miércoles, enero 31, 2007

GRACIÁN, EL EQUILIBRISTA

Algunos sabéis que en mí la serenidad gana el pulso a la velocidad. Por eso me vencen también los plazos para entregar solicitudes y firmar actas, y me derrota la premura que exigen las supuestas palabras veloces del blog y el centón de páginas blancas de la impaciente tesis, y encima me pongo nerviosa porque quiero cumplir a tiempo y bien. Otros pocos saben incluso que me gusta desayunar en casa a las nueve -tostadas, cereales y café con leche- mientras otros corren por la calle con su starbuck's coffee en mano, que me encantan los elogios a la lentitud que nos regala a veces AnaCó y que simpatizo con la escritura parsimoniosa de Carmen Laforet. Y yo sé que bien me viene un coscorrón en la cabeza, o dos y tres y cuatro, de aquel jesuita más equilibrista que criticón, para espabilar un poco. Porque nuestro Baltasar Gracián, astuto como la serpiente, primero nos sorprende con sus conceptos mezcla de sabiduría, ingenio y agudeza:
No ser malo de puro bueno [...] Alternar lo agrio con lo dulce es prueba de buen gusto; sola la dulzura es para niños y necios.
Palabras de seda, con suavidad de condición [...] Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para confitar palabras, que saben bien a los mismos enemigos.
Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.
Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces.
Atención a no errar una, más que a acertar a ciento. Nadie mira al sol resplandeciente, y todos al eclipsado.
Huir la nota en todo; que, en siendo notados, serán defectos los mismos realces [...] Hasta en lo entendido lo sobrado degenera en bachillería.
Y más adelante nos invita a cultivar ese difícil arte de la templanza, o del equilibrismo. Por de pronto, a ver si me entreno bien para no caer tan a menudo de esa cuerda que debe sostenerme entre la diligencia y el ritmo lento, entre el obrar presto y el gozar despacio, entre la prudencia y el despejo, entre la torpe indecisión y la resolución pronta. Y así saber cuándo es preciso mantener tirante la rienda y cuándo picarla:

Diligente e inteligente. La diligencia ejecuta presto lo que la inteligencia prolijamente piensa. Es pasión de necios la prisa, que, como no descubren el tope, obran sin reparo […] La presteza es madre de la dicha. Obró mucho el que nada dejó para mañana. Augusta empresa correr a espacio.
Hombre de resolución. Menos dañosa es la mala ejecución que la irresolución. No se gastan tanto las materias cuando corren como si estancan.
No vivir a prisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. […] Son más los días que las dichas. En el gozar, a espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas, bien están, hechas; los contentos, mal, acabados.
No cansar [...] Gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos [...] Lo bien dicho se dice presto.
Pensar anticipado. Hoy para mañana y aun para muchos días. La mayor providencia es tener horas della; para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para el ahogo, y ha de ir de antemano [...] Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo. El reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado.
Hombre detenido, evidencia de prudente. Es fiera la lengua, que, si una vez se suelta, es muy dificultosa de poderse volver a encadenar.
Hombre de espera. Nunca apresurarse ni apasionarse. Sea uno primero señor de sí, y lo será después de los otros. La detención prudente sazona los aciertos y madura los secretos. La muleta del tiempo es más obradora que la acerada clava de Hércules. El mismo Dios no castiga con bastón, sino con sazón. La misma fortuna premia el esperar con la grandeza del galardón.
Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo [...] Igual infelicidad es gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de ocupaciones ni de envidia; es atropellar el vivir y ahogar el ánimo.
(Baltasar Gracián: Oráculo manual y arte de prudencia, 1647)

