miércoles, diciembre 20, 2006

TIRAR DEL HILO EN NAVIDAD

Qué gozo empezar a enviar postales, a oír villancicos y a contar los pasos que faltan para llegar a Belén . En estas fechas el tiempo –que voló desde el perezoso septiembre postestival— parece que cobra relieve y nos deja contemplarlo, como en un delicado reloj de arena. Para mí hoy con especial dramatismo, pues abro la puerta a la edad fatal: ¡los veinticinco!. Menos mal que Carmen Martín Gaite me anima con los apuntes que dejó en uno de sus cumpleaños, un ocho de diciembre de 1972:
«El tiempo vale por lo que haces con él. Si te escapas de él, es mayor la herida, la terrible herida de los Dorian Gray. Y es enfermedad con recaída».
Y luego:
«Los veranos son trágicos y aislados, no tienen continuación. En el invierno recobras el hilo hacia atrás».
(Cuadernos de todo, 8 de diciembre de 1972)
En efecto, especialmente la Navidad tiene mucho de tirar del hilo, de recordar, esto es, de traer al corazón lo antiguo. De niña siempre me angustiaba que el trimestre terminara demasiado tarde, por miedo a no poder dedicarme, tranquilamente, a esperar la Nochebuena en mi hogar, leyendo a ratos el Cuento de Navidad de Dickens, sacando las panderetas y guirnaldas de sus cajas. Al ir haciéndome mayor he ido recogiendo de mi alrededor impresiones muy diferentes a las mías. He visto a los que desean que llegue para huir de nuevo y darse una tregua vacacional; a los que, por tristeza o soledad, desean que estas fechas se pasen cuanto antes, como una molesta enfermedad; a los que se ponen frenéticos con las compras navideñas y te pegan codazos en medio de la calle iluminada. Pero el otro día supe que debía ingresar a un nuevo grupo en el muestrario: este año han aparecido los “respetuosos” (¿?), los que tiran a la basura el belén de unos niños, para no ofender [sic] no sé a quién. Antes de que yo opine a mis anchas, mejor dejar que aquí Carmiña me lance otro capote:
« [las fiestas navideñas] dejan de tener sentido cuando ya no se rememora la historia que dio origen a su celebración. Conmemorar es eso: recordar, y si el hilo de la memoria se ha quebrado, seguir fingiendo que se conmemora algo es una superchería y una traición a la fiesta […] Y sin un auténtico deseo de representación, de rememoración, no hay fiesta que tenga valor; sólo podrá tener precio
(Tirando del hilo. Artículos 1949-2000)

Yo me apunto también a tirar del hilo desde el silencio, las canciones y las voces familiares. Y a celebrarla con Belén, Reyes Magos y Estrella. Ah, y con una visita al viejo Mr. Scrogge, por supuesto.

miércoles, diciembre 06, 2006

OCULTAS BONDADES

Hoy, más que amanecer, amenazaba un festivo tristón. Aunque no me atrevía yo a quitarle la razón a Juan Maragall, para quien "hay que esperar siempre una oculta bondad en cada cosa", se me antojaba que muy bien escondida y calladita se queda esa bondad a veces, que yo hasta pienso que ni respira. Pero, ¡qué diantres!, en los días pesimistas hay que salir a rescatar pretextos felices. Y darles las bienvenida con aplausos, brindis y sonrisas. Así que he buscado un reencuentro con unas cartas alentadoras que me recuerdan que sí, que existen relaciones humanas en las que las diferencias (convicciones religiosas, vitales, políticas) se asumen y se resuelven con armonía, delicadeza, respeto e incluso -cuando hay motivos- con admiración recíproca.
Maragall y Unamuno dieron buen ejemplo. La serenidad y el optimismo católico del catalán congenió de maravilla con la desgarradora inquietud agnóstica del vasco. Al menos así se demuestra en su correspondencia. Por su parte, en los años 60-70 un sombrío, escéptico y solitario Ramón J. Sender, desde su prolífico exilio americano, mantuvo una hermosa relación epistolar con Carmen Laforet, veinte años más joven, madre entregada a su numerosa familia, feliz, en gozo de una fe serena, y algo perezosa con su escritura (esto último sí que lo lamento). Vale la pena volver a una carta en la que Sender elogia esa rara capacidad para ser feliz de Carmen Laforet, rastreable en su vida y en su arte:
«Sus libros han llegado hace dos días. Cuando los termine le volveré a hablar de ellos. Otra cosa me gusta mucho ver en ellos: usted ama la vida como la vida es (lo que quiere decir que es feliz). Esto último me encanta. Y hay algo más importante: la felicidad no se lleva, ahora, en el arte. Pero la de usted (digo, la de sus narraciones) se lleva y se llevará siempre porque está llena de talento y es, además, un talento original. En definitiva es lo único que ha contado siempre desde que hay gente que escribe. O —simplemente— que alienta.»
(LAFORET, Carmen y SENDER, Ramón J: Puedo contar contigo. Correspondencia, 2003)

Si se lleva la felicidad o no, daría para otra entrada. Por hoy aclararé que a lo largo del día se me han aparecido más pretextos felices -¿ocultas bondades?- que merecen ser celebrados a diario. Personales y literarios. Entre los segundos, las cartas de Laforet-Sender y la lectura de la estupenda "Declaración de Intenciones" de Rocío Arana, tan respetuosa que pide perdón, para no ofender a los tristes y a los resabidos que ya están de vuelta:
Escribo porque soy
feliz.
ya sé que duelen
el amor y las tardes y las horas de espera
frente a una ventanilla perezosa
y las sucias colillas por el suelo
ya lo sé no hace falta que lo digan
aquí soy yo la rara
la que mira y lo ve todo tan limpio
y llora de alegría en los rincones
y qué quieren incluso la nostalgia
se me viste de fiesta
pido perdón ya sé es un gran pecado
un escándalo sí
soy feliz y lo digo estoy jugando
con fuego pero miren
los días la llovizna la gente los violines
pónganse en mi lugar
como callarme cuando el mundo grita
que hay extraños jardines debajo de la nieve.
(ARANA, Rocío: Magia, 2002)

[Fotografía: Carmen Laforet y Ramón J. Sender]