martes, julio 25, 2006

FRIVOLIDAD A LA CARTA


Qué le voy a hacer. Siempre me han gustado esas películas donde aparecen lujosas mansiones con jardines y sendas, escenarios de paseos y declaraciones de amor en verso (como en Les liaisions dangereuses o en Mucho ruido y pocas nueces) y de espléndidas fiestas como las de Gatsby en Long Island , evocadas poéticamente por Jesús Beades:
En la mansión de Gatsby lucen altas
las horas de la fiesta. Por el ancho sendero
de pinos y geranios, faros limpios, relucientes
doncellas, las risas teñidas, los curiosos.
Y todos invitados. En el amplio jardín,
bandejas, impolutos manteles, candelabros,
voces que se funden, tibios besos .
[...]
Y cómo no recordar aquella piscina iluminada donde acaban El Guateque Peter Sellers y Cía; el rincón umbroso donde una chica puede dar, a gusto, una bofetada al galán indiscreto; el árbol alto desde donde Audrey Hepburn (en Sabrina) otea el brillo engañoso de las miradas y el bullicio del baile, los vestidos de gala y los movimientos del bronceado William Holden; o las veladas en el palco de un majestuoso teatro donde es el abanico de la dama quien promete una cita a su cortejo (“ahora no”, “mejor mañana, a las cuatro”...), complacido éste en descifrar el código de su pícara amante y entregado en cuerpo y alma a la difícil tarea de entretenerla...
Penosa frivolidad a la que se abandonaba la alta sociedad, insatisfecha de puro aburrimiento.

Como no hay nada nuevo bajo el sol, todo esto sigue existiendo, en las películas, en las canciones de moda y en la palpable realidad. Pero ahora está en todas partes, y lo que es peor, a la carta. Sin embargo en esta nueva frivolidad moderna, ecléctica y democrática, ya no encuentro ni siquiera placer visual estético, ni el más mínimo ejercicio de ingenio verbal. Las risas artificiales y la insustancialidad de las conversaciones son idénticas a aquéllas, pero el marco ya no es tan elegante ni las insinuaciones son mínimamente sugerentes. En verano la costa se convierte en testigo de una frivolidad en chanclas, garrafón y carne asada en ristre; rumor de balbuceos soeces y pastosos; insulsos flirteos en macrodiscotecas donde nadie conoce a nadie (como en las fiestas de Gatsby); todos revueltos pisando la dudosa luz de los potentes faros "tunning"; rodeados, a lo sumo, de relucientes palmeras y flores de plástico.

Porque todo es igual y es distinto,
a lo que constataba, en una de esas fiestas hermosas de época Charles de Vandenesse, astuto y sensible observador, el único invitado realmente "distinguido", a mi modo de ver:

"He aquí las mujeres más elegantes, más ricas y más linajudas de París. Aquí están las celebridades del día, los famosos de los tribunales, famosos aristócratas y literatos: ahí, los artistas, allá los poderosos. Y, sin embargo, sólo veo menudas intrigas, amores muertos antes de nacer, sonrisas que nada dicen, desprecios sin causa, miradas sin fuego, mucho ingenio, pero derrochado en nada. Todos estos rostros blancos y sonrosados buscan más la distracción que el placer. No hay ninguna emoción que sea verdadera. Si queréis sólo plumas bien colocadas, tules etéreos, bellos vestidos, mujeres frágiles; si para vosotros la vida es sólo una superficie que se roza, éste es vuestro mundo. Conformaos con esas frases insignificantes, estas muecas encantadoras, y no pidáis sentimiento en los corazones. En cuanto a mí, siento horror por esas sosas intrigas que terminarán en matrimonios, subprefecturas, ingresos, o, si se trata de amor, en arreglos secretos, tanta es la vergüenza que inspira un simulacro de pasión. No veo ni uno solo de esos rostros elocuentes que anuncian un alma entregada a una idea o a un remordimiento."

(BALZAC, La mujer de treinta años)

9 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cuánta razón tienes,amiga Inma!
Hace poco he vivido todo esa frivolidad y me ha sido difícil no caer en ella,nos ponemos la máscara por pura pose, yo creo que ya ni siquiera es cuestión de educación.Sartre anticipaba con un siglo de antelación esta "culturilla de la imagen",decía la siguiente premisa:Soy lo que soy visto,lo que no es visto,no es,albergando con ello toda esta nueva cultura del exhibicionismo que siempre huele a vanidad.Tengo que confesarte también que a veces me tira muchísimo esa dolce far niente o dulce ociosidad un poco demasiado frívola con toda su flor y nata de accesoriado,aunque tampoco me fascinan demasiado las lujosas fiestas tipo Gatsby,quizás porque como bien dices han perdido ese garbo de antaño,hoy es Gatsby hasta el tío del saco,y desde luego no le falta tiempo para manifestarlo,pues haciendo de nuevo alusión a Sartre,los demás tenemos que verlo,si no dejaría de tener cierto sentido...en fin ,que todo sigue siendo vanidad y entiendo que cierta dosis no nos perjudica ,por ejemplo ¿acaso no tiene encanto la coquetería en la mujer sin que ello la convierta en frívola?
Lo que ocurre es que se ha llevado al exceso la preocupación natural de gustar a los demás.Opto no por gustar tanto sino por aceptar con gusto,aunque no nos guste ,o simplemente asimilar que no está del todo mal lo que no nos gusta ,sin perder la calma tampoco de esperarlo todo de la estética y de todo lo derivable de ésta,que no debe convertirse desde luego en el becerro de oro de este siglo.Por cierto, cierta dosis de frivolidad a mí hasta me gusta,con perdón

Inma dijo...

