Últimamente me había parecido observar en mis trayectos en autobús cierta tendencia a la masculinización en buena parte de quinceañeras; no en su apariencia -pues lucen largas melenas con mechas, carmín y pestañas infinitas- sino más bien en su discurso cotidiano, especialmente cuando se refieren a las incipientes relaciones amorosas. Es sabido que las mujeres somos más críticas con nuestras congéneres, y por eso traté de ser justa y fijarme también en el discurso de los chicos: la impresión fue muy parecida, idénticos términos y eso sí, un tono algo más rudo. No digo que tengan que hablar como cursis personajes de novelas rosas ni que sea bueno el bovarismo, pero ya decía Antonio Machado que a las palabras de amor le sienta bien su poquito de exageración, esto es, su pizca de poesía, de lirismo y creación, qué sé yo, incluso les va bien su poquito de silencio, un espacio íntimo y secreto que no sea aireado a voces en el transporte público. En La mujer y su sombra Julián Marías diagnosticó una "crisis de lirismo"que afecta a hombres y a mujeres, y aun más a ellas, noveleras habituadas a ser seducidas por la palabra, a narrar(se) su vida sentimental:
«El amor consiste fundamentalmente en decirse cada uno al otro, forma radical de “darse” personalmente [...] El amor consiste muy principalmente en hablar, y el declive de la conversación lo afecta profundamente. Hace falta lo que solo en algunas épocas existe: un lenguaje amoroso. El amor ha usado siempre –o casi siempre- la seducción por la palabra, principalmente por parte del hombre. La palabra lleva al descubrimiento de un mundo iluminado por el reflejo del amor, y esto suele ser un poderoso vehículo de su realización.»
(Julián Marías: La mujer y su sombra, 1987)
También para Carmen Marín Gaite el que no acierta a contar a otro o a contar a sí mismo una historia de amor, acaba dándose cuenta de que esa historia no ha existido. Por eso lamentaba que la desmitificadora juventud se escabulla de la "retórica amorosa" con el mismo ahínco que sus antepasados ponían en silenciar el acto carnal, y la sustituya por una nueva "retórica del desarraigo".
Y claro, a menudo al bajar del autobús me viene la nostalgia de aquel cantar de Augusto Ferrán que dejé copiado en mi agenda de BUP, para mantenerme a salvo:
Hay cuentos que no son cuentos
y que son una verdad;
escucha si no, morena,
el que te voy a contar.
"Se quisieron una hora:
no se olvidaron jamás..."
una hora es una vida...
es cuento, pero es verdad.