En ciertos comentarios a valiosos bloggs de resonancias lewisianas, defender el matrimonio por amor se ha convertido en una mera actitud romántica, un tanto frívola; equiparable a justificar un crimen o un adulterio “por amor”. Así, se ha hecho una llamada a la sensatez y a la decencia; para acudir al matrimonio no cabe otro motivo que el de respetar la ley que dicta el código canónico: «Es lícito acudir al matrimonio siempre que no haya impedimentos que lo hagan inválido o nulo».
Se me antoja que resulta demasiado fácil cumplir este requisito. ¿Por qué tantas personas, sin embargo, desertan al poco o al mucho de casarse?
Es cierto, como nos recuerda Rougemont y Beades, que el matrimonio por amor, "sólo lleva de moda un par de siglos, y sólo en Occidente". Nosotros, siguiendo con la terminología lewisiana, al justificar el contrato matrimonial a través del amor, nos hemos convertido en idólatras de Eros, del juguetón Cupido (y de ahí los resultados). Pero tampoco puede negarse que nuestros antecesores al acudir al matrimonio no estuviesen adorando a otros dioses. Los padres determinaban el contrayente sin preguntar a los hijos, justificando su elección en intereses económicos, dinásticos o políticos. ¿Y no eran ellos idólatras del Becerro de Oro, no eran idólatras de Júpiter, dios del Poder?
El código legislativo actual no puede hablarnos de amor, aunque curiosamente algunos juristas no dudan en hacerlo (para René Savatier el contrato matrimonial es «la traducción jurídica del amor»). Sin embargo, una Ley muy antigua -en la que seguimos confiando- está fundamentada en el Amor: los Mandamientos de la Ley de Dios se resumen en uno, «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».
Se me antoja que resulta demasiado fácil cumplir este requisito. ¿Por qué tantas personas, sin embargo, desertan al poco o al mucho de casarse?
Es cierto, como nos recuerda Rougemont y Beades, que el matrimonio por amor, "sólo lleva de moda un par de siglos, y sólo en Occidente". Nosotros, siguiendo con la terminología lewisiana, al justificar el contrato matrimonial a través del amor, nos hemos convertido en idólatras de Eros, del juguetón Cupido (y de ahí los resultados). Pero tampoco puede negarse que nuestros antecesores al acudir al matrimonio no estuviesen adorando a otros dioses. Los padres determinaban el contrayente sin preguntar a los hijos, justificando su elección en intereses económicos, dinásticos o políticos. ¿Y no eran ellos idólatras del Becerro de Oro, no eran idólatras de Júpiter, dios del Poder?
El código legislativo actual no puede hablarnos de amor, aunque curiosamente algunos juristas no dudan en hacerlo (para René Savatier el contrato matrimonial es «la traducción jurídica del amor»). Sin embargo, una Ley muy antigua -en la que seguimos confiando- está fundamentada en el Amor: los Mandamientos de la Ley de Dios se resumen en uno, «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».
Y en libros también muy antiguos se hace hincapié en el amor entre los esposos. Ya en el Génesis se dice «Amaba Jacob a Raquel…y sirvió Jacob a Raquel por siete años, que le parecieron sólo unos días, por el amor que le tenía» (Gen 19, 18, ss). Cuando la madre de Samuel se quedaba sin hijos y se entristecía por ello, su marido, Elcana, le decía: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón?¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?» (1 Sam, 1,8)
Particularmente, yo me aventuro a pensar que es el amor -y no Eros, ni la decencia, ni mucho menos el sentido común- quien mueve a C.S. Lewis al loco deseo de perpetuar su vínculo matrimonial más allá del cumplimiento del código canónico, más allá de la muerte:
"Éramos uña y carne. Ahora la uña se ha separado de la carne, no vamos a pretender que el dedo esté completo. Seguiremos casados, seguiremos enamorados. Y por tanto, seguiremos sufriendo. Pero, si nos aclaramos con nosotros mismos, no vamos a estar buscando el dolor por el dolor. Cuanto menos, mejor, para que el matrimonio se conserve. Y cuanta más alegría pueda haber en la unión entre un vivo y un muerto, mejor también."
(C. S. LEWIS, Una pena en observación)
6 comentarios:
Ya nos recordó San Agustín el valor absoluto del amor:
«ama et quod vis fac », esto es, “Ama y haz lo que quieras”.
El libro que citas es precioso y profundo. El dolor. ¡Qué palabra tan fea, para nuestros días de placeres, pastillas y dignidades en el morir!
Gran entrada.
El filósofo Gabriel Marcel:
"AMAR A ALGUIEN ES DECIRLE: TÚ NO MORIRÁS JAMÁS"
Teorizar sobre el amor es quizá la mayor pérdida de tiempo... Me parece muy importante y motivador para el ser humano no tener ni una sola ciencia positiva que sea capaz de dictar ni tan siquiera media regla sobre el amor.
Un bico, Inma. Bonita entrada.
Totalmente de acuerdo contigo. El problema es que se ha abusado mucho de la palabra, lo mismo que corazón... "donde el corazón te lleve"...
Muy buena la cita de Lewis, ¡toma Lewis!
Me parece que los comentarios de Toño y de Rocío se complementan.
A mí me parece que nos resulta difícil teorizar sobre el amor, precisamente porque se ha abusado de esta palabra y se ha empleado en contextos y situaciones que no le son propios.
Pero ello no significa que no podamos seguir creyendo en el valor absoluto del amor defendido por San Agustín y que Koke muy amablemente nos recuerda..."Ama y haz lo que quieras"; de ese amor de Gabriel Marcel capaz de decir: "Tú no morirás jamás", que nos ha traído Alberto.
Muchas gracias a todos.
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