconfundible de los Ginzburg, su particular reconquista de una vida en común hecha de frases y conductas repetidas, ese fondo de palabras y voces tan arraigadas que resiste al paso del tiempo y a la distancia. Lo mejor es, tal vez, que ni el más atento lector podrá descodificar completamente ese lenguaje, a no ser que formara parte de aquella singular familia italiana....

«Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia, nos basta con decir: “No hemos venido a Bérgamo a hacer campamento” o “¿A qué apesta el ácido sulfhídrico?”, para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a aquellas frases, a aquellas palabras. Una de aquellas frases o palabras nos haría reconocernos los unos a los otros en la oscuridad de una gruta o entre millones de personas. Estas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados, son como jeroglíficos de los egipcios o de los asirio-babilónicos: el testimonio de un núcleo vital que ya no existe, pero que sobrevive en sus textos, salvados de la furia de las aguas, de la corrosión del tiempo. Esas frases son la base de nuestra unidad familiar, que subsistirá mientras permanezcamos en el mundo, recreándose y resucitando en los puntos más diversos de la tierra.»
[Natalia Ginzburg: Léxico familiar, Lumen, pp. 39-40)

viernes, agosto 24, 2007

CONVERSIÓN OTOÑAL

Como toda ciudad de provincias, Tarragona tiene una plaza de moda a la que hay que acudir por lo menos dos veces por semana para estar integrado en el mosaico urbano. La Plaza de la Fuente es rectangular y las terrazas —situadas a lado y lado— son puntos privilegiados para observar a los conocidos que caminan por en medio a través de una improvisada pasarela sin demasiado glamour. En verano la plaza se convierte en un hervor de camareros danzando entre cervezas espumosas, miradas de reojo y chismorreos a media voz. A menudo sucede que, después de estar dos horas con un grupo de amigos, apenas se ha hablado de los allí presentes, ni de nada en concreto en realidad. Al llegar todos buscan el mejor puesto vigía para tomar un refresco a la vez que se asiste al paso de las gentes de las que se hablará sin discreción -aunque estén sólo dos bares más allá- ni malicia -porque nunca se "pretende" criticar-. Así se consumen las tardes y las noches estivales, y así la vida de los otros va pasando de puntillas entre las mesas, quedándose atrapada en los breves paréntesis, cuando se deja un momento la horchata en la mesa —«Ah, mira, ése no es C? Me dijo L. que ahora está saliendo con M.»— y se vuelve, perezosamente, a dar un sorbo y a mirar alrededor, porque los capítulos rosas suelen ser muy parecidos y se agotan pronto. Entonces se hace muy difícil hilvanar una conversación porque el interlocutor, pendiente del ir y venir de tanta gente conocida, no puede escucharte y mirarte a la vez, o seguir el hilo más de tres minutos seguidos. Es como pretender conversar con alguien que está viendo la televisión. Para mí lo peor es que esas vidas ajenas —como el recuerdo de tantos encuentros en la Plaza— se quedan en puros esquemas mal trazados, abalorios sin enhebrar, frases inconexas que no pueden meterse en guión alguno. Todo tendrá que ver, tal vez, con esa búsqueda de la diversión (o de la dispersión) propia de las vacaciones que, a la larga, cansa. Fenómeno que entiendo mejor gracias a unas palabras que encontré ayer en Julián Marías:

«La palabra “di-versión” viene del verbo "vertere", volver o volverse. La di-versión quiere decir en su sentido primario apartarse de algo y, por tanto, volverse hacia otra cosa. El correlato de la di-versión es la con-versión: me aparto de una cosa y me convierto o vuelvo a otra.»
(Julián Marías: La felicidad humana)

Por eso este año miraré con buenos ojos la llegada de septiembre, como una hermosa conversión otoñal, como un íntimo regreso a uno mismo; palabra que no andará muy lejos de la conversación, de ese volver los ojos al interlocutor cercano y a las historias enhebradas en plazas silenciosas; de ese regresar al blog y a vuestras retahílas amigas.

miércoles, junio 06, 2007

DESDÉN Y CIELO

Se me ha olvidado hacer versos; mi nombre no me suena; por lo tanto, he muerto.

Le mando flores de almendro, elegías, y el cielo que tengo dentro de los ojos, de un azul-María-O.
Había empezado a distraerme de la investigación tomando citas como éstas del Epistolario completo de Juan Ramón Jiménez cuando Enrique G-M nos invitó a unas estupendas tertulias literarias ovetenses. Empecé con la de JRJ. Me gustó mucho escuchar voces actuales que recuerdan al poeta, que le vuelven a traer al corazón desde la moderna pantallita youtube. Las mujeres se pusieron de parte de la extraordinaria Zenobia, enamorada de un gran poeta inútil para las tareas prácticas, pero nada dijeron de aquellos versos y flores, lástima; Almuzara recitó «Cielo», poema que desde hace años cuelga en el corcho de mi escritorio, para que cuando yo no vea más que un vago existir de luz, los versos lo eleven (y me eleven) hasta su nombre. José Havel comentó lo que más le divertía del poeta, precisamente aquello en lo que andaba entreteniéndome. Él dijo "su mala leche"; yo digo también "su mal genio disfrazado de ironía", algo que manejaba muy bien su amiga María Martínez Sierra, como hace tiempo mostré.

Además de lo graciosas que me resultan algunas de estas cartas, me quedo con ciertas advertencias que de ellas se desprenden:

1º) Hay que contestar siempre las cartas y visitas de un poeta.

