viernes, agosto 24, 2007

CONVERSIÓN OTOÑAL

Como toda ciudad de provincias, Tarragona tiene una plaza de moda a la que hay que acudir por lo menos dos veces por semana para estar integrado en el mosaico urbano. La Plaza de la Fuente es rectangular y las terrazas —situadas a lado y lado— son puntos privilegiados para observar a los conocidos que caminan por en medio a través de una improvisada pasarela sin demasiado glamour. En verano la plaza se convierte en un hervor de camareros danzando entre cervezas espumosas, miradas de reojo y chismorreos a media voz. A menudo sucede que, después de estar dos horas con un grupo de amigos, apenas se ha hablado de los allí presentes, ni de nada en concreto en realidad. Al llegar todos buscan el mejor puesto vigía para tomar un refresco a la vez que se asiste al paso de las gentes de las que se hablará sin discreción -aunque estén sólo dos bares más allá- ni malicia -porque nunca se "pretende" criticar-. Así se consumen las tardes y las noches estivales, y así la vida de los otros va pasando de puntillas entre las mesas, quedándose atrapada en los breves paréntesis, cuando se deja un momento la horchata en la mesa —«Ah, mira, ése no es C? Me dijo L. que ahora está saliendo con M.»— y se vuelve, perezosamente, a dar un sorbo y a mirar alrededor, porque los capítulos rosas suelen ser muy parecidos y se agotan pronto. Entonces se hace muy difícil hilvanar una conversación porque el interlocutor, pendiente del ir y venir de tanta gente conocida, no puede escucharte y mirarte a la vez, o seguir el hilo más de tres minutos seguidos. Es como pretender conversar con alguien que está viendo la televisión. Para mí lo peor es que esas vidas ajenas —como el recuerdo de tantos encuentros en la Plaza— se quedan en puros esquemas mal trazados, abalorios sin enhebrar, frases inconexas que no pueden meterse en guión alguno. Todo tendrá que ver, tal vez, con esa búsqueda de la diversión (o de la dispersión) propia de las vacaciones que, a la larga, cansa. Fenómeno que entiendo mejor gracias a unas palabras que encontré ayer en Julián Marías:

«La palabra “di-versión” viene del verbo "vertere", volver o volverse. La di-versión quiere decir en su sentido primario apartarse de algo y, por tanto, volverse hacia otra cosa. El correlato de la di-versión es la con-versión: me aparto de una cosa y me convierto o vuelvo a otra.»
(Julián Marías: La felicidad humana)

Por eso este año miraré con buenos ojos la llegada de septiembre, como una hermosa conversión otoñal, como un íntimo regreso a uno mismo; palabra que no andará muy lejos de la conversación, de ese volver los ojos al interlocutor cercano y a las historias enhebradas en plazas silenciosas; de ese regresar al blog y a vuestras retahílas amigas.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo, que soy asiduo a la Plaza de la Fuente, secundo tus comentarios. Difícil solución. Mis compañeros de tertulia traen a la mesa el tipazo de aquella rubia que está pasando ahora mismo por delante de nosotros. Por eso hace tiempo decidí ir solo o con un buen libro a tomarme el granizado de rigor en cualquiera de las terrazas que abarrotan el recinto. Sin embargo, la vista viaja del granizado al libro, del libro a las gentes que pasan y de ahí, súbitamente, a un punto perdido de la mesa, que se ha convertido en mi vulnerable parapeto contra los ojos asaeteadores que miran sorprendidos o irónicos o compadecedores a la mesa del pobre chico que apura su granizado y lee su libro. De modo tal que la rubia del tipazo sigue acudiendo a mi mesa sin que yo la busque y yo me tengo que ir con mi libro a conversar a otra parte.

Anónimo dijo...

La aldea despierta calada hasta los huesos por un orvallo veraniego -niebla, llovizna gallega- que refresca el desayuno. La única pasarela que se ve es la de los barcos saliendo a faenar o volviendo tras una noche acompañados por las estrellas. La única rubia que se ve es esa captura con pintas amarillas y que ya debe estar a más de cinco mil reales el kilo...

Un saludo a Fernando y graciñas por volver Inma, ya te echaba de menos. Un abrazo.

Pd. Además de tipazos, ¿en la plaza no hay tiburones a la caza? ¿o es que están en peligro de extinción?

Corina Dávalos dijo...

Qué alegría Inma, con este anuncio de tu regreso a las conversaciones habituales también yo espero el otoño como a un huésped amable. Y no es poca conversión, ¡¡que sabe Dios lo que me gusta el verano!! Abrazos y bienvenida de vuelta!

