jueves, septiembre 06, 2007

LÉXICO FAMILIAR

Recuerdo que las pocas veces que caí en cama de niña me gustaba oír el rumor de las voces familiares que venía del fondo del pasillo, el ruido de los platos en la cocina, la tele eclipsada por las carcajadas de mi hermana mayor, la voz grave de mi padre, el taconeo nervioso de mi madre; y me entretenía reconociendo y catalogando todas aquellas frases, gestos, expresiones y ruidos comunes a nuestro particular léxico familiar. Entonces, todo aquel barullo que normalmente me parecía pueril y hasta agobiante, se me volvía extraño y bonito, digno de ser recordado. Estimulada por la fiebre, que siempre me pone trágica, escribí: “Cuando llegue el momento quisiera morir así, oyendo el rumor de voces familiares, los pasos de una hermana que desde su cuarto se acerca al mío, golpea la puerta entreabierta y se asoma con cara de sorna para decirme, sin la menor compasión: '"Chata, estás hecha un pingo…". Me queda el consuelo de que el aforismo de JRJ ampara, en cierto modo, mi absurdo pensamiento:

Hablemos todos y escuchemos, en nuestra corta vida, todo lo que podamos y sobre todo a los que queremos y a los que nos quieren, que cuando estemos muertos, el tiempo infinito, no podremos hablar ni escuchar más.
Y qué no daríamos entonces por decir, por escuchar una palabra querida, una palabra cualquiera.


Años más tarde, atraída por el sugerente título, me hice con Léxico familiar, y como Arp, disfruté muchísimo. Aunque al principio extraña, por la sensación de haber entrado en casa ajena en plena reunión familiar, poco a poco vas conociendo y apreciando el lenguaje inconfundible de los Ginzburg, su particular reconquista de una vida en común hecha de frases y conductas repetidas, ese fondo de palabras y voces tan arraigadas que resiste al paso del tiempo y a la distancia. Lo mejor es, tal vez, que ni el más atento lector podrá descodificar completamente ese lenguaje, a no ser que formara parte de aquella singular familia italiana....

«Somos cinco hermanos. Vivimos en distintas ciudades y algunos en el extranjero, pero no solemos escribirnos. Cuando nos vemos, podemos estar indiferentes o distraídos los unos de los otros, pero basta que uno de nosotros diga una palabra, una frase, una de aquellas antiguas frases que hemos oído y repetido infinidad de veces en nuestra infancia, nos basta con decir: “No hemos venido a Bérgamo a hacer campamento” o “¿A qué apesta el ácido sulfhídrico?”, para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a aquellas frases, a aquellas palabras. Una de aquellas frases o palabras nos haría reconocernos los unos a los otros en la oscuridad de una gruta o entre millones de personas. Estas frases son nuestro latín, el vocabulario de nuestros días pasados, son como jeroglíficos de los egipcios o de los asirio-babilónicos: el testimonio de un núcleo vital que ya no existe, pero que sobrevive en sus textos, salvados de la furia de las aguas, de la corrosión del tiempo. Esas frases son la base de nuestra unidad familiar, que subsistirá mientras permanezcamos en el mundo, recreándose y resucitando en los puntos más diversos de la tierra.»
[Natalia Ginzburg: Léxico familiar, Lumen, pp. 39-40)

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Venerada Inma
Cuánto me ha ilusionado tu regreso otoñal,echaba de menos ese léxico familiar y veloz de tu papiro...
Me ha fascinado tu entrada de hoy porque rastreas como nadie ese gusto por lo inefable,ese gusto por desentañar los jeroglíficos de la palabra que, como bien dices,resiste al paso del tiempo y a la distancia...,sobretodo porque pocos logran hoy correr el riesgo de hurgar en ese saco de las palabras y encontrar el diamante del logos,en estos tiempos la muerte del diálogo prolifera,se tiende a la espantada dialéctica, por eso me entusiasma saber que ese léxico familiar de la Ginzburg también lo es para tí . Un saludo

Anónimo dijo...

Pero esos recuerdos, quitando el momento de la complicidad, se vuelven agridulces, ¿no? De un tiempo ido y que no volverá. Por otra parte, tampoco volveríamos nosotros, que por eso ahora estamos haciendo otra vida. Es tan difícil la vida humana...

E. G-Máiquez dijo...

Yo estaba hecho un pingo con tu silencio...

Anónimo dijo...

Estoy leyendo "El viento de la Luna" de Muñoz Molina. Y reconozco a mis padres y a mis abuelos en la Mágina mítica del autor de Jaén. Y, claro, me reconozco a mí mismo. Qué grande la literatura, que nos recuerda que somos parte de algo. Qué grandes, las palabras

Jesús Beades dijo...

Muy bueno, Inma.

Lord Scutum, la baronesa y yo le esperamos en nuestro castillo, desde hace tiempo, a usted y su señora.

Anónimo dijo...

Eo, Inma...

Sí, hay frases, modos y tonos que son típicos de nuestros familiares, ¡y me encantan!

Un besote desde Galicia... vuelvo en pocos días para tu tierra.

Pd. No se podrá entrar en mi web durante unos días...

Breo Tosar dijo...

Bellísimo, Imma!

Adaldrida dijo...

Tengo muchas ganas de leerlo! Gracias por este prólogo! Yo tuve muchas veces fiebre y estoy 100% contigo.

Anónimo dijo...

Me gustaría leer algo más...

Adaldrida dijo...

Compañera, ¿desde el 6 de septiembre estás sin decir ná? ¡Danos aaaargo!

Corina Dávalos dijo...

¿Que ya toca una vuelta por el blogg, no? Venga Inma, que se te echa de menos...

Jesús Beades dijo...

Jo, actualizas menos que yo.

Anónimo dijo...

Felicidades por tu santo, Inma.

Jesús Beades dijo...

¡¡Estás perdíaaaaaaaa!!!