Mi querido Gregorio: veo que todas mis cartas de ahora son cartas para el Congo; no me extraña: ahora no nos servimos —o no queremos— para nada […] Yo estoy en el campo, en idiota. Y como ustedes no me enteran de nada y no leo periódicos, lo ignoro todo […] Os quiere mucho, Juan Ramón. Supongo que se recuerdan ustedes que vivo en Moguer, provincia de Huelva.» (febrero de 1907)

2º) En caso de tener un novio poeta como Juan Ramón, asegurarse de que tu madre no esconde las cartas que te envía, contestarlas desde luego, y no tratarle nunca con desdén, que con desdén se paga. Eso le sucedió a su primera novia, Blanca Hernández-Pinzón, a la que el poeta despidió con palabras y consejitos líricos nada inocentes. Pobre Blanca.

Blanca,
Tu cartita no me ha extrañado tanto como tú pudieras haber creído; ya sé que eres educada de madres encantadoras de claustros. Al contrario, me ha servido para darte una lección de educación; cuando una persona dice a otra que desea hablar con ella, siempre debe ser atendida. Tenlo en cuenta cuando cualquiera te pida audiencia. Se puede cantar en falsete en coros angélicos, se puede colgar un cristo entre las enaguas, se puede llevar mal cogida la falda de un vestido malva, se puede lucir media negra y zapato claro y tener una mediana educación, mi querida vinatera.
Otra cosa: lo que yo quería decirte ayer es esto: necesito que me mandes todas mis cosas, pues pienso casarme dentro de unos meses y quiero que todo esto quede en mi poder, de modo que me haces un paquetito con todo lo que tienes de mí -cartas, libros, retratos, etc.-, desde el barquito que te pinté cuando éramos niños hasta esta carta de hoy, y, me mandas decir cuándo pueden ir a recogerlo de mi parte. Claro está que no me podrás devolver algunas cosas, por ejemplo todos los besos que te he dado. Yo en cambio, lo único que puedo devolverte es nada, pues tus cartas, única cosa que tenía de ti, están rotas hace tiempo por una dama, Luisa Grimm. Las últimas palabras que te dirijo serán también consejitos: no uses papel que parece métrico de peritos agrícolas; aprende en el piano a Beethoven o Schubert o Chopin o Schumann o Debussy, que esto siempre embellece la soledad y la vida, estudia después lengüecita, aunque sea francesa, que siempre es bueno, para que pueda mandarte gramática y libros, y procura bañarte todos los días y vestir con elegancia [...] Usa siempre con media negra, zapato negro, con media clara, zapato del color de la media. Péinate bien, y no te pongas, por Dios, esas batas...

(Moguer, 1901)

martes, mayo 15, 2007

EL CASO PETRITXOL

La tesis me ha permitido recordar, qué extraño, que mucho antes de querer ser filóloga, escritora o pintora, soñaba en convertirme en detective privado. En mis delirios infantiles me imaginaba en un enorme despacho lleno de álbumes con fotografías de sospechosos, libros, archivos y cajas llenas de pistas y herramientas; aguzando el oído, alerta ante lo que pudiera ocurrir, recorriendo calles enfundada en una gabardina oscura, sombrero y gafas ahumadas, pasando largos ratos de espera agazapada y atando cabos al final de la jornada en un café apartado del centro. Todo vino, creo, gracias a un librito para niños que teníamos en casa –¡lo que daría por recuperarlo o recordar su título!- en el que se explicaba el oficio con todo tipo de informaciones y trucos para llevar a término una pesquisa. A falta de clientes me busqué mi propio caso y empecé a andar tras la pista de un merodeador barbudo que rondaba mi casa. En un cuaderno tracé su retrato-robot y escribí detalles sobre su indumentaria, vehículo y las horas en las que aparecía; hasta le apodé con un nombre cazado al azar, "Petritxol", cuando ignoraba que así se llamaba la recóndita callejuela barcelonesa a la que uno llega guiado por su poderoso aroma a chocolate deshecho y pastas calientes. Lo único que temía era el momento de echar el guante al criminal, pero libre de complejos feministas decidí que de esa parte se ocuparía mi hermano, compañero de juegos y socio del proyectado gabinete. Un día "Petritxol" desapareció y no tuve más remedio que enrolarme en el mundo novelesco de la mano de célebres inspectores -Holmes, Poirot, Maigret- y enamorarme de los héroes que protagonizaban novelas de peligrosos contrabandistas, robos y asesinatos que sucedían en mansiones inglesas a lo Gosford Park mientras se celebraban fiestas y se fumaba tabaco de rapé y pipa. Nunca más me interesó la novela policíaca, pero últimamente me da la sensación de haber recuperado aquel entusiasmo inicial del caso "Petritxol". Sigo pistas, recojo apuntes dispersos que luego he de hilvanar, paseo entre notas al pie, recorro hemerotecas en busca de un hallazgo que arroje luz a mi modesto caso y saboreo la búsqueda -a veces costosa- con una mezcla de ingenuidad, alegría y misterio. Esta vez también me he servido de un librito; lo descubrí en casa de AnaCó. En él he encontrado huellas muy útiles y experiencias alentadoras:
No había en él ni principio, ni medio, ni fin. Solamente había ante él una amplia materia caótica, cuyas formas se vislumbraban vagamente en la niebla. A medida que algunas partes destacaban de las tinieblas, anotaba rápidamente sus contornos. A menudo, indicaciones breves, una palabra, un rasgo fugaz, un relámpago más que un pensamiento, un signo que señalaba que había que buscar por ese lado; de tarde en tarde alguna indicación precisa, y aquí y allá, como en las cacerías, una rama rota para encarrilarnos de nuevo, una promesa de retorno.
* * *
Lo principal es hacer lo que aconsejaba el viejo Eclesiástico: darse alegría en el trabajo, hacer gozar al alma en medio del trabajo.
(Jean Guitton: El trabajo intelectual, Rialp. 2005, pp. 60 y 155)