Amigo Lord Scutum,

Me alegra saber que no soy la única a la que le atrae la atmósfera lujosa y frívola de esas películas. Espero que se deba a que asumo que se trata de una ficción (estéticamente bella) y por la fina agudeza de algunos diálogos, en los que la coquetería amorosa está provista de ingenio (aunque sea algo frívolo).

Con todo, a pesar de estos gustos que confieso y de que la estética lujosa puede ser atrayente para muchos, en la vida real echo de menos (y por eso aprecio cuando se me aparece) la sencillez y naturalidad –la humanidad, al fin y al cabo-...

Que tus vacaciones sean un poquito frívolas -intuyo y constato que tu ociosidad está llena de lecturas y de reflexiones en absoluto frívolas-... pero con esa delicadeza de las pelis antiguas, como las de un Lord...

Anónimo dijo...

¡Ay! "My Fair Lady"... cuando el lujo y la educación no conocen la frivolidad...

Bicos dende o día de Galicia...

E. G-Máiquez dijo...

Cuando vi el título de la entrada, me asusté. Temí que no admitieses matices. Pero sí: como siempre, una entrada estupenda.

A mí también me interesa y atrae cierta frivolidad: ésa que no es sino cierta levedad y gracia entre lo trascendente: un equilibrio. El arte (ejemplarmente el toreo)tiene mucho de eso.

En las macrodiscotecas ya no hay equilibrio alguno y eso no es una nueva frivolidad, sino la gelidez de lo ordinario.

Anónimo dijo...

Yo también me apunto a "esa cierta dosis de frivolidad". A esa levedad.
Desde luego no la encontraremos en el ruido y la oscuridad de cuatro paredes. En esa tiniebla estridente es más fácil descubrir rostros como los descritos al final del texto, que, por cierto, es genial: "No veo ni uno solo de esos rostros elocuentes que anuncian un alma entregada a una idea o a un remordimiento."

Inma dijo...

Enrique, agradezco tu precisión, muy significativa y que coloca a cada cual en su sitio.
El arte del toreo -y también la literatura- tienen mucho de "juego", de "capricho". Confío también en la necesidad de ese "equilibrio" (en el arte y en la vida).
Me parece acertadísima tu definición de las "macrodiscotecas"; y por ello rectifico, ni "frivolidad" puede llamársele...

Alberto,
me alegra que cites la frase de Balzac; a mí el texto me parece muy ilustrador y actual, aunque los escenarios y las formas cambien (ay!).

Mora-Fandos arroja un haz de luz sobre este tema que me parece muy interesante. El significado de las celebraciones; si éstas dejan de ser momentos "extraordinarios" es muy fácil que la "frivolidad" degenere y abandone la levedad y gracia inicial, tan atrayente. Creo que el aburrimiento tiene algo que ver en todo esto.

Al pensar en la importancia de las celebraciones me viene una frase de un personaje de Carmen Martín Gaite, más profunda de lo que aparenta: "El champán sin motivo no sabe a nada. Pis de gato".

Alberto dijo...

Genial esta entrada Inma, además de muy actual. Es tan triste ver como muchos se dejan atrapar en la frivolidad, ver como buscan la felicidad en las cosas más superficiales. El tema da para mucho la verdad, el fenómeno discoteca y el salir de fiesta creo que es algo que en sí mismo no es bueno o malo; salir a pasarlo bien es algo bueno, el problema creo yo que viene cuando se sacraliza este hecho y se califican como catedrales las discotecas y como sagrado el salir cada fin de semana. Es triste que algunos sólo sepan divertirse entrando en una discoteca y perdiendo su identidad, cuantos atardeceres se han perdido!! La gente ya no es capaz de sorprenderse y disfrutar con lo más simple, por ejemplo mirar las estrellas, todo el mundo supone que están ahí, pero cuanto hace que no las miras?
Coincido contigo, cuando vi Sabrina la verdad es que sentí algo de envidia, yo también quería una mansión como esa; aunque luego lo pensé mejor y prefiero estar debajo de puente, pero con Audrey Hepburn claro.

SalU2!!!

Inma dijo...

Qué bien que te haya gustado, Alberto, y que a pesar de que también te gusten, como a mí, las mansiones, prefieras estar debajo de un puente, con Audrey y disfrutar de los atardeceres y de las estrellas.
Coincido con tu idea sobre la "sacralización" de las discotecas y del salir de fiesta. Precisamente hace poco hablaba con un buen profesor mío sobre la euforia (a veces fanática y violenta) que gira en torno al fútbol. Concluyó que, como para muchos, el verdadero Dios "se ha marchado de vacaciones", se han ido a buscar otros dioses, ídolos de hojalata y de plástico, de usar y tirar, como los equipos "estrella" de fútbol, los locales de moda, los coches tunning-becerros de oro, etc, etc... ´
Qué pena que la diversión, las aficiones, ocupaciones que deberían ser agradables -aunque frívolas- degeneren y degeneren y degeneren.

Jesús Beades dijo...

Escribí ese poema porque, por un lado, me resultaba atractiva la visión de la fiesta, la suave brisa estival ungiendo todo el cuadro de ligereza; pero sobre todo por el final de la novela de Fitzgerald: todo ese lujo sólo tenía un objetivo, volver a ver a Daisy.

La orquesta, los tocados, las piscinas, los cócteles... ¿Qué tendra ese disolverse en no pensar en nada, en sólo estar, que nos atrae?