Anónimo dijo...

Bueno, ¡¿y quién se queja de una rubia con tipazo?! Por lo demás, lo del post es algo muy novelístico, muy siglo XIX, pero que creo que siempre se ha hecho: mirar y ser mirado.

Anónimo dijo...

Hola inma, tenia ganas de leer esta entrada, despues del dia que hablabamos precisamente de esto cenando.. Te acuerdas?

Ya ha llegado la "vuelta al cole" o lo que a cada uno le corresponda, pero a pesar de que con el frio, las conversaciones pasan a ser en sitios cerrados y con menos movimiento, los temas y la atención prestada no mejoran demasiado.. A menos que tengas suerte..

Seguiré tu blog, aunque no escriba demasiado..

Un abrazo

Inma dijo...

Marta, ¡qué alegría verte y leerte aquí!.
Seguramente tienes razón, no sé si en invierno las cosas cambiarán en esta ciudad (ya sabes que dentro de unos meses en las terrazas de la Plaza de la Fuente pondrán unos potentes calefactores, y estaremos otra vez en las mismas), pero los ambientes recogidos y el frío tal vez nos dispersen menos y nos dejen escucharnos un poquito más.
Y luego están los buenos interlocutores, que aguantan viento y marea; yo tengo muy buen recuerdo de las conversaciones que he tenido contigo en plazas e interiores.

Un fuerte abrazo y gracias por la visita.



Bienvenido a Counter-revolutionary. Claro que a mí no me toca quejarme de la "rubia con tipazo", sino de los "tiburones" que rescata muy oportunamente Toño. Hablando en serio, no me extraña la costumbre de "mirar y ser mirado", más que cuando se mira y se habla de las vidas ajenas en grupo, más por aburrimiento que por curiosidad.

Gracias por vuestras visitas,Fernando, AnaCó, Toño; supongo que con ellas me habréis perdonado la larga sequía de este verano.
Saludos a todos.

Prometeo dijo...

Oh, la Plaça de la Font!

Recuerdo cuando era pequeño como la plaza estaba tomada todavía por los coches, que podían llegar hasta la puerta del ayuntamiento. Eran tiempos en los que ir a "la Cate" era un riesgo para quien no conociese a según quien. O quizás es que era así como lo vivíamos y lo recuerdo.

Entonces hicieron el parking, y la plaza desapareció durante unos años, aunque no la eché demasiado de menos.

Ha sido durante estos últimos años en los que fué reconquiatada, primero los peatones y los vecinos, y ahora por las terrazas y los bares. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, y ahora casi hay que buscar hueco entre las mesas para atravesar la plaza. Por primera vez la ciudad tenía un corazón que latía cada noche entre champús, tapas y raciones. Por primera vez tenía un pulmón social donde estar sentado sin caminar rambla arriba y rambla abajo. (o sin estar en el centro comercial, que es sin duda la peor alternativa posible)

En cada terraza cohabita la fauna habitual y los visitantes circustanciales. Los niños corren y juegan mientras los padres se despreocupan tomando una cervecita con los amigos. Hay quien va a ver, y quien va a ser visto. Hay quien espera encontrar a los amigos, y quien espera que los amigos le encuentren a él. Y en cada mesa palpita una isla de personas que tejen conversaciones de todos los colores, aisladas de las otras islas pero compartiendo el mismo mar.

Hay islas frívolas, hay islas politizadas, otras son tierra de nadie en la que dos desconocidos juegan a dejar de serlo, e incluso hay algunas en la que amantes con años a sus espaldas se regocijan viendo a los demás y comprobando que son unos privilegiados por no necesitar tantas palabras. Hay quien se ha enamorado entre esas multitudes y quien ha confesado lo inconfesable al abrigo de la gente. Han habido tantas charlas chispeantes como silencios punzantes.

Y es que la Plaça de la Font es lo más parecido a un circo que tenemos, en el que todos somos parte del espectáculo y de los espectadores. Un mosaico de vivencias compartidas con palabras y cervezas. Un puzzle hecho a mil manos cada día y nos llevamos de vuelta a casa sabiendo que quizás nuestra parte del puzzle no se parece a la de los otros, pero que lo hemos hecho juntos, y eso es lo que importa.

Porque si la vida consiste en las pequeñas cosas, entonces la Plaça es un bazar, y todos nosotros, mercaderes.

Un abrazo y disfrutad de la plaza y todos esos rincones vosotros que podeis. :)