sábado, abril 28, 2007

DEFENSA DE LA MINORÍA (E)LECTORA

Ya pasó el día de San Jorge, y con él un torbellino de libros y rosas. Por sincero amor a la ficción y a las tradiciones, cada 23 de abril asisto con gusto al espectáculo efímero y disfruto imaginando que en esta era digitalizada y desenamorada los hombres vuelven a casa no sólo con la barra de pan, sino también con un libro bajo el brazo y que aún existen sensibles caballeros que buscan la mejor flor para su dama. Eso sí, siempre contemplo la escena a una distancia prudente; me acerco lo justo a los puestos, no sea que la carroza se convierta en calabaza antes de las doce: intento no distinguir los títulos sobre los que se abalanzan las gentes, ni fijarme demasiado en las rosas clónicas amontonadas en los cubos de las floristerías. Pero tras el vivir y el soñar, está lo que más importa, despertar. A medianoche viene la melancolía y sufro por todos esos libros que van a ser abandonados; por todos esos jarrones en desahucio hasta el próximo año y por los millares de autores que no fueron incluidos en las listas del magazine dominical y no han podido abrir el apetito de la masa y aliviar así el suyo. A la mañana siguiente todo ha parecido, en efecto, un sueño. Quedan las guirnaldas caídas tras la fiesta: puntos de libro que anuncian próximos best-sellers, pétalos marchitos en el suelo, banderitas ondeando lánguidas en los balcones, estantes a rebosar y pasillos vacíos en las librerías. Al pasear por las calles y toparme -como es habitual- sólo con tres o cuatro personas y con una o dos librerías, me olvido ya de la barahúnda de la jornada anterior, y me entusiasmo al pensar en esa minoría (e)lectora que elige, busca y rebusca en librerías recónditas o en catálogos infinitos de Internet hasta encontrar el libro que sólo una vez oyó y le interesó; libro que compra y lee con fruición aunque su autor jamás pise un plató televisivo ni firme en el Corte Inglés. Claro que este cantar no es nuevo. En los años 40 Pedro Salinas defendía a la minoría lectora y aborrecía tanto a los clubs o sociedades del libro como a las personas que, por comodidad, se privaban del gratuito lujo de elegir sus lecturas:
El fantasmón de siempre, el tiempo, empuja a muchos a olvidarse del derecho y, lo que es más grave, del deber, de tener en activo, ellos mismos, su facultad selectiva, y la abandonan perezosamente. Peligro, éste, de que la sociedad tutora, en lugar de estimular la actividad intelectual, moviéndola a operar por cuenta propia, la embote y la reduzca a un simple aceptar, mensual, automático, lo que han escogido los demás [...] Los intereses creados, entonces, empujan a los seleccionadores a elegir, con el pensamiento puesto no en el mérito puro de las obras en cuestión, sino en las probabilidades de que el gusto público acepte clamorosamente su fallo y el libro lo adquiera la gran mayoría de los abonados.
Así que no deberíamos agobiarnos tanto por el apabullamiento de novedades, listas y cientos de títulos que debemos leer para poder hacer un buen papel en la sociedad, sino por saber elegir, desbrozar, seleccionar, y guardar un poco de tiempo para leer y releer bien esos pocos libros elegidos. Y que eso nos baste:
Lo que conviene es conformarse: conformidad con el tiempo que nos es dado por providencia de Dios, conformidad con esa realidad que se nos impone de no leer en ese trecho temporal más libros que los que en él quepa leer, honda, fecunda y delicadamente. ¿Que no pueden ser muchos? Pues que sean buenos.
(Pedro Salinas: "Defensa de la lectura")

domingo, abril 15, 2007

DETRÁS DE LAS NUBES

Nunca pensé que no me haría falta tener nueve años para imaginarme allá por detrás de las nubes a los seres que se han ido al cielo, con rostros llenos de luz paseando entre mullidos campos verdes. Aunque es cierto que los ancianos con alzheimer dejan de reconocer a sus familiares, de un tiempo a esta parte no me preocupó tanto que ella no recordara nuestros nombres, sino más bien que sonriera y mantuviera los ojos abiertos o durmiera con gesto reposado y apretara la mano al notar la mía en la suya. Pero es hermoso saber que mi abuela ahora re-conocerá todo; volverá a conocer a su marido, a sus hijos, a sus nietos y biznietos; y esta vez para siempre.