miércoles, enero 24, 2007

MESAS Y SOBREMESAS

La mesa puesta y vestida con todo detalle en el centro de la estancia acristalada de una casa antigua. Las sillas que guardaban sitios secretos ocupados tiempo atrás por padres y hermanos. El sol de las dos jugando en las copas de vino. El anfitrión acogiendo cálidamente a los invitados, que no se conocían entre sí: un sabio filósofo, sencillo como la paloma, un animoso estudiante de psicología, dos abogados apasionados por mucho más que el derecho, un despiertísimo estudiante de bachillerato, una filóloga alucinada. El aroma de aquellas viandas cocinadas sin prisa que empezamos raudos al calor del que pensó en el El festín de Babette. Y una prodigiosa sobremesa que se alargó hasta el anochecer, llena de sentido, acompañada por aquel misterioso reloj que acertaba a sonar justo después de una palabra rotunda. En aquella velada se habló de muchas cosas, del hombre, de trabajos, de vocaciones, de aquella fidelidad creadora que tanto me gustó, de poesía, del vino de California, de la historia de un Grand Marnier que, por nuestra culpa, ya no cumplirá los doscientos años. Cristian, el estudiante de bachillerato, pidió a Eusebi, el anfitrión, que nos contara cómo había descubierto su vocación (la filosofía y la docencia). Gracias a Cristian, pues, escuchamos una preciosa respuesta, que lamento no poder transcribir con exactitud: "Fue en las interminables sobremesas y tertulias familiares que se organizaban en esta misma mesa que estamos ocupando hoy nosotros, bajo esta misma luz que va declinando. Aquí empecé a amar el preguntar y el escuchar, y pronto surgió el deseo de poder enseñar lo que aprendiese, a través de la palabra viva."
Este recuerdo ha volado hasta mi habitación mientras leía cómo disfrutó Clavijo y Fajardo, cuando, después de haber visitado una docena de tertulias frívolas e intrascendentes, acudió al fin a una que le llenó de satisfacción:
"Nunca hablaban dos tertuliantes a la vez y a ninguno se le permitía hacer degenerar en disputa la conversación. Esta tertulia fue la escuela donde aprendí en seis meses más de lo que me habían enseñado en la universidad"
(Clavijo y Fajardo: El Pensador, 1762)
Y luego me he quedado callada, mirando por la ventana. Me parecía estar oyendo la voz pausada de Carmiña, tan amiga de la charla, al dolerse de no hallar interlocutores dispuestos:
"Amigos, yo quisiera conoceros un poco. Pero os escondéis entre gestos, entre montañas de gestos y palabras. Os lanzáis vuestras palabras para enseñaros unos a otros lo que sabéis, como si os enseñarais los dientes. Quizá habéis conocido alguna vez aquel puro placer de regalar palabras, de escuchar las que el otro nos regala. Pero se os va olvidando poco a poco."
(Carmen Martín Gaite: "Vuestra prisa")
Más tarde, después de bajar las persianas, he escuchado otra Voz, más profunda y antigua, que me ha sugerido que mejor cierre ya esta entrada, pues sus palabras nos brindan la mejor excusa para seguir conversando, si queréis, detrás del telón de esta página:
"El horno prueba los vasos del alfarero;/ la prueba del hombre es su conversación./ El árbol bien cultivado se conoce por sus frutos,/y el corazón del hombre por la expresión de sus pensamientos"
(Eclesiástico, 27, 6-7)