Las palomitas de almíbar y el bizcocho, las tardes de tebeos en el balancín, su cara asomada en el cuarto de coser mientras remataba aquel conjunto azul que me encantaba llevar en verano, el "mi niña, me traes la caja de los botones", sus ojos atlánticos y la ansiosa espera del agosto para ir juntas a recoger las moras que trepaban tras la tapia, el relato de aquel baúl que trajeron de Canarias, los bailes y su “palmeeero sube a la palma/ y dile a la palmerita/que se asome a la ventana/que su amor la solisitaaa....”; sus hermanas Lucila y Luciana -la rebelde y la bendita- como sacadas de un cuento; la foto en blanco y negro de cuando era joven y novelera; la imagen del abuelo en la cocina preparando guisos e historias para chuparnos los dedos todos los miércoles, Garachico y los Realejos, su saludo alegre desde la ventana, las lanas de “la labor” interminable, el sombrero de paja. Y después los olvidos y la tristeza, la búsqueda constante y la dulzura de una sonrisa ocre, los impacientes “vamos, vamos” con su poco de mal genio que se evaporaba pronto, los suspiros de nostalgia y agradecimiento, su memoria tan embarullada como la madeja; y a pesar de todo, algunos rincones intactos. El enigma de aquella retahíla de palabras increíbles y frases descabaladas, de todo un lenguaje nuevo hecho de gestos, susurros y miradas que hubiéramos querido descifrar por completo. Y luego las siestas demasiado largas, y el paso cada vez más lento, y una mañana el silencio roto por la voz de su hija que en todo momento la arropó como su madre hiciera antaño con ella, mucho antes de saber que su vida renacería un día, entera, en la memoria y en el alma de los que nos quedamos aquí abajo, deseando que se aparten un poco las nubes.

lunes, marzo 26, 2007

LA MUJER Y SU SOMBRA

Últimamente me había parecido observar en mis trayectos en autobús cierta tendencia a la masculinización en buena parte de quinceañeras; no en su apariencia -pues lucen largas melenas con mechas, carmín y pestañas infinitas- sino más bien en su discurso cotidiano, especialmente cuando se refieren a las incipientes relaciones amorosas. Es sabido que las mujeres somos más críticas con nuestras congéneres, y por eso traté de ser justa y fijarme también en el discurso de los chicos: la impresión fue muy parecida, idénticos términos y eso sí, un tono algo más rudo. No digo que tengan que hablar como cursis personajes de novelas rosas ni que sea bueno el bovarismo, pero ya decía Antonio Machado que a las palabras de amor le sienta bien su poquito de exageración, esto es, su pizca de poesía, de lirismo y creación, qué sé yo, incluso les va bien su poquito de silencio, un espacio íntimo y secreto que no sea aireado a voces en el transporte público. En La mujer y su sombra Julián Marías diagnosticó una "crisis de lirismo"que afecta a hombres y a mujeres, y aun más a ellas, noveleras habituadas a ser seducidas por la palabra, a narrar(se) su vida sentimental:
«El amor consiste fundamentalmente en decirse cada uno al otro, forma radical de “darse” personalmente [...] El amor consiste muy principalmente en hablar, y el declive de la conversación lo afecta profundamente. Hace falta lo que solo en algunas épocas existe: un lenguaje amoroso. El amor ha usado siempre –o casi siempre- la seducción por la palabra, principalmente por parte del hombre. La palabra lleva al descubrimiento de un mundo iluminado por el reflejo del amor, y esto suele ser un poderoso vehículo de su realización.»
(Julián Marías: La mujer y su sombra, 1987)
También para Carmen Marín Gaite el que no acierta a contar a otro o a contar a sí mismo una historia de amor, acaba dándose cuenta de que esa historia no ha existido. Por eso lamentaba que la desmitificadora juventud se escabulla de la "retórica amorosa" con el mismo ahínco que sus antepasados ponían en silenciar el acto carnal, y la sustituya por una nueva "retórica del desarraigo".
Y claro, a menudo al bajar del autobús me viene la nostalgia de aquel cantar de Augusto Ferrán que dejé copiado en mi agenda de BUP, para mantenerme a salvo:
Hay cuentos que no son cuentos
y que son una verdad;
escucha si no, morena,
el que te voy a contar.
"Se quisieron una hora:
no se olvidaron jamás..."
una hora es una vida...
es cuento, pero es verdad.

viernes, marzo 02, 2007

POR EL CAMINO

Marzo está aquí, con su viento tibio que se enfría de repente al anochecer y la mimosa en flor esparciendo copos amarillos por el césped del jardín. Un gato anaranjado se asoma entre las rejas, como pidiéndome permiso para entrar. Siempre hace lo mismo y antes de que le conteste ya se ha metido dentro; igualmente le digo que bueno, por ahora pase, pero por la tarde no quiero ni verte. Me gustan muy poco los gatos, sobre todo en la oscuridad, cuando detrás de una farola se nos aparecen sus ojos verdes o grises, bellos, fríos y misteriosos como aquéllos de la leyenda de Bécquer, y se quedan quietos, mirándonos hacia adentro, hasta que consiguen que nos dé un escalofrío y cambiemos de rumbo. Por la mañana es distinto, todo es distinto bajo la luz clara del sol y del cielo. Entonces existen las formas y los colores, pueden dejarse subidas las persianas y las puertas abiertas, no se oye el goteo de un grifo mal cerrado ni el zumbido tétrico de las palmeras, los gatos se vuelven prudentes y al fin nos libramos de esa absurda pesadilla en la que un desconocido nos persigue y no podemos correr, o hemos salido a la calle sin zapatos y no encontramos el camino de regreso a casa.

* * *
Paseo de un lado a otro, nerviosa, intentando organizar los próximos meses de ese horario extraño y anárquico del doctorando en el que unas pocas horas luminosas pueden salvar a todas las demás, obtusas y vacías. Al final me subo a una repisa alta para ver el almendro florido, melena de fresa y nata, de la casa vecina. Me quedo sentada allí arriba, mirándolo todo, el ladrillo, las nubes, la tierra, el almendro. Y pienso que yo no quería estudiar a los escritores, sino leer y ser escritora, para ver las cosas y saber nombrarlas y así quererlas más, y sobre todo intentar que mis lectores también las vieran, las nombraran, las quisieran. Abro el grueso libro que me acompaña, El camino de Miguel Delibes, una bonita edición facsímil del manuscrito, lleno de palabras tachadas y notas añadidas en los márgenes. Pero la primera frase está intacta, perfecta para iniciar o cerrar cualquier novela, precisa para amar esta mañana de marzo a pesar de las dudas, los gatos, el horario: “Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así [...].

sábado, febrero 24, 2007

LA COSTILLA DE ADÁN

Decidme, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI no hayan llegado a mi casa los nuevos roles de la sociedad postmoderna? Creo que lo más moderno que tenemos es la paridad –cuatro hermanas y cuatro hermanos-, y aquí el mérito no es del gobierno, cuidado. Con tanta revolución feminista no deja de sorprender que las madres sigan ejerciendo de mensajeras diplomáticas, palomas que transmiten a sus esposos propuestas arriesgadas, dulcificándolas por el camino, para que éstos, aun siendo extremadamente cerriles, acaben aceptándolas. Así sucedía cuando queríamos salir por la noche, y aún ahora, cuando la pequeña, de diecisiete años, ha de pedir permiso porque se ha montado un sospechoso plan de "estudio intensivo" con todas las amigas. Estas situaciones me hacen pensar siempre en el papel que hace Katharine Hepburn en Adivina quién viene esta noche, con qué delicadeza trata de mediar entre la pareja de risueños enamorados y la terquedad absurda de Spencer Tracy. Pienso, incluso, que el moderno Feijoo hubiera aprovechado esta película como ejemplo cuando se puso en el "grave empeño" de defender a las mujeres:
Diríase que la docilidad de las mujeres declina muchas veces a ligereza; y yo respondo, que la constancia de los hombres degenera muchas veces en terquedad. Confieso que la firmeza en el buen propósito es autora de grandes bienes, pero no se me puede negar que la obstinación en el malo es causa de grandes males.
(Benito Jerónimo Feijoo: "Defensa de la mujer", Discurso XVI, Teatro crítico universal, 1726-1740)
Además, como en el cine en blanco y negro, creo que las esposas siguen siendo expertas en intuir cuándo el marido está preocupado por algo, aunque éste no haya pronunciado ni una palabra. Y todavía saben elegir las corbatas que quedan mejor con uno u otro traje y qué zapatos convienen en cada ocasión; por eso ellos solicitan la supervisión femenina cuando no están seguros, que es muy a menudo, de si esta camisa de rayas pega con un pantalón de pana, o cuando no logran ver la diferencia entre el gris pizarra y el verde cobalto o lo que es peor, entre el azul marino y el negro. Será que hay cosas que no cambian, por mucho que nos vendan series de mujeres liberadas y de hombres autosuficientes que se bastan y se sobran porque pisan el asfalto de Nueva York con gafas de sol extragrandes y lucen un traje impoluto que ha elegido su asesora personal (por lo visto los empresarios VIP ahora pagan millonadas por ese tradicional servicio casero). O simplemente que en mi casa nos quedamos con algunos de aquellos motivos que daba Diego de San Pedro por allá en el siglo XV en favor de la sensibilidad y el consejo maternal-femenino.Y así de reaccionarios resultamos, ¡ay!, con razón:
La dezena [razón] es por el buen consejo que siempre nos dan, que a las veces acaece hallar en su presto acordar lo que a nosotros cumple largo estudio y diligencia buscamos. Son sus consejos pacíficos sin ningún escándalo, quitan muchas muertes, conservan las paces, refrenan la ira y aplacan la saña. Siempre es muy sano su parecer.
[...]
La razón dieciséis es porque nos hazen ser galanes: por ellas nos desvelamos en el vestir, por ellas estudiamos en el traer, por ellas nos ataviamos de manera que ponemos por industria en nuestras personas la buena disposición que naturaleza a algunos negó. Por artificio se enderezan los cuerpos, pidiendo las ropas con agudeza, y por el mismo se pone cabello donde fallece, y se adelgazan o engordan las piernas si conviene hazello; por las mugeres se inventan los galanes entretales, las discretas bordaduras, las nuevas invenciones; de grandes bienes por cierto son causa.
(Diego de San Pedro, Cárcel de amor, 1492)

viernes, febrero 16, 2007

CABALLO DE CARTÓN

Ironías de la vida, justo después de acabar de corregir exámenes, al poco de colgar mi entrada sobre Gracián en la que me recreaba en mi gozosa parsimonia, mientras me deleitaba pensando en el cuatrimestre que se abría libre y anchuroso para complacer a doña Tesis, me cayeron unas sustituciones de dos semanas a preparar en tiempo record. Quejarme, no me podía quejar de las preciosas asignaturas, pero sí de que precisamente por ello eran más difíciles y comprometidas: “Poesía española del siglo XX” y “Modernismo en España”. La segunda la salvé fácilmente con un recorrido por las revistas literarias de la época; la primera me costó Dios y ayuda, aturdida por múltiples dilemas: ¿Acudir a las antologías, a los manuales y estudios críticos, o seleccionar poetas y poemas a mi gusto?. Intenté compaginar ambas opciones a sabiendas de que se explica mejor cuando se participa o se disfruta de la materia. Pero en esos casos da más miedo meter la pata y destrozarlo todo; aunque los alumnos no lo adviertan, tú sí, y si no sale bien se te queda un sabor amargo de falsedad y traición. Hice lo que pude y, por supuesto, no me metí en la espesura contemporánea donde tantos críticos deambulan sin norte entre generaciones novísimas y tendencias experimentales, culturalistas, neosurrealistas y hasta ¿supragarcilasistas?, por no hablar del realismo sucio de los ’95, que a mí me recuerda a algunas imágenes de Arco ’07. No se me enfaden los jóvenes poetas andaluces (cuya obra, junto con la de Miguel d'Ors, la prefiero entre muchas) por no promocionarlos en el aula: quiero guardar sus poemas todavía un tiempo entre mis manos, bajo el rincón íntimo de la luz de mi mesilla, pasear largas horas con ellos en las mañanas de jardín; esto es, vivirlos y reposarlos antes para comentarlos cómo se merecen desde la distancia y la experiencia que, desde luego, aún me falta. Por eso les serví poemas de Juan Ramón Jiménez, Dámaso Alonso y Luis Rosales. Es cierto, digamos que opté por la prudencia, "una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño" que me he reprochado esta misma tarde, mientras revisaba las fotocopias que había repartido durante la semana:

AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores,
hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño, y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.
(Luis ROSALES, Rimas, 1951)

Poema -vivido y revivido- que me ha trasladado a otro que escribí yo hace algunos años, mecida más o menos por el mismo presagio trágico. Por aquel entonces fabulaba la historia de alguien que siempre estuvo preocupado en muchas cosas, dejándose a las importantes por el camino. Al final se quedó con las manos vacías, como un tonto, al pie del andén desierto. Sin prudencia ni recato os lo dejo también aquí:

EL JINETE EN LA ESTACIÓN
"porque en amor locura es lo sensato"
(Antonio Machado)

Suena un silbido agudo. Es el tren
que pasa relinchando, luciendo largas crines
de humo. Pronto el túnel engullirá
el galopar. Dejarán de centellear las vías.
Un jinete corre, corre hacia el andén, desierto.
Casi toda la tarde limpiando sus pistolas.
Abrillantando con cera la montura.
Practicando en el aire con las riendas.
Casi toda su vida. Y no haber entendido
el consejo del maquinista jubilado:
-¡Atento, joven!- le hubo advertido-
a esta estación a veces llegan
hermosos corceles desbocados.

[Tarragona, otoño del 2000]

viernes, febrero 09, 2007

VOCES VOLADORAS

Aunque amante del pensar solitario y, si es posible, lejos del ruido mundanal, siempre estuve de acuerdo con el cantar machadiano: En mi soledad/ he visto cosas muy claras,/ que no son verdad. La charla y los ojos del amigo tras el café humeante pueden derribar los espejos opacos en los que a veces nos perdemos, tropezando con nuestra propia sombra. El rostro de facciones y gestos aprendidos que de pronto nos sorprende con un matiz diferente, con un imprevisible arranque de alegría o de ternura. El otro lanza una moneda al aire y…¡voilà!, descubrimos una cara de la realidad que jamás habíamos sospechado en una larguísima duermevela, ni en todos nuestros líricos paseos por parques viejos y atardecidos. Y nuestro interlocutor nos cautiva, con todas esas palabras que brotan bajo el estimulante desafío de desempolvar ideas adormiladas y ofrecérnoslas transparentes y lúcidas, incluso por el puro afán de divertirnos. Pero cualquier día, en cualquier esquina, pensamos en la fragilidad de la vida y en la fortuna que sentimos al caminar al lado de aquella persona. Entonces deseamos pronunciar una frase, sencilla y auténtica, tocada de alma, como diría Juan Ramón. Pero esas pocas palabras se encogen antes de llegar al andén y se echan atrás, paso a paso, con sigilo. Al final llega la hora, silba el tren y otras palabras ruidosas llenan los amplios vagones. Luego sentimos como los puntos suspensivos se prolongan con ademán suplicante, se nos agarran al abrigo y estiran hasta hacernos retroceder. Con tristeza, recordamos al protagonista de Señora de rojo sobre fondo gris, cuando lamenta no haber dicho a tiempo a su mujer cuánto la amaba, cuán necesaria le era, y concluye que "la vida sería más llevadera si dispusiéramos de una segunda oportunidad". Pero por hoy ya es tarde: el teléfono ahogó tu voz en un pitido agudo; arrancó el motor del coche y tras la ventanilla no oye lo que musitamos desde la acera; al volver la esquina, su imagen se esfumó. Entonces es mejor callar y, al trasluz del aire, tratar de adivinar si lo que dice el poema de Salinas es cierto, que el silencio, para el que vive en amor, no es más que un buscarse trémulo entre dos voces voladoras. Quién sabe.