miércoles, enero 17, 2007

EN SURCO AJENO

Yo que casi nunca me atrevo a escribir sobre política leo con atención a mis compañeros de retahílas, por si se abre un surco imprevisto en mi huerto. Pero como en la era de lo políticamente correcto lo más correcto es atender a la perspectiva del otro lado del Estrecho, esta mañana me dispongo a echar un vistazo a las cartas que el joven marroquí Gazel enviaba a su anciano maestro Ben-Beley.
Y qué sorpresa. Creo que ya entiendo mejor los errores de nuestro tan humilde y humano Presidente, todo un político:
"Arreglado a la definición de la voz política y su derivado político, según la entiende mi amigo Nuño, veo un número de hombres que desean merecer este nombre. Son tales, que con el mismo tono dicen la verdad que la mentira; no dan sentido alguno a las palabras Dios, padre, madre, hijo, hermano, amigo, verdad, obligación, justicia y otras muchas que miramos con tanto respeto y pronunciamos con tanta veneración los que no nos tenemos por dignos de aspirar a tan alto timbre con tales competidores. Mudan de rostro mil veces más a menudo que de vestido. Tienen provisión hecha de cumplimientos, de enhorabuenas y pésames. A costa de inmenso trabajo han adquirido cantidades innumerables de ceños, sonrisas, carcajadas, lágrimas, sollozos, suspiros y (para que se vea lo que puede el entendimiento humano) hasta desmayos y accidentes. Viven sus almas en unos cuerpos flexibles y doblegables que tienen varias docenas de posturas para hablar. escuchar, admirar, despreciar, aprobar y reprobar [...] Son, en fin, veletas que siempre señalan el viento que hace, relojes que notan la hora del sol[...] ¿De dónde viene que no sacan fruto de sus trabajos? Les falta, dice Nuño, una cosa. ¿Cuál es la cosa que les falta? No les falta más, dice Nuño, que entendimiento."
[José CADALSO: Cartas marruecas, "Carta LXIII"]

martes, enero 09, 2007

HORTELANO, A TU HUERTO


EMPEZAR SIEMPRE
Nunca hemos empezado a vivir ni a morir y nunca acabaremos de empezar. Empezar, la gran ilusión de toda mi vida; siempre empezar, siempre volver a empezar.
(Juan Ramón Jiménez, Ideolojía)

Cada día tenemos la posibilidad de empezar, pero no caemos en la cuenta hasta que nos lo anuncian a bombo y platillo con la festiva inauguración de un nuevo año. Sería bueno que, por lo menos, un leve tintineo nos lo recordara cada amanecer, de modo que los propósitos brotaran con la misma frescura y el mismo fervor que cada primero de enero. De perogrullo es que para realizar un pensamiento es imprescindible darle realidad. Como aprendí de un sabio amigo, el primer paso para cumplir un proyecto puede ser convertirlo en letra, amarrarlo a buen puerto para que no se pierda ni nos pierda con el viento de marzo. Por eso dejo anclado aquí mi propósito* para el nuevo año: cultivar mejor mi huerto, ¡tan pequeño y siempre con tanto por hacer en él! Para empezar deben arrancarse sin contemplaciones todas las raíces secas, cortar las malas hierbas, desbaratar la gruesa alfombra de hojas marchitas y podar las ramas, para que nazcan con brío flores y frutos después del frío invernal. Pienso en Santa Teresa, en cómo se deleitaba pensando que su alma era un huerto que debía cultivar con esmero y tesón, armada de la humildad necesaria para cortar y desechar lo inservible, siempre a la búsqueda de frutos mejores, incluso cuando todavía su soñado vergel no alcanzaba más que a ser un páramo:

Digo cortar, porque vienen tiempos en el alma, que no hay memoria de este huerto; todo parece está seco, y que no ha de haber agua para sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de virtud. Pásase mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca al pobre hortelano, que todo el que ha tenido en sustentarle y regarle, va perdido. Entonces es el verdadero escardar y quitar de raíz las hierbecillas, aunque sean pequeñas, que han quedado malas, con conocer no hay diligencia que baste si el agua de la gracia nos quita Dios, y tener en poco nuestra nada, y aun menos que nada. Gánase aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.
(Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. XIV)

*Nota: En mi propósito está incluido mejorar el cuidado de uno de los productos que con más cariño intento cultivar en mi huerto, el blog, al que a menudo dejo al albur de las tormentas y de mi [tan frecuente] sequía. En el tintero del año viejo quedaron muchas ideas a las que quise dar orden y ofrecí embarulladas o quedaron mudas, muchos libros por leer, cartas, gestos y poesías que duermen bajo las aguas a la espera de una centellica iluminadora. A todos vosotros, amigos, gracias por haber ayudado a labrar y alimentar su tierra a vuestro paso por él. Cortad y arrancad también lo que creáis preciso.