miércoles, enero 31, 2007

GRACIÁN, EL EQUILIBRISTA

Algunos sabéis que en mí la serenidad gana el pulso a la velocidad. Por eso me vencen también los plazos para entregar solicitudes y firmar actas, y me derrota la premura que exigen las supuestas palabras veloces del blog y el centón de páginas blancas de la impaciente tesis, y encima me pongo nerviosa porque quiero cumplir a tiempo y bien. Otros pocos saben incluso que me gusta desayunar en casa a las nueve -tostadas, cereales y café con leche- mientras otros corren por la calle con su starbuck's coffee en mano, que me encantan los elogios a la lentitud que nos regala a veces AnaCó y que simpatizo con la escritura parsimoniosa de Carmen Laforet. Y yo sé que bien me viene un coscorrón en la cabeza, o dos y tres y cuatro, de aquel jesuita más equilibrista que criticón, para espabilar un poco. Porque nuestro Baltasar Gracián, astuto como la serpiente, primero nos sorprende con sus conceptos mezcla de sabiduría, ingenio y agudeza:
No ser malo de puro bueno [...] Alternar lo agrio con lo dulce es prueba de buen gusto; sola la dulzura es para niños y necios.
Palabras de seda, con suavidad de condición [...] Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para confitar palabras, que saben bien a los mismos enemigos.
Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.
Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces.
Atención a no errar una, más que a acertar a ciento. Nadie mira al sol resplandeciente, y todos al eclipsado.
Huir la nota en todo; que, en siendo notados, serán defectos los mismos realces [...] Hasta en lo entendido lo sobrado degenera en bachillería.
Y más adelante nos invita a cultivar ese difícil arte de la templanza, o del equilibrismo. Por de pronto, a ver si me entreno bien para no caer tan a menudo de esa cuerda que debe sostenerme entre la diligencia y el ritmo lento, entre el obrar presto y el gozar despacio, entre la prudencia y el despejo, entre la torpe indecisión y la resolución pronta. Y así saber cuándo es preciso mantener tirante la rienda y cuándo picarla:

Diligente e inteligente. La diligencia ejecuta presto lo que la inteligencia prolijamente piensa. Es pasión de necios la prisa, que, como no descubren el tope, obran sin reparo […] La presteza es madre de la dicha. Obró mucho el que nada dejó para mañana. Augusta empresa correr a espacio.
Hombre de resolución. Menos dañosa es la mala ejecución que la irresolución. No se gastan tanto las materias cuando corren como si estancan.
No vivir a prisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. […] Son más los días que las dichas. En el gozar, a espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas, bien están, hechas; los contentos, mal, acabados.
No cansar [...] Gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos [...] Lo bien dicho se dice presto.
Pensar anticipado. Hoy para mañana y aun para muchos días. La mayor providencia es tener horas della; para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para el ahogo, y ha de ir de antemano [...] Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo. El reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado.
Hombre detenido, evidencia de prudente. Es fiera la lengua, que, si una vez se suelta, es muy dificultosa de poderse volver a encadenar.
Hombre de espera. Nunca apresurarse ni apasionarse. Sea uno primero señor de sí, y lo será después de los otros. La detención prudente sazona los aciertos y madura los secretos. La muleta del tiempo es más obradora que la acerada clava de Hércules. El mismo Dios no castiga con bastón, sino con sazón. La misma fortuna premia el esperar con la grandeza del galardón.
Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo [...] Igual infelicidad es gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de ocupaciones ni de envidia; es atropellar el vivir y ahogar el ánimo.
(Baltasar Gracián: Oráculo manual y arte de prudencia, 1647)

miércoles, enero 24, 2007

MESAS Y SOBREMESAS

La mesa puesta y vestida con todo detalle en el centro de la estancia acristalada de una casa antigua. Las sillas que guardaban sitios secretos ocupados tiempo atrás por padres y hermanos. El sol de las dos jugando en las copas de vino. El anfitrión acogiendo cálidamente a los invitados, que no se conocían entre sí: un sabio filósofo, sencillo como la paloma, un animoso estudiante de psicología, dos abogados apasionados por mucho más que el derecho, un despiertísimo estudiante de bachillerato, una filóloga alucinada. El aroma de aquellas viandas cocinadas sin prisa que empezamos raudos al calor del que pensó en el El festín de Babette. Y una prodigiosa sobremesa que se alargó hasta el anochecer, llena de sentido, acompañada por aquel misterioso reloj que acertaba a sonar justo después de una palabra rotunda. En aquella velada se habló de muchas cosas, del hombre, de trabajos, de vocaciones, de aquella fidelidad creadora que tanto me gustó, de poesía, del vino de California, de la historia de un Grand Marnier que, por nuestra culpa, ya no cumplirá los doscientos años. Cristian, el estudiante de bachillerato, pidió a Eusebi, el anfitrión, que nos contara cómo había descubierto su vocación (la filosofía y la docencia). Gracias a Cristian, pues, escuchamos una preciosa respuesta, que lamento no poder transcribir con exactitud: "Fue en las interminables sobremesas y tertulias familiares que se organizaban en esta misma mesa que estamos ocupando hoy nosotros, bajo esta misma luz que va declinando. Aquí empecé a amar el preguntar y el escuchar, y pronto surgió el deseo de poder enseñar lo que aprendiese, a través de la palabra viva."
Este recuerdo ha volado hasta mi habitación mientras leía cómo disfrutó Clavijo y Fajardo, cuando, después de haber visitado una docena de tertulias frívolas e intrascendentes, acudió al fin a una que le llenó de satisfacción:
"Nunca hablaban dos tertuliantes a la vez y a ninguno se le permitía hacer degenerar en disputa la conversación. Esta tertulia fue la escuela donde aprendí en seis meses más de lo que me habían enseñado en la universidad"
(Clavijo y Fajardo: El Pensador, 1762)
Y luego me he quedado callada, mirando por la ventana. Me parecía estar oyendo la voz pausada de Carmiña, tan amiga de la charla, al dolerse de no hallar interlocutores dispuestos:
"Amigos, yo quisiera conoceros un poco. Pero os escondéis entre gestos, entre montañas de gestos y palabras. Os lanzáis vuestras palabras para enseñaros unos a otros lo que sabéis, como si os enseñarais los dientes. Quizá habéis conocido alguna vez aquel puro placer de regalar palabras, de escuchar las que el otro nos regala. Pero se os va olvidando poco a poco."
(Carmen Martín Gaite: "Vuestra prisa")
Más tarde, después de bajar las persianas, he escuchado otra Voz, más profunda y antigua, que me ha sugerido que mejor cierre ya esta entrada, pues sus palabras nos brindan la mejor excusa para seguir conversando, si queréis, detrás del telón de esta página:
"El horno prueba los vasos del alfarero;/ la prueba del hombre es su conversación./ El árbol bien cultivado se conoce por sus frutos,/y el corazón del hombre por la expresión de sus pensamientos"
(Eclesiástico, 27, 6-7)

miércoles, enero 17, 2007

EN SURCO AJENO

Yo que casi nunca me atrevo a escribir sobre política leo con atención a mis compañeros de retahílas, por si se abre un surco imprevisto en mi huerto. Pero como en la era de lo políticamente correcto lo más correcto es atender a la perspectiva del otro lado del Estrecho, esta mañana me dispongo a echar un vistazo a las cartas que el joven marroquí Gazel enviaba a su anciano maestro Ben-Beley.
Y qué sorpresa. Creo que ya entiendo mejor los errores de nuestro tan humilde y humano Presidente, todo un político:
"Arreglado a la definición de la voz política y su derivado político, según la entiende mi amigo Nuño, veo un número de hombres que desean merecer este nombre. Son tales, que con el mismo tono dicen la verdad que la mentira; no dan sentido alguno a las palabras Dios, padre, madre, hijo, hermano, amigo, verdad, obligación, justicia y otras muchas que miramos con tanto respeto y pronunciamos con tanta veneración los que no nos tenemos por dignos de aspirar a tan alto timbre con tales competidores. Mudan de rostro mil veces más a menudo que de vestido. Tienen provisión hecha de cumplimientos, de enhorabuenas y pésames. A costa de inmenso trabajo han adquirido cantidades innumerables de ceños, sonrisas, carcajadas, lágrimas, sollozos, suspiros y (para que se vea lo que puede el entendimiento humano) hasta desmayos y accidentes. Viven sus almas en unos cuerpos flexibles y doblegables que tienen varias docenas de posturas para hablar. escuchar, admirar, despreciar, aprobar y reprobar [...] Son, en fin, veletas que siempre señalan el viento que hace, relojes que notan la hora del sol[...] ¿De dónde viene que no sacan fruto de sus trabajos? Les falta, dice Nuño, una cosa. ¿Cuál es la cosa que les falta? No les falta más, dice Nuño, que entendimiento."
[José CADALSO: Cartas marruecas, "Carta LXIII"]

martes, enero 09, 2007

HORTELANO, A TU HUERTO


EMPEZAR SIEMPRE
Nunca hemos empezado a vivir ni a morir y nunca acabaremos de empezar. Empezar, la gran ilusión de toda mi vida; siempre empezar, siempre volver a empezar.
(Juan Ramón Jiménez, Ideolojía)

Cada día tenemos la posibilidad de empezar, pero no caemos en la cuenta hasta que nos lo anuncian a bombo y platillo con la festiva inauguración de un nuevo año. Sería bueno que, por lo menos, un leve tintineo nos lo recordara cada amanecer, de modo que los propósitos brotaran con la misma frescura y el mismo fervor que cada primero de enero. De perogrullo es que para realizar un pensamiento es imprescindible darle realidad. Como aprendí de un sabio amigo, el primer paso para cumplir un proyecto puede ser convertirlo en letra, amarrarlo a buen puerto para que no se pierda ni nos pierda con el viento de marzo. Por eso dejo anclado aquí mi propósito* para el nuevo año: cultivar mejor mi huerto, ¡tan pequeño y siempre con tanto por hacer en él! Para empezar deben arrancarse sin contemplaciones todas las raíces secas, cortar las malas hierbas, desbaratar la gruesa alfombra de hojas marchitas y podar las ramas, para que nazcan con brío flores y frutos después del frío invernal. Pienso en Santa Teresa, en cómo se deleitaba pensando que su alma era un huerto que debía cultivar con esmero y tesón, armada de la humildad necesaria para cortar y desechar lo inservible, siempre a la búsqueda de frutos mejores, incluso cuando todavía su soñado vergel no alcanzaba más que a ser un páramo:

Digo cortar, porque vienen tiempos en el alma, que no hay memoria de este huerto; todo parece está seco, y que no ha de haber agua para sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de virtud. Pásase mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca al pobre hortelano, que todo el que ha tenido en sustentarle y regarle, va perdido. Entonces es el verdadero escardar y quitar de raíz las hierbecillas, aunque sean pequeñas, que han quedado malas, con conocer no hay diligencia que baste si el agua de la gracia nos quita Dios, y tener en poco nuestra nada, y aun menos que nada. Gánase aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.
(Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. XIV)

*Nota: En mi propósito está incluido mejorar el cuidado de uno de los productos que con más cariño intento cultivar en mi huerto, el blog, al que a menudo dejo al albur de las tormentas y de mi [tan frecuente] sequía. En el tintero del año viejo quedaron muchas ideas a las que quise dar orden y ofrecí embarulladas o quedaron mudas, muchos libros por leer, cartas, gestos y poesías que duermen bajo las aguas a la espera de una centellica iluminadora. A todos vosotros, amigos, gracias por haber ayudado a labrar y alimentar su tierra a vuestro paso por él. Cortad y arrancad también lo que creáis